Franz Kafka
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Reiner Stach: «Kafka se preguntaría por qué nos interesa su fracaso»

El autor de la biografía definitiva del escritor cuenta detalles de la vida de su prometida que ni él conocía

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El 29 de noviembre de 1922, después de un mes de fiebre pulmonar, Franz Kafka dirigió una disposición testamentaria a su amigo Max Brod. De todo lo que había escrito sólo consideraba válidos cinco títulos: «La condena», «En la colonia penitenciaria», «El médico rural» y el relato «Un artista del hambre». Todo lo demás, «sin excepción y de preferencia sin ser leído (no te prohíbo a ti que lo veas, aunque preferiría que no lo hicieras, pero no deben verlos ninguna otra persona), todo esto ha de ser quemado sin excepción alguna y te ruego que lo hagas lo más pronto posible».

Martirizado por la tuberculosis que le devoraba la laringe, Kafka formulaba sus últimas voluntades con el tono de un informe para el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo de Praga.

El escritor que cartografió el siglo XX, cual agrimensor ante «El castillo», vivió cuarenta años y once meses. Aparte de sus estancias en Alemania –explica Reiner Stach (Rochlitz, Sajonia, 1951) en su monumental biografía «Kafka» (Acantilado)–, solo cuarenta y cinco días de esa vida transcurrieron en el extranjero.

Lo kafkiano: «Aquella situación de la que tienes todos los detalles, pero no entiendes el sentido», apunta Stach. Por ejemplo, «El proceso»: «Se sabe cómo funciona el tribunal, quiénes son sus miembros, pero no se llega entender el sentido del proceso. La Bolsa también es kafkiana, una explosión de datos, un millón de números por segundo, pero nadie sabe qué ocurrirá en un minuto». El autor de «La transformación» no tuvo una vida plena. «Vivió la Gran Guerra del 14, perdió sus ahorros con la inflación alemana…» No todo fue malo. La contienda le vacunó contra el nacionalismo, ese entusiasmo organizado; trabajaba seis horas en una oficina en una época en que las jornadas llegaban a las doce horas; fue feliz carteándose con Milena...

Relaciones con mujeres

El solterón Kafka estuvo prometido con la berlinesa Felice Bauer, se relacionó con la secretaria praguense Julie Wohryzek, mantuvo correspondencia con Milena Jesesnská y se despidió del mundo acompañado de Dora Diamant: «En toda su vida apenas convivió seis meses con una mujer», subraya el biógrafo. Con Felice, a la que conoció fugazmente, intercambiaría durante varios meses centenares de cartas hasta reencontrarse en el parque de Grunewald un domingo de Pascua de 1913: «Mi verdadero miedo (no se puede decir ni oír nada peor) consiste en que jamás podré poseerte», le confiesa Kafka. Si leyera esta biografía, sugiere Stach, sabría cosas de la familia de Felice que no llegó a saber: «El hermano de ella había robado dinero a su jefe y al ser denunciado hubo de huir a América: el viaje lo pagó Felice con dinero que había ahorrado para la boda con Kafka. Otra de sus hermanas tenía un hijo extramatrimonial que mantenía Felice, otra se suicidó… Escándalos familiares que la novia ocultó al novio: Felice habría llegado a la boda sin dote, pese a haberse pasado la vida trabajando».

Reiner Stach, autor de «Kafka» (Acantilado)
Reiner Stach, autor de «Kafka» (Acantilado) - ABC

«Kafka era un superdotado del lenguaje», subraya Stach. Cuarenta textos en prosa –nueve de ellos relatos– fue su legado a la historia de la literatura junto a casi tres mil quinientas páginas de anotaciones de diarios, fragmentos y tres novelas incompletas. «Escribía como respiraba. No le costaba esfuerzo dar con la palabra justa, aunque fuera una postal. Por eso daba la sensación de que redactaba sus cartas con un lenguaje calculado, cosa que le reprochaba Felice», añade Stach. Más que publicar, le apasionaba la creación: escribir toda una noche y amanecer agotado pero satisfecho. «Si hubiera triunfado, ‘El Proceso’ sería un best seller de los años veinte y no una novela inacabada… Habría demostrado a su familia que la literatura no era un simple hobby».

Una familia que le hizo imaginarse Gregor Samsa. En sus cartas a Felice y Milena refiere la soledad infantil, cuando sus padres se iban a trabajar a la tienda. Doce horas al cuidado de manos ajenas: «Creció como un huérfano», señala Stach. La psicología del niño abandonado, desde la lactancia a los cinco años, define al Kafka que no descreía de las relaciones estables: «Si tardaba tres días en recibir una carta, suponía que Felice ya no le quería. Además de neurótico compulsivo, hoy lo calificaríamos de hipersensible». ¿El padre tuvo la culpa? «Las disputas comenzaron con los reproches por su rendimiento escolar. Si el burdo Hermann Kafka topa con un hijo tan sensible y talentoso el conflicto está servido. El escritor quiso reconciliarse con sus padres antes de morir, pero su hermana Ottla, que siempre fue su confidente, le dijo que sería imposible, dada la relación con su padre. Hermann Kafka nunca llegó a leer la famosa carta».

Biografía digna

Después de preguntarse por enésima vez «cómo fue ser Kafka», el biógrafo observó que un escritor en alemán de tal envergadura no contaba con ninguna biografía digna de ese nombre en Alemania. Mucho ruido y demasiados tópicos. El acceso a la correspondencia de Max Brod fue determinante. Tras una primera aproximación en 2002 –el capítulo «Los años de las decisiones»– Stach culminó en doce años las más de dos mil trescientas páginas de la que se considera la biografía definitiva del autor de «La transformación», aunque todavía quedan aspectos que el legado Brod no aclara.

Por ejemplo, el judaísmo a la generación de Franz. No eran jóvenes religiosos: Kafka socialista, Brod lector de Schopenhauer… Para hacer carrera en la Universidad convenía abandonar el judaísmo y convertirse al catolicismo: Kafka renunció a la Universidad para trabajar en una empresa. «El antisemitismo checo era violento. Como diputado de un partido judío, Brod se lo planteó al presidente Masaryk y este, que no era antisemita, le confesó que no podría garantizar la protección a los judíos. Kafka conocía bien ese asunto, que Brod no aborda en sus memorias, y a mí me gustaría haber ahondado más…»

Una biografía para recrear un mundo que ya no existe… «Sólo su lenguaje vive», concluye Stach. Y añade: «Si supiera que hoy es un escritor global se preguntaría por qué nos interesa tanto su fracaso».

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