EN MUCHAS PALABRAS

Valeria Bergalli: «Hoy asistimos a una especie de tiranía de la novedad»

La editora argentina afincada en Cataluña es fundadora de la editorial Minúscula. Con ella hablamos de su perspectiva acerca de la edición literaria

Valeria Bergalli Editorial Minúscula

Pablo Delgado

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua «minúscula» consiste en aquello de muy pequeñas dimensiones, o de muy poca entidad. Si lo aplicamos a una letra quiere decir que es menor que la mayúscula y por lo general de forma distinta. Esto último define perfectamente a la editorial Minúscula , capitaneada por Valeria Bergalli (Buenos Aires, 1962), lleva ya casi veinte años como editorial independiente en el panorama del libro en español.

Desde un especial amor por los libros, constatado a través de esa alusión a la letra minúscula como consecuencia de proponer textos sin recurrir a estridencias, ha conseguido construir un catálogo sólido y atractivo, en el que la pasión y el entusiasmo son formas predominantes que llevan a sus lectores a la curiosidad y el enriquecimiento intelectual. Desde el rigor en sus traducciones, pasando por una edición cuidada y con un diseño atractivo de cada colección, la editorial es una de las más consolidadas del panorama literario de nuestro país.

¿Qué es para usted el libro?

No concibo la vida, la mía y la de los demás, sin los libros. Con ellos aprendí a pensar y también a imaginar.

¿Y la edición literaria?

Roberto Calasso, el gran editor italiano, dice que escribe los textos de contracubierta «como cuando se presenta un amigo a otro amigo». En esta frase tan breve está resumida la esencia del trabajo editorial: todo aquello que se hace para cuando, por fin, presentamos ese amigo o amiga a quien tanto apreciamos a otro amigo al que queremos. Deseamos que se gusten, que se caigan bien. A veces hasta se enamoran.

¿Qué le llevó a fundar la editorial Minúscula en el año 1999? Cuéntenos ¿cómo ha sido la experiencia desde el comienzo y su evolución editorial durante estos años?

Minúscula nació en 1999 y los primeros libros (« Las ciudades blancas », de Joseph Roth, y «Verde agua» , de Marisa Madieri) se publicaron en octubre del 2000. Nació con el objetivo de publicar determinados libros con pasión, con entusiasmo y con curiosidad intelectual. Y quiero subrayar este último aspecto porque por lo general se suele poner el acento en el entusiasmo –con toda la razón, por cierto, porque sin él sería imposible dedicarse a la edición de esta manera-, pero no se destaca lo suficiente la curiosidad intelectual, que, al menos en nuestro caso, es la que nos lleva a publicar ciertos títulos.

Recuerdo muy bien los años previos: al entrar en las librerías tenía la impresión de que allí imperaba una cierta tendencia a la uniformidad, que, como lectora inquieta, me atraía mucho alterar. Estaban los grandes grupos por un lado y las editoriales medianas, ya muy asentadas, por el otro. La pugna por la hegemonía se daba, sobre todo, en el campo del mainstream. No abundaban las propuestas con un perfil singular, arriesgado. Y eso en un momento que reclamaba propuestas editoriales que hicieran el esfuerzo de ofrecer pistas con las que orientarse en un mundo cada vez más complejo, que cambiaba a un ritmo vertiginoso.

«Una editorial es un punto de vista sobre la literatura y el mundo»

La alteración de esa uniformidad se produjo de la mano de una ruptura que me atrevo a denominar «respetuosa»; es decir, el puñado de editoriales que surgieron entonces, entre ellas la nuestra, no buscaron colocarse en el campo que ocupaban los sellos hegemónicos o los que pretendían serlo, sino que se insertaron en los resquicios que abría la pugna que todos ellos mantenían por la hegemonía. En nuestro caso, por ejemplo, intentamos explorar campos de la narrativa entonces no tan transitados y organizamos nuestro catálogo de una forma poco habitual para la época (véanse los criterios que subyacen a nuestras colecciones).

Además, nuestros libros intentaban distinguirse de los de otros también desde el punto de vista físico (véase, por ejemplo, el formato de los volúmenes y el bitono de las cubiertas originales). Una aclaración: «resquicios» no es lo mismo que «márgenes», puesto que nunca quisimos ser una editorial «marginal», sino distinta, singular. Prueba de ello, creo, es que pese a nuestro tamaño y a nuestros modestos recursos, siempre optamos por ser ambiciosos, tanto por lo que respecta a la calidad de nuestros autores y publicaciones como a nuestros objetivos en relación con la distribución y la exportación de nuestros libros.

