Fórmula 1 | GP de BrasilHamilton gana la sinfonía del caos

Carrera loca con mucha lluvia, parones, coches de seguridad y diversión. Rosberg será campeón si es tercero en Abu Dabi

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Brasil regaló la emoción perdida a la Fórmula 1. Sao Paulo se alió con el único elemento que escapa al control de los ingenieros sabios de este deporte robotizado, la naturaleza. Incapaces de encontrar un método para combatir el agua, su inestable predicción meteorológica, el azar de los nubes y la isobaras, la carrera en Interlagos atrapó al público delante del televisor. Generó emociones, el hechizo del deporte, lo que lo hace diferente a cualquier otra actividad social. Ganó Lewis Hamilton en un vaivén de sensaciones provocadas por la tormenta (banderas rojas, parones, coches de seguridad, mucho estrés) y mostró su jerarquía frente a Nico Rosberg, el aspirante a campeón que enseñó manos blandas y carácter apocado. Pese a su grisáceo rendimiento, el alemán puede conquistar el título en la última prueba (Abu Dabi) con solo ser tercero.

Carlos Sainz fue sexto, Fernando Alonso décimo y Max Verstappen expuso que su talento lo llevará a la cumbre en breve plazo.

Una decisión errónea, fácil decirlo a toro pasado y más a la vista de las consecuencias, le puede haber proporcionado a Nico Rosberg su primer título mundial si en dos semanas consuma la obra en los Emiratos Árabes. Red Bull decidió cambiar las ruedas de los coches de Verstappen y Ricciardo (intermedias por las de mojado total) a mitad de la prueba y le dio un balón de oxígeno a Rosberg, quien conservó su segunda posición, temeroso, por detrás de Hamilton.

Verstappen condujo de maravilla en el agua, se comportó como un prodigio y dio un recital de conducción. La pista húmeda siempre separa a la paja del grano y el holandés fue un ciclón, muy superior a todos, en el nivel de Hamilton con su Mercedes. Al entrar a reemplazar neumáticos, Verstappen perdió un tiempo precioso que le impidió cazar a Rosberg.

El inicio de la carrera fue volcánico por la lluvia. Peligro para los pilotos, pero también exceso de precaución de los responsables árbitros pensando en aquella desgracia de Bianchi, muerto por un fatal choque con agua en Japón. Se estrelló Raikkonen, hicieron trompos la mitad de los pilotos y compareció el coche de seguridad como el camarero en un catering. Siempre estaba ahí, presto para salir.

Tres veces se detuvo la carrera y siempre gobernó Hamilton, intocable, hegemónico, mejor que el resto sobre la tormenta. A Rosberg le tembló el pulso, ya que no arriesgó, no mostró madera de gigante. Quería se parase la prueba, sumar la mitad de los puntos según establece el reglamento y, calculadora en mano, acabar cuarto o quinto en Abu Dabi. Suficiente para alcanzar el título.

Hamilton no usó los datos. Condujo. Fino como un guante, recortó en las curvas, apretó el paso y utilizó sus manos para afianzar su liderazgo. Mientras los pilotos se deslizaban o dudaban, él gobernó con mano de hierro. Espectacular.

En el reparto de papeles, Massa se despidió como no quería. Un accidente en su adorado Interlagos. Fue emocionante el paseíllo que le hicieron en el pit-lane y el clamor en la grada. Carlos Sainz, valiente y decidido, pilotó con garra y tiento y alcanzó una sensacional sexta posición. Fernando Alonso navegó siempre en los puntos, mejor que la mayoría esas manos para el agua, pero un trompo a última hora cuando se iba el enésimo coche de seguridad lo penalizó. Acabó décimo.

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