CRÍTICA DE ZARZUELA

Zarzuela con mayúsculas

Javier Camarena realiza su primera incursión pública en el género en el teatro de la Zarzuela con muy sólida experiencia escénica y simpatía

El tenor mexicano Javier Camarena durante el concierto ofrecido en el Teatro de la Zarzuela EFE

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

Corría el año 2004 y en el madrileño Auditorio Nacional hacía su presentación «oficial» un joven Juan Diego Flórez , con apenas 31 años cumplidos. En el programa, entre cimarosas, rossinis y donizettis se anunciaba algún guiño a la zarzuela incluyendo «Flor roja» de «Los gavilanes». En el último momento y de forma inesperada, el tenor anunció que no cantaría la romanza . Apenas se comentó el hecho, aunque puso de manifiesto que estos «numeritos que se aplauden», según decía José Serrano de su colega Jacinto Guerrero con muy poca simpatía, son una carga de profundidad para cantantes poco avezados .

Javier Camarena también tropezó anoche con esta música en su recital del teatro de la Zarzuela, primera incursión pública en el género que llega superados los cuarenta, tras ser bendecido por los mejores escenarios del mundo (acaba de escuchársele «La favorite» en el Teatro Real de Madrid) y con muy sólida experiencia escénica y simpatía: «Estoy supernervioso –explicó anoche–. Quiero hacerlo lo mejor posible, pero estoy fuera de mi zona de confort , la ópera».

Y de inmediato cantó «Flor roja» extremando las precauciones, recolocando la voz una y otra vez, asegurando cada nota y dejando algún «rasposito» por el camino. Tiene razón Camarena: la sutileza, medias voces, filados y claridad la pieza reclama es muy difícil de conseguir en este Madrid que asfixia a los cantantes y a todos con la sequedad y la contaminación.

Aún así el recital de Camarena ha sido un triunfo apoteósico porque, salvados los escollos de esta música traicionera, el resto del programa fue un paseo por la excepcionalidad de una voz en la que importa el gusto y la falta de afectación, el color, la flexibilidad, el dominio absoluto del registro agudo y la capacidad para decir el texto y afirmarlo musicalmente. «Adiós, Granada» de Barrera y Calleja, que dedicó a la mujer del tenor Pedro Lavirgen fallecida recientemente, marcó el punto culminante del programa.

Junto a Camarena estuvo la Orquesta de la Comunidad de Madrid dirigida por Iván López-Reynoso moviéndose ambos con poca fortuna y demostrando no estar siempre bien avenidos, fundamentalmente en los fragmentos instrumentales.

Tampoco acabó el maestro de acomodarse a la exigencias agógicas de Camarena mientras cantaba «De este apacible rincón» o «Bella enamorada», como no logró dibujar la delicadeza instrumental que habría necesitado «Por el humo se sabe» con el fin de sobreelevar a una posición más vehemente una interpretación tan matizada.

Aquí hizo el tenor el primer alarde en el agudo , rozando el efectismo, más evidente aún en la rubateada jota del «Trust de los tenorios», en la recreación personal de «Paxarín, tú que vuelas» o en la romanza «No puede ser» de «La tabernera del puerto».

Por fin, tres propinas se alternaron entre los muchos aplausos, precedidas por el segundo danzón de Arturo Márquez en el que López-Reynoso dejó asomar mejores maneras: la repetición de la jota de Serrano, «Alma mía» de María Grever, y «Granada» de Agustín Lara cantada en una versión pletórica de personalidad, medios y comunicabilidad. Lo justo para revalidarse ante un público entusiasmado.

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