Estatua de Velázquez, obra de Aniceto Marinas, en la entrada del Museo del Prado
Estatua de Velázquez, obra de Aniceto Marinas, en la entrada del Museo del Prado - Maya Balanya

Aniceto Marinas: El retorno de uno de los grandes escultores de la historia de España

Antonio Horcajo presenta la monografía sobre toda su obra en la Biblioteca Nacional

Valladolid Actualizado: Guardar
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Aunque todos conocemos alguna de las esculturas de Aniceto Marinas (1866-1953), no muchos recuerdan su nombre. Es autor de las más importantes obras que adornan Madrid (Velázquez, Eloy Gonzo, Alfonso XII...)y otras ciudades. Y ahora su olvido será conjurado por la exhaustiva monografía que Antonio Horcajo ha preparado y que será presentada el próximo día 8 de junio en el salón de Actos de la Biblioteca Nacional. Tendrá dos presentadores de lujo: Leticia Azcue, jefa de escultura del Museo del Prado, y el académico Pedro de Navascués.

Marinas, como Miguel Ángel, siempre quiso ser escultor. Fue académico de Bellas Artes de la Real Academia de San Fernando y sacó cátedra en la escuela de Artes y Oficios de Madrid. De un escultor, para la historia, sólo persiste esa memoria hueca del bronce vaciado. Porque España tiene una mala memoria de bronce en casi todas sus calles que una vez ideó, esbozó y llevó a cabo algún artista hoy olvidado. A los visitantes del Museo del Prado, cuando se fotografían frente al «Velázquez» les pregunta Antonio Horcajo con picardía «de quién es la escultura». «De Velázquez, hombre», responde airado un turista. «¿Y el escultor de la obra?», replica. «¡Ah, eso ni idea!».

Antonio Horcajo presenta su libro «Grita el bronce. Habla la piedra. Reza la madera. Una memoria entorno a la vida y obra del escultor Aniceto Marinas (Segovia, 1866 - Madrid 1953)». Un propósito casi pedagógico el que se ha marcado, como presidente del Centro de Estudios Segovianos en Madrid. Quiere recobrar la memoria de uno de sus paisanos al que trató por extenso durante los tres últimos años de su vida.

«El Cascorro»
«El Cascorro»- Maya Balanya

Madrid, en palabras de Umbral, «es un invento de sus escritores». Pero hablando con el autor de este volumen se cae en la cuenta de que Madrid, también, es un invento de sus escultores. Y a ese invento, en cierta medida, ha contribuido Aniceto Marinas. «A raíz de la perdida de Filipinas los escultores de la generación del 98 se encargaron de sacar a la calle la Historia para que el pueblo la viera y se enorgulleciera de ella. Esos escultores ahora son tratados con un injusto olvido», afirma Horcajo.

El artista consideraba su mejor obra el grupo «Las Cortes de Cádiz», o eso confesó en 1950 en entrevista al «Adelantado de Segovia». Pero su «Velázquez», frente al Museo del Prado, quizá sea una de las estampas más reconocibles. Un trabajó que le llevó más tiempo en la silla concibiéndolo que ejecutándolo. Prueba de ello son las semanas que pasó sentado frente al museo observando el lugar donde se colocaría la escultura. Marinas se marcó la preclara misión de que no estorbara al conjunto arquitectónico del museo. Cuando le preguntaron cómo debían colocar la escultura afirmó: «Con un simple dado de piedra, para que se pueda conversar directamente con Velázquez». Y es que «a mí lo que más tiempo me lleva es la paciencia de la silla».

Aniceto Marinas
Aniceto Marinas- ABC

La escultura de Marinas «ha sido una lección de historia en bronce para la gente analfabeta. Esas esculturas hablan para el pueblo». En su cruzada pedagógica por recuperar la memoria de estos escultores afirma Horcajo que «las instituciones deberían adoptar la memoria de estos artistas. Organizar conferencias, exposiciones... Hay muchos caminos». La estatuaria española tiene un momento cumbre en el XIX cuando los ayuntamientos quieren recordar las más importantes efemérides. «Ahora deberíamos rescatar aquello».

Cuenta Horcajo que los últimos tres años el escultor de «Hermanitos de leche» se encontraba muy sólo. «Hablando de la “Soledad al pie de la Cruz”, le interrogaba yo sobre si esa era su soledad». «No se equivoque, esa obra ya no es de Marinas», defendía el propio artista. «Espiritualmente es de quien las observa».

Pero también hay obras importantes en Segovia, su ciudad natal, como la estatua de Juan Bravo junto al Torreón de Lozoya, en la Plaza de San Martín. Y en Teruel dejó el friso de los célebres Amantes. Cabe recordar que es el autor del grupo escultórico del Cerro de los Ángeles, en Getafe, que fue destruido en la Guerra Civil. El libro de Horcajo recorre la totalidad de su obra. Marinas también esculpió tallas religiosas. Como pasaba los veranos en Las Navas del Marqués (Ávila) regaló a la localidad varios crucificados salidos de su gubia después de que los que había fueran quemados durante la Guerra Civil. Porque como dejó escrito en su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, igual que en el 98, «España tiene que salir adelante».

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