Jonathan Shaw, fotografiado en el estudio de tatuajes La Mano Zurda, en Madrid
Jonathan Shaw, fotografiado en el estudio de tatuajes La Mano Zurda, en Madrid - IGNACIO GIL

Jonathan Shaw, de icono del tatuaje a escritor de culto

A su paso por España, el autor de «Narcisa», exdrogadicto, criado en las calles de Los Ángeles y amigo íntimo de Johnny Depp, rememora su relación con Bukowski y cómo lo dejó todo por la literatura

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Jonathan Shaw nació en Nueva York, el 4 de julio de 1953. Sus padres no eran tipos comunes. Hijo de la actriz Doris Dowling y del clarinetista Artie Shaw, se crió en «un puto campo de batalla». Cuando él aún no levantaba un palmo del suelo, su padre les abandonó y se mudaron a la Costa Oeste estadounidense. El joven aguantó poco tiempo al lado de una madre alcohólica, que pagaba con su hijo las frustraciones de la fama y de una soledad no escogida. A los catorce años, se tiró a las calles de aquel Los Ángeles de finales de los 60, donde los chavales llamaban a las puertas de un cielo travestido de infierno. La heroína se convirtió en falso refugio y Shaw, con un pasado tormentoso, sin presente y con un incierto futuro, malvivió durante años como delincuente juvenil.

Viajó por América del Sur y se instaló en México, donde empezó a tatuar. Aquello se le daba bien y, de vuelta en Nueva York, decidió abrir su propio negocio. Así conoció a Johnny Depp, al que hizo su primer tatuaje, y con el que le une una amistad gracias a la que hoy Jonathan Shaw es un escritor de culto en Estados Unidos.

Y es que, entre tatuaje y tatuaje, iba escribiendo, aquí y allá, llevado por la «fiebre beat» de la época. Sus héroes, cómo no, eran Bukowski y compañía, pero nunca se había atrevido a editar nada en serio. Hacia 2007, ya sobrio y limpio de todo tipo de sustancias, Shaw publicó «Narcisa», su primera novela, en la que narra una autodestructiva historia de amor entre una joven adicta al crack y Cigano, un gitano que regresa a su Río de Janeiro natal. El libro, publicado en una pequeña editorial independiente con una discreta tirada, se agotó en cuestión de semanas. Al cabo del tiempo, Johnny Depp llamó a su amigo y le propuso recuperar la novela en su propio sello, Harper Perennial. Shaw aceptó y empezaron a llegar las críticas elogiosas: Jim Jarmusch, Iggy Pop, Marilyn Manson, Robert Crumb

«Yo soy yo, y Bukowski era Bukowski. No trato de imitarle. Además, mi vida fue mucho más interesante»

Seis años después de todo aquel frenesí de mitología norteamericana, la novela llegó a España gracias a Sexto Piso, editorial que ha aprovechado una visita de Shaw a Finlandia, donde acaba de aparecer el libro, para invitarle a hacer una parada en nuestro país. Apenas 48 horas en las que el autor, acostumbrado a vivir en una especie de perpetuo jet lag (tiene casa en Nueva York, Los Ángeles y Río de Janeiro), hace un hueco a ABC para charlar en el estudio de tatuajes La Mano Zurda, en pleno centro de Madrid. «Empecé a escribir con catorce años. Durante mucho tiempo, la escritura quedó a un lado, pero publicar un libro era mi sueño. Hace veinte años, pensé en dejar el mundo del tatuaje para dedicarme a escribir y ahora soy escritor a tiempo completo», confiesa, mientras da una calada tras otra a un cigarrillo electrónico.

Un proceso natural

Pero, ¿cómo se convierte un tatuador, exdrogadicto, en escritor a tiempo completo? «Fue un proceso muy natural. Mientras tatuaba, escribía. Un día me di cuenta de que no podía hacer todo y tenía que escoger. La escritura y la lectura siempre fueron una gran parte de mi vida», asegura. Eso sí, Shaw es consciente de lo alejados que están ambos mundos: «La mayoría de tatuadores son prácticamente analfabetos, yo soy otra cosa», zanja. Esa «otra cosa» se ha ido forjando a lo largo de los años, en un periplo vital que le llevó hasta Río de Janeiro, escenario central de «Narcisa». De hecho, a los 20 años adquirió la nacionalidad brasileña. «Este libro tiene todo que ver conmigo, porque si un escritor escribe de forma auténtica, su visión se basa en su experiencia en la vida. Lo que un escritor escribe es lo que ve, es lo que siente, es lo que vive».