«Los libros, por naturaleza, tienen un ritmo lento: tienen que ser leídos y digeridos para que se produzca una reacción»

Minúscula, entonces como ahora, es una editorial independiente volcada en la configuración de un catálogo literario que quisiéramos sólido y atractivo. Es decir, nos esforzamos por presentar las obras en ediciones cuidadas, con traducciones de calidad y un diseño elegante. En estos dieciocho años hemos publicado libros como el mencionado Verde agua, de Madieri, LTI. «La lengua del Tercer Reich» , de Victor Klemperer, «El sexo y el espanto», de Pascal Quignard, o Crónicas berlinesas, de Joseph Roth.  Publicamos seis colecciones (Paisajes narrados, Alexanderplatz, Con vuelta de hoja, Tour de force, Micra y Microclimes, las primeras cinco en castellano, la última en catalán) en las que el criterio de discriminación no es el género literario: en ellas conviven la narrativa, el ensayo, la autobiografía, etc. Los límites de las colecciones no los fija el género al que pertenecen los textos, de distintas épocas y procedencias; lo que más nos preocupa es que sean obras que puedan entrar en diálogo entre ellas. Me gusta pensar que construir un catálogo no significa añadir un libro a otro libro, sino crear una constelación de libros.

Siempre nos ha apetecido construir un catálogo en el que puedan también tener un lugar autores singulares, cuya obra no se inscribe en una corriente determinada, escritores que han abierto territorios nuevos desde su condición de excéntricos. Tenemos muy presente la experiencia de aquellos lectores a los cuales les gusta «descubrir» autores nuevos, tener una intuición al coger un volumen en una librería y se sorprenden con sus páginas. Nos gusta esa sensación de sorpresa y lo que más deseamos es poder proporcionarla a los lectores de Minúscula.

¿Cuáles han sido o son sus referentes en la edición?

Más allá de nombres más obvios como los de algunos extraordinarios editores italianos y alemanes (países en los que crecí), me gusta citar, como fuente de inspiración, a Virginia Woolf y su Hogarth Press. Modelos más cercanos en el tiempo son Elvira Sellerio, de la editorial italiana Sellerio, y Katharina Wagenbach-Wolff, de la diminuta editorial berlinesa Friedenauer Presse, que dirigió hasta 2017. Pero también me gustaría mencionar a mi presunta antepasada Luisa Bergalli, que en la Venecia del siglo XVIII editó una valiosísima antología de mujeres poetas.

«La lengua del Tercer Reich» Ed. Minúscula

El editor ¿qué papel tiene en la cultura? ¿Tiene una llave del conocimiento al hacer selección de textos que se dan a conocer a los lectores?

Una editorial es un punto de vista sobre la literatura y el mundo. Ahí radica la responsabilidad del editor o editora. La de configurar un catálogo que articule ese punto de vista. De manera más concreta que teórica, es decir, más de acuerdo con cómo concibo yo mi actividad de editora que en términos de un editor ideal, me atrevo a decir que en nuestro catálogo se refleja un especial interés por escritores que, en épocas decisivas, descifraron con gran sensibilidad el signo de los tiempos. Pienso en Varlam Shalámov, Victor Klemperer, Hans Keilson, Rachel Bespaloff, Anna Maria Ortese, Joseph Roth, etc. Pero también en Paula Porroni (Buena alumna), Gonzalo Maier (Material rodante, El libro de los bolsillos) o Aleksandra Lun (Los palimpsestos) para hablar de los más jóvenes, porque nuestro reto para los próximos años es reconocer también a los autores que lo hacen en la actualidad.

Usted como editora ¿qué busca en una novela o en un ensayo para incorporarlo al catálogo de la editorial? ¿Cómo hace la selección de los títulos?

En términos ideales, vale para esta pregunta la respuesta que he dado a la anterior: busco textos que consigan descifrar el signo de los tiempos (los tiempos en que vivieron los autores o los tiempos del futuro: hay textos realmente grandes, como los de Kafka, que anticiparon acontecimientos o procesos históricos que tuvieron lugar más tarde). En el caso de obras del pasado, me interesan los textos que se mantienen vigentes debido a que nos ayudan a interrogarnos sobre la contemporaneidad. Cuando publico un autor de hace ochenta o noventa años, lo que me interesa es la capacidad de ese autor o de esa autora de establecer un diálogo con lo contemporáneo. Me interesa un autor del pasado en la medida en que nos dice también algo del presente. En este sentido, un autor del pasado puede ser tan contemporáneo como un escritor actual porque plantea preguntas que nos parecen significativas o manifiestan una sensibilidad que nos resulta próxima.

Por otra parte, como nuestro catálogo está organizado por colecciones, los textos que publicamos deben poder reunir algunos requisitos para que puedan ser incluidos en una de ellas.

Gallimard decía que el éxito en la selección de libros es atreverse a escoger y saber esperar. ¿Ha publicado siempre lo que ha querido? ¿Qué texto le hubiera gustado publicar y aún no ha podido?

