«Cinco horas con Mario»: velatorio de toda una época
Lola Herrera vuelve a encarnar a Carmen Sotillo, el personaje creado por Miguel Delibes
Actualizado: GuardarLa adaptación teatral de la novela de Miguel Delibes «Cinco horas con Mario» se estrenó en noviembre de 1979, con Lola Herrera como protagonista triunfal durante mucho tiempo. Regresa ahora a los escenarios treinta y siete años después de aquella fecha y sigue interesando y emocionando, aunque tal vez ahora entendamos mejor tanto los motivos de la viuda como los del finado. Nos vuelve a sorprender la ironía cáustica con que Delibes dibujó a su personaje, la profundidad de sus perspectivas psicológicas y sociológicas, y la amplitud de su mirada, comprensiva y crítica a la vez.
El retrato de esta Carmen Sotillo, que en una noche de 1966 vela el cadáver de su marido, contiene también el perfil vivo, ajustado, doliente y comprometido de un tiempo y de una España inmovilista y gris.
Carmen evoca su vida junto al difunto y en sus reproches póstumos transparenta su estrechez de miras, su sexualidad reprimida y el rencor larvado por no haber logrado superar el estatus de clase media con aspiraciones. Pero percibimos también el egoísmo casi autista y tímido del escritor frustrado con ribetes de integridad que fue su marido, sutilmente empapado del machismo de aquellos días, consuetudinario y sin cuestionamiento. Y vemos a una y al otro atrapados en una jaula de convenciones, víctimas ambos, aunque cada uno a su modo, de una situación esclerotizada.
El público de hoy ríe en algún momento de la función por las manifestaciones de una forma de ser y pensar que ahora pueden parecer exageradas y hasta caricaturescas; esas risas son un fresco testimonio de cómo ha cambiado la sociedad española cincuenta años después de la fecha en que el escritor situó la acción, y puede interpretarse que el velatorio lo es también de toda una época felizmente pasada.
No importa que Lola Herrera haya sobrepasado hace tiempo los cuarenta y tantos años de edad del personaje, en su interpretación, magistral, luminosa, gozosamente alejada de la rutina, uno cree descubrir nuevos y más ajustados matices y una suerte de ternura comprensiva que tiene, al tiempo, un algo de homenaje a esa Carmen a la que tanto ha aportado y, viceversa, que tanto le ha dado. Algún aspecto estético del montaje puede que haya envejecido, pero las líneas de dirección marcadas por Josefina Molina funcionan a la perfección en este reencuentro tanto años después.
Ver los comentarios