El venezolando Arca, ayer durante su actuación en el Sónar
El venezolando Arca, ayer durante su actuación en el Sónar - EFE

Un Sónar para el poderío femenino y los abismos experimentales

Princess Nokia y DAWN brillan en una jornada liderada por el venezolano Arca

BARCELONA Actualizado: Guardar
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Con una precisión que empieza a asustar y un par de grados de más que ya no se sabe si son efecto invernadero o acumulación de cuerpos tostándose y cociéndose al sol, llegó el calor y con él, el Sónar, el único festival del que lo mismo se puede salir con una insolación que con un máster exprés es músicas avanzadas, experimentos digitales y ritmos contrahechos. Esquivando lo primero y tratando de encomendarse a lo segundo, la cita barcelonesa levantó ayer la persiana de su XXIV edición y lo que quedó a la vista fue un festín de poderío femenino, mutaciones del pop negro y minuciosas radiografías de los nuevos sonidos del underground.

Un banquete que tenía como plato principal al venezolano Arca pero que a media tarde ya había dado un buen número de razones para dejar al público saciado y satisfecho. Así, antes de que el amigo y productor de Björk aterrizase en el festival como un extraterrestre de la electrónica contemporánea, el SonarVillage ya había visto brillar a dos de las nuevas voces el R&B mutante y el nuevo rap callejero estadounidense: Princess Nokia y DAWN. La primera, todo nervio y recitados a la carrera, pasó por el escenario como un ciclón de ritmo arrollador y verbo poderoso, mientras que la segunda, con su vozarrón de diva del soul, sacudió de lo lindo los cimientos del pop negro exprimiendo entre contorsiones bases de R&B digital y despachando unas canciones que tampoco desentonarían demasiado en las listas de éxitos.

La estadounidense DAWN, durante su actuación
La estadounidense DAWN, durante su actuación- EFE

Trap y arte digital

Sin necesidad de moverse demasiado, apenas un par de pasos para adentrarse en las tripas de Fira de Barcelona, encontramos otro de los grandes hallazgos del Sónar: la hipnótica instalación que el japonés Daito Manabe ha ideado para el proyecto SonarPlanta, un prodigio de luz, color y arte digital en la que el público interactúa con unas esferas luminosas mientras los haces de luz y las imágenes 3D reproducen el proceso de cristalización de algunos minerales. Una virguería (otra más) «made in Sonar» para reforzar el diálogo extramusical de un festival y un remanso de paz para refugiarse en una jornada de novísimos ritmos urbanos, exploraciones de abismos sintéticos y pinceladas de electrónica canalla de aquí.

Ahí estaban, sin ir más lejos, el inquietante cruce de ambient y folk de los británicos Forest Swords, una erupción oscura servida entre proyecciones de naturalezas vivas (y muertas) y ritmos como de fundición siderúrgica; o el chaparrón de trap atropellado y algo caótico del granadino Yung Beef, uno de los nombres que se encargó de dar vida a ese nuevo escenario bautizado como SonarXS y concebido como plataforma de despegue para las propuestas más subterráneas y extremas.

Por ahí pasó también el estadounidense Yves Tumor, figura destacada de la música experimental con alma de punk y actitud feroz, pero cualquier amago de radicalidad quedó en nada en cuanto Arca apareció en escena y empezó a despachar andanadas de ruido digital, ritmos abollados y espasmos sintéticos. Un arranque con «performance» incluida -el productor venezolano sacudía un látigo desde una pasarela- que poco a poco fue dando paso a la electrónica alienígena marca de la casa con pinceladas de afectación folclórico.

Una propuesta en la que conviven los ritmos futuristas y los industriales, las voces operísticas y los lamentos marcianos y, en fin, lo sublime con lo premeditadamente feísta. Todo ello acompañado por unos visuales de impacto (cuando no directamente desagradables) cortesía de Jesse Kanda, y rematado por inquietantes combinaciones de ruido electrónico y melodías satinadas. Un remate insólito para un Sónar abonado a las emociones fuertes.

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