Jordi Rebellón y Alberto Jiménez, en una escena de la obra
Jordi Rebellón y Alberto Jiménez, en una escena de la obra - Heras

«El pintor de batallas», a escena: el mal somos todos nosotros

El teatro Calderón de Valladolid acogió el estreno de la versión teatral de la novela de Arturo Pérez-Reverte

Valladolid Actualizado: Guardar
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«El hombre mata y tortura porque es lo suyo, le gusta... Todos somos malvados y no podemos evitarlo...» En el patio de butacas del teatro Calderón de Valladolid, Arturo Pérez-Reverte musita las palabras que, sobre el escenario, pronuncia Jordi Rebellón. El autor de la novela «El pintor de batallas» asiste al estreno absoluto de la adaptación teatral que firma y dirige Antonio Álamo, y que interpretan Rebellón y Alberto Jiménez. Es la primera adaptación teatral de un texto de Pérez-Reverte, que sí conoce varias versiones cinematográficas de sus novelas. «Me habían pedido un par de veces los derechos de “El pintor de batallas” para el teatro, pero no me convencieron los productores...», confesaba a un grupo de periodistas tras el estreno.

Antonio Álamo ha contado, sin embargo, con toda la confianza de Pérez-Reverte y ha gozado de total libertad. «No he visto nada; no he ido a ningún ensayo, vengo como un espectador más a este estreno», contaba antes de levantarse el telón. «Habrá leído el texto de la adaptación, al menos», se le pregunta. «Tampoco -responde, mientras se dibuja un leve gesto de asombro en el rostro de Álamo-; le dije que sí a Antonio, pero no lo hice. No quise leerlo, no leí ni siquiera el primer folio».

«El pintor de batallas», publicada en 2006, es, según revela Pérez-Reverte, «un texto singular, muy especial para mí. Es un libro autobiográfico en un 85 o 90 por ciento». En ella se relata el encuentro entre un antiguo fotógrafo de guerra, Andrés Faulques, refugiado en un pueblecito de la costa mediterránea, e Ivo Markovic, un exsoldado croata al que Faulques retrató en una fotografía que le valió un importante premio; Markovic le ha buscado durante años y tiene la intención de matarle... Pero antes quiere conocer mejor a Faulques. «Quiero que sepa y comprenda»...

Minutos después de recibir los aplausos unánimes del público vallisoletano, los actores y el director buscaban con mirada anhelante el veredicto de Pérez-Reverte. «Me ha gustado mucho -decía, mientras Rebellón, Jiménez y Álamo relajaban aliviados sus gestos-; se ha respetado escrupulosamente el texto, y han tomado las partes de la novela que han necesitado para contar la historia».

Arturo Pérez-Reverte, con la guardia baja, confesaba que la obra le había removido, que le había traído muchos recuerdos. «Yo tenía que escribir esta novela tarde o temprano -había explicado tan solo un par de horas antes-. Con ella ajusté cuentas conmigo mismo, ordené mis armarios. Y lo hice en el momento preciso. Gracias a ella tengo una serenidad personal, mis fantasmas son pacíficos. Cuando se publicó, apenas hice entrevistas ni hablé de ella. Por eso ahora se han despertado muchos fantasmas».

Estos fantasmas proceden de los veintiún años -de 1973 a 1994- que Pérez-Reverte ejerció como reportero de guerra y que quiso espantar a través de Faulques y de Markovic. «Yo no soy ninguno de los personajes. Pero la mirada de Faulques sobre la guerra, sobre el mal, sí es la mía. Se la he prestado; ahí está mi álbum de recuerdos. Durante veintiún años viví con el mal... Y lo practiqué yo también; lo conozco íntimamente, y puedo decir que no hay inocentes».

El mal, la conciencia y las heridas morales que la guerra deja en el ser humano son los ejes sobre los que gira la adaptación de Antonio Álamo, responsable de un espectáculo apoyado fundamentalmente en el magnífico trabajo de los dos actores y en un imponente mural -vivo- que preside la escena, que firma Ángel Haro. Curt Allen Wilmer es el responsable de la escenografía y del vestuario, Miguel Ángel Camacho de la iluminacion y Marc Álvarez de la música y el espacio sonoro. «Es un entorno extraordinario para llegar allá donde no llegan las palabras», sentencia Pérez-Reverte.

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