«El espíritu creativo viene de un estado de conciencia mucho más allá de la nube de pedo que te proporciona la droga»

Hace casi veinte años que Shaw no prueba las drogas, pero reconoce que «la experiencia de ser exdrogadicto es algo que uno retiene siempre en su memoria, en su perspectiva sobre la vida, sobre su evolución personal». La idea romántica, y muy beat, de alcanzar la inspiración mediante la ayuda de sustancias no le convence. «Yo pensaba así cuando me drogaba, pero es una excusa, más que una necesidad. El espíritu creativo viene de un estado de conciencia mucho más allá de la nube de pedo que te proporciona la droga». En «Narcisa» la adicción (al crack, al sexo) es, casi, un personaje más en ese camino hacia la autodestrucción; reflejo, por otra parte, del «mundo envenenado» en que vivimos. «Es el resultado de la tecnología, de la globalización. Cada uno se protege de la manera que puede. Yo me crié en la calle, y eso tiene mucho que ver con la manera en la que escribo. Yo escribo con la voz de la calle, porque mi escuela fue la calle».

Bukowski y Trump

En esa escuela, uno de sus primeros maestros fue Bukowski. Se conocieron a principios de los 70. Shaw dio con su dirección, a través de un periódico local, y se presentó en su casa. «Lo admiraba. Tuve oportunidad de conocerlo, la aproveché y cultivamos la amistad. Fue una influencia muy grande en mi visión de la función del escritor, que siempre debe escribir con honestidad», recuerda. Sin embargo, no está muy de acuerdo con esa etiqueta, que le colgaron hace unos años, de «nuevo Bukowski». «Es muy irrespetuoso para él y un poco limitante para mí. Si quieren definirme así, me parece bien, porque así tal vez despierte el interés de los lectores. Pero yo escribo a mi estilo, no trato de imitarle. Él fue una influencia entre muchos. Yo soy yo, y Bukowski era Bukowski. Además, mi vida fue mucho más interesante que la de Bukowski, porque él nunca salió de su barrio, era un tipo que llevaba una vida bastante aburrida».

«Trump es la consecuencia natural de la ignorancia global. Sólo Dios sabe lo que va a hacer ese loco»

Hablando de aburrimiento, a Jonathan Shaw le produce bastante sopor charlar sobre Donald Trump y, sin embargo, se moja sin reparos. En su opinión, su victoria en las elecciones del pasado noviembre en Estados Unidos fue «el resultado de un gran equívoco del ser humano». «La gente está harta del jueguito político, de la corrupción, y eligieron a otro tipo de monstruo, en rebeldía contra los monstruos de siempre. Dijeron: “Ya que estamos en el infierno, vamos a elegir al propio diablo para ver si pasa algo diferente”. Pero nunca va a pasar nada diferente, porque la gente es ignorante. Por eso hay políticos insanos, porque el pensamiento colectivo es insano. Trump es la consecuencia natural de la ignorancia global. Sólo Dios sabe lo que va a hacer ese loco».

Entretanto, Jonathan Shaw se muestra pesimista y, si me apuran, un poco catastrofista. Su visión del futuro se acerca más a esas novelas distópicas que, autores como él, escriben, posiblemente como advertencia de lo que un día, quizás, pueda llegar a pasar. «Si la humanidad no cambia de conciencia, su relación con la naturaleza, con las leyes naturales, si el ser humano no cambia, es mejor que se destruya de una vez, porque ahora somos como un cáncer para el mundo, destruimos todo, somos como cucarachas». Lo dice alguien que no escribe «para complacer a los otros, ni para ganar dinero»: «Si quiero ganar plata, puedo robar un banco, pero eso tiene consecuencias. Yo escribo por amor. Es una necesidad espiritual. Lo hago con honestidad y autenticidad, y eso es lo que impresiona a los lectores», remata, y da una última calada al cigarrillo electrónico.

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