Manuel Machado
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entrevista

Manuel Machado: «El jazz en Cuba era la música del enemigo»

El trompetista, exintegrante de Irakere y un «secreto a voces» de la música cubana, actúa este sábado en Madrid en los Teatros del Canal, dentro de festival Clazz

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«Después de tantos años tocando, aún no soy nadie si no tengo la trompeta entre las manos», asegura Manuel Machado (Santa Clara, Cuba, 1962). Y no hace falta que lo jure, pues mientras espera en la redacción de ABC a que comience esta entrevista, no ha podido resistir la necesidad de sacar su instrumento y ponerse a ensayar la melodía que le ha pedido su gran amigo Paquito de Rivera, para un joven músico español. Algunos redactores miran sorprendidos. Él pide disculpas con una sonrisa enorme y los periodistas de esta casa preguntan quién es ese músico que les ha sacado de sus artículos.

El compositor con nombre de poeta es uno de los grandes del jazz no solo del jazz en particular, sino de la música en general.

Así lo definen desde hace algunos años, aunque no son muchos los aficionados del gran público que hayan escuchado hablar de él. Quizá por eso ahora que acaba de sacar su primer disco en solitario, «Vivencias», que presenta este viernes en el Continental Latin Jazz de Madrid, le describan también como un «secreto a voces». Y no lo debería ser por su currículo, porque es uno de los trompetistas más solicitados en España y parte del extranjero, y ha grabado o girado con artistas de la talla de Chucho Valdés, Ketama, Elíades Ochoa o La Calle Caliente, entre otros muchos. Todos ellos sin olvidar sus queridos Irakere, posiblemente la mejor banda que haya dado Cuba en los último cuarenta años o, según dijo Bebo Valdés en una carta a su hijo Chucho que Machado conserva, «lo más grande que él había escuchado jamás».

A esa banda seminal de la música cubana fue a parar Machado en 1988, con 22 años, después de que Chucho se quedara prendado de él en un concierto en Santa Clara, acompañando al fallecido Pucho López. Sorprendente le resultó al pianista la habilidad del joven trompetista, en cuya familia no había nadie que se dedicara a la música. Pero a él le dio por empezar a tocar la trompeta con 7 años, sin que nadie se lo impusiera. Y a los 14, cuando ya daba conciertos con los músicos aficionados de su ciudad, sabía de sobra que quería dedicarse a eso de por vida, aunque en la Cuba castrista no fuera fácil. «Primero te dan toda la formación y, cuando te haces mayor y quieres desarrollarte como músico, se dificultan las cosas tremendamente. El Gobierno tiene ese temor de "yo te lo he dado todo y ahora te vas a marchar". Así, cuando querías tocar con un músico extranjero o un artista de fuera quería venir a Cuba a grabar contigo, tenía que estar todo conforme a los deseos de las autoridades. Yo mismo no pude ir de gira con Irakere, en 1988, por un problema con el visado. Y cuando por fin consigues irte de gira al extranjero, te acompañan miembros de seguridad del Gobierno», explica el trompetista, afincado en España desde que, en 1992, durante una gira por España, tras un concierto en Córdoba, decidió que no volvía a Cuba nunca más: «Fue una decisión muy dura y drástica. Al personal del Gobierno que nos acompañaba no le di ninguna explicación, solo a mí familia, que se alegró porque sabían que la situación en la isla era muy mala. Por eso hay muchos músicos cubanos en España, porque nos han echado a todos de allí».

El jazz, prohibido

Se acabaron entonces las largas esperas para que los Irakere de Arturo Sandoval o Paquito de Rivera trajeran los discos de jazz que en Cuba estaban prohibidos y que ellos se grababan en casetes. O las tardes en las que, con 16 años, se iba a casa de su amigo Guillermo Paredes, el trombonista, hijo del gran pianista Osmany Paredes, a escuchar los discos que su padre tenía escondidos en casa, donde echaron sus «primeros cigarros y primeras cervezas». «Yo no estuve en la cárcel por escuchar jazz como Sandoval, pero la realidad era así de dura y cruel. El jazz en Cuba era la música del enemigo y estaba prohibida. Cuando las bandas de aficionados daban conciertos, tenían que disfrazar el lenguaje musical americano invirtiendo el ritmo o tocando la percusión de otra manera. Aunque, bueno, muchos de las autoridades que nos controlaban no sabían que era el jazz», cuenta Machado.

De aquella época, en su Santa Clara natal, es la obsesión de Machado por tocar a todas horas y de seguir siendo, aún hoy, ese «niño loco por tocar». Se recuerda practicando mañana, día y noche cuando entró en Irakere para aprenderse todo el repertorio de la banda desde 1976. «La gente tiene un concepto equivocado de lo que significa ser músico, se olvidan de todo lo que hay que estudiar para estar ahí. Yo hoy le dedico unas cuatro horas diarias y, cuando llego a casa, espero a que las niñas se acuesten y sigo haciendo notas con la sordina hasta las dos de la madrugada. A veces estoy en la cama y, si se me ocurre una melodía, que puede ser maravillosa o la porquería más grande del mundo, me levanto y la plasmo en un papel, la toco en el piano o, simplemente, la grabo tarareándola en el móvil», reconoce, al tiempo que saca su teléfono y pone una de las muchas notas de voz que tiene almacenadas. En ella suena un piano, mientras con su boca hace la trompeta que se ha imaginado encima.

Quizá este «cubañol», de mujer cordobesa e hijas «cordobanas», que no ha abandonado España desde 1992, conserve aún en el móvil todas las melodías que grabó en su momento y que hoy forman «Vivencias». Un disco donde está presente el jazz afrocubano que floreció en los 40 y 50 con las orquestas de Mario Bauzá, Cachao, Machito o Chano Pozo, y que creció fuera y dentro de la isla con Bebo Valedés, Tito Puente, Eddie Palmieri, Jerry González o sus Irakere, hasta desembocar en el universo de Machado, que deja de ser el escudero fiel para convertirse en protagonista.

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