Rafa Nadal, después de caer ante Fognini
Rafa Nadal, después de caer ante Fognini - afp
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Nadal, la fragilidad de un campeón sin fe

Ya son quince derrotas en su peor año y con solo tres títulos menores. A Rafa le falta confianza, su tenis no es bueno y ni siquiera hay excusas sobre el físico a las que aferrarse

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No hay nada peor para un deportista que la reivindicación de los pros para ensalzar una carrera que ya no da portadas. A Rafael Nadal, campeón de 14 grandes, número uno durante 141 semanas y con 67 trofeos en la mochila, se le intuye un prematuro declinar a sus 29 años, minimizada su figura en este 2015 de pobres resultados y escaso tenis.

De repente, el héroe español parece que se ha quedado sin fuerzas y desde Nueva York llega otra imagen desalentadora, eliminado en tercera ronda por Fognini después de dominar los dos primeros sets y tener ventaja en el tercero y en el cuarto.

Más allá de ser el primer partido de su vida en el que desperdicia un margen tan favorable, la derrota implica que este 2015 terminará sin un título grande, rompiendo una racha de diez años con al menos un major por curso.

Dato para la estadística, pero más que significativo. Más que nada porque los nuevos registros de Nadal se explican en clave negativa.

Lleva meses dando bandazos, inconsistente a todos los niveles, y parece casi un pecado cuestionarle públicamente por todo lo anterior. Efectivamente, se ha ganado el respeto y la admiración de todos más allá de la pasión española, pero ahí está el problema, en mirar solo el ayer olvidando que Nadal es, ahora mismo, un tenista vulnerable sin que nadie encuentre un argumento de peso. Y puede que sea tan simple como que no está jugando bien. Pero nada, nada bien.

En cualquier encuentro o tertulia improvisada, se tiende a repetir una doble pregunta. Primero va el ¿qué le pasa a Nadal? e inmediatamente después el ¿cuánto le queda?, dando por supuesto que el adiós está más cerca de lo que imaginable. Él mismo reconoce que se acerca al destino, pero también alimenta la esperanza asegurando que aún le queda cuerda y que está bien.

Bueno, de Nadal tampoco se puede creer todo lo que dice en rueda de prensa porque cambia de discurso según el momento y la conveniencia y lleva semanas repitiendo que se entrena mejor que nunca y que se aproxima a lo deseado. Visto lo visto, no es así, ni por asomo. Lo cierto es que está lejísimos.

Hoy en día, y el comentario es crudo, cualquiera le puede hacer partido. Acumula quince derrotas en este año decepcionante y muchas de ellas ante rivales del segundo escalafón, únicamente capaz de sumar dos victorias ante jugadores del top 10. Constan en su palmarés los premios menores de Buenos Aires, Stuttgart y Hamburgo y en los cuatro grandes no ha pasado de cuartos en Australia y París y de dos petardazos sonoros en Londres (segunda ronda) y Nueva York (tercera).

Este no es Nadal, tan vulnerable que ya no domina ni en tierra. Más allá de la confianza y la fe, que es evidente que las ha perdido siendo él un portento por ese poder mental que atormentaba al resto del circuito, el problema de Nadal es de tenis. Se han agotado las excusas recurrentes sobre los problemas físicos porque no ha habido lesión para aferrarse a algo que justificase el descalabro y, sin embargo, es obvio que le falta fondo mientras los gurús se preguntan sobre la necesidad de un cambio de técnico.

Queda dignificar el fin de año y pensar en 2016, siendo Roland Garros el objetivo. En el pasado siempre se levantó de las caídas y eso despierta cierto optimismo a esos fans que reivindican el pasado, aunque también es verdad que nunca estuvo tan mal.

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