CRÍTICA DE TEATRO

«Lulú»: coartadas masculinas

María Adánez protagoniza una nueva versión del mito escrita por Paco Bezerra y dirigida por Luis Luque

María Adánez, en «Lulú» Pentación

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

Robert Graves siguió la pista de la diosa blanca, resumen de la feminidad protectora y fecunda, prolongada en el culto mariano y una de las presencias latentes en el denso tapiz mitológico que alimenta nuestro imaginario. Pero también existe un arquetipo de lo femenino peligroso y maligno de sexualidad arrasadora, cuyas raíces se remontan a la Lilith del Génesis y se multiplican en deidades, personajes literarios y todo tipo de damas terribles capaces de llevar a los hombres a la perdición. Construcciones masculinas que los especialistas fundamentan en el secreto miedo de los varones al deseo femenino desatado.

Con este trasfondo mítico, Paco Bezerra reelabora el modelo de la mujer fatal remitiéndose en el título a la creada por el dramaturgo alemán Frank Wedekind en el gozne entre los siglos XIX y XX, aunque resituándolo en un edénico ámbito rural rezumante de simbología bíblica. Lulú es una joven misteriosa que encuentra herida Amancio, propietario de una finca de manzanos que explota junto a sus dos hijos, Calisto y Abelardo. La sombra de Lilith , la presencia huidiza de la serpiente que dejó viudo al agricultor, las referencias a Caín y Abel y el fruto de los árboles del huerto como alegoría de la tentación salpican una obra que bucea en el deseo y la culpa que empapan la tumultuosa relación de Lulú con el padre y los hijos, hasta convertirse en manzana –disculpen la imagen inevitable– de la discordia.

Bezerra insiste en el arquetipo de la feminidad amenazante como justificación de la «necesaria» violencia masculina y luego rompe sorpresivamente ese contexto casi mágico y ofrece una versión que, desde los ojos de la mujer , resitúa todo lo ocurrido y desvela cómo la fundamentación religiosa de la justicia implacable no es sino una coartada machista. Es un sesgo abrupto y tal vez insuficiente, pues se desaprovecha la posibilidad de ahondar en esa parte femenina de la historia llena de potencialidad dramática.

Luis Luque sirve esta interesante función con intensidad y un grado de desmelene, presente sobre todo en el personaje del descoyuntado predicador encarnado por Chema León . La escenografía de Mónica Boromello y la iluminación de Felipe Ramos propician una atmósfera que engloba sensualidad, mitología y ambiente sacro. María Adánez conjuga enigma y erotismo en su atractiva Lulú, bien acompañada por Armando del Río como el severo y fascinado Amancio y los hijos que encarnan David Castillo y César Mateo .

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