CRÍTICA DE TEATRO

«Después del ensayo»: el lugar sin límites

Emilio Gutiérrez Caba, Chusa Barbero y Rocío Peláez interpretan la obra de Ingmar Bergman, bajo la dirección de Juan José Afonso

Rocío Peláez y Emilio Gutiérrez Caba, en una escena de «Después del ensayo» Mario Quintero

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

Ingmar Bergman consideraba «Después del ensayo» una suerte de testamento fílmico sobre su experiencia como hombre de teatro. Escribió el guión en 1980, cuando tenía 62 años, los mismo que el protagonista, en su retiro de la isla de Faro, y lo rodó con destino a la televisión cuatro años después, con Erland Josephson como su alter ego, Ingrid Thulin , una de sus actrices fetiche en el papel de una antigua amante, y una joven y atractiva Lena Olin en el de una ambiciosa actriz que busca su oportunidad y ejerce de tercer vértice de un triángulo en el que un maduro director escénico, entre el sueño y la reflexión, se confronta con su vida y sus fantasmas en un doble lugar sin límites: el escenario y su memoria personal invadida por la imaginación.

«Cada día, después de ensayar, me gusta quedarme a solas en el escenario y sumergirme en el silencio del teatro vacío… Para reflexionar sobre el trabajo, en estas horas que separan la mañana de la tarde…». Suena en off la voz de Henrik Vogler, el director teatral que se sienta en su mesa tras un ensayo de «El sueño» de August Strindberg , una obra que ha montado ya en cinco ocasiones. Entre muebles utilizados en otros espectáculos («Hedda Gabler», «La señorita Julia», «Tartufo»..., testimonios de una vida de teatro), casi dormido, entregado a sus cogitaciones, recibe la imprevista visita de Ana, una joven actriz hambrienta de éxito a la que ha dado un importante oportunidad en la obra. Hay un latente coqueteo en la relación entre la alumna y el maestro, primero amordazada por las convenciones y luego abiertamente formulada. Vogler fue amante de Rakel, la madre de Ana, una gran actriz que murió alcoholizada tras haber intentado suicidarse en varias ocasiones. En el duermevela, el director evoca su relación con Rakel, el crudo fantasma del pasado, carnalidad y deseo. El futuro es Ana, la juventud ambiciosa, tal vez una nueva mujer para Vogler, contrastada con el recuerdo de la madre. Una posible aventura, admirablemente resuelta en simulacro, cuando el director y la principiante imaginan, o mejor, ensayan lo que podría ocurrir en esa vida juntos que no van a vivir.

Un montaje de claroscuros e insinuaciones, que habla del teatro y, también y sobre todo, de la vida y sus enseñanzas, los desamores, los triunfos y las derrotas, de la expiación y la melancolía, del peso de la edad. Juan José Afonso lo dirige en el tono medio que demanda el texto, intenso, pero sin desgarros. Emilio Gutiérrez Caba , convertido en trasunto de Bergman, interpreta el personaje como si estuviera interpretándose a sí mismo, impregnado de sabiduría teatral, matizado y certero. Un gran trabajo al que se suman la Rakel sensual y rota que dibuja Chusa Barbero y la cumplida Ana de Raquel Peláez .

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