Todo lo que he publicado, lo he publicado convencida de querer hacerlo, es decir, he querido publicarlo. No sabría hacerlo de otro modo. Por el contrario, en numerosas ocasiones no he podido acceder a textos que me habría gustado que formaran parte de Minúscula. A veces porque no he podido ofrecer un anticipo más alto que otro editor o porque no fui lo suficientemente rápida, o porque sabía que no podría publicar el libro hasta mucho más adelante y el autor o la autora tenían prisa por verlo en la calle. Más allá de eso, y no es ningún secreto, un libro que querría publicar –por razones obvias- es Berlin Alexanderplatz, de Alfred Döblin. Para incluir en nuestra colección Alexanderplatz, por supuesto.

¿Qué recuerdos tiene de sus primeros títulos como «Las ciudades blancas» de Joseph Roth y «Verde agua» de Marisa Madieri? ¿Cómo fue el proceso para su publicación?

A toro pasado puedes ver claramente como hay algo más que solo casualidades en la elección de un libro. Me parece que en la publicación del libro de Marisa Madieri estaban ya las preguntas que son recurrentes en el catálogo: la cuestión de la identidad, el papel de la frontera, el exilio, el peso de la infancia, la mirada sobre los paisajes, etc. El posfacio de Claudio Magris pone de manifiesto todo eso de manera brillante.

«Separar textos y colocarlos en compartimentos estancos siempre me ha parecido que juega en contra de la literatura»

Roth y Madieri son representativos de una serie de interrogantes presentes en el catálogo de Minúscula, interrogantes que fueron formulados con especial sensibilidad por escritores de un área geográfico-cultural que podríamos denominar centroeuropea, aunque me parece importante subrayar que en el catálogo no nos hayamos limitado a publicar escritores de esa área. En el caso de Roth, además, su publicación respondía a mi interés por dar a conocer su faceta de cronista. Hasta ese momento, en España, Roth era conocido como novelista y yo quería que se conociese su trabajo como periodista: primero publicamos Las ciudades blancas, luego Crónicas berlinesas y Viaje a Rusia. Es difícil afirmar que Roth es mejor cronista que novelista, sobre todo teniendo en cuenta La leyenda del santo bebedor, por ejemplo. Sin embargo, aun gustándome mucho toda su obra, debo decir que el Roth cronista es el Roth que más me apasiona y de allí el particular interés por publicar, entre los primeros títulos de Minúscula, Las ciudades blancas. Además, este libro es representativo de otra vía de aproximación al interrogante que está en la base de la colección Paisajes narrados, es decir, la curiosidad por la mirada literaria sobre los paisajes. Y digo mirada literaria refiriéndome al Roth cronista porque al publicar Las ciudades blancas y sus otros títulos lo que estábamos afirmando es que la crónica es literatura. En Minúscula, desde el principio, hemos hecho lo posible por no distinguir entre géneros. Lo de separar textos y colocarlos en compartimentos estancos siempre me ha parecido que juega en contra de la literatura. Además, hay que tener en cuenta que la propia novela cada vez es más difícil de clasificar en cuanto se está haciendo más digresiva, más ensayística… de la misma manera que el ensayo está tendiendo cada vez más a lo narrativo. En fin, hay una confluencia entre los géneros --que no comenzó ayer, por cierto, pero de la que los lectores están tomando cada vez más conciencia-- y encerrar los textos en colecciones de narrativa, ensayo o periodismo empobrecería, en mi opinión, la propuesta que hacemos desde la editorial.

«Verde agua» Ed. Minúscula

En cambio, Marisa Madieri, con su relato-diario Verde agua, era una desconocida para los lectores de aquí. Y con ella, por cierto, muy pronto, pudimos descubrir qué significa dar a conocer a un autor y que, por suerte, su obra sea leída, comentada y compartida. Ambos títulos, por otra parte, aunque no comparten época, estilo, geografía, son bastante representativos del tipo de textos que nos estimulan, es decir, aquellos que, sin renunciar a la narración, exploran caminos distintos de los de la novela. Aunque esto, por supuesto, no significa que renunciemos a publicar novelas, como muestra el catálogo.

¿Qué ingredientes o componentes debe tener una editorial para llegar a ser vista por el lector como un ideal de calidad?

Además de un punto de vista sobre la literatura y el mundo, me imagino una editorial como una casa. Y el lector debe poder entrar en esa casa a través de las distintas puertas, correspondientes a las colecciones, si las hay, y debe poder circular por las distintas estancias; el objetivo final es que el lector quiera quedarse a vivir en esa casa o permanecer en ella el máximo tiempo posible, o sea, que se establezca una continuidad en la relación del lector con la editorial y sus propuestas. Para que eso ocurra, la editorial, además de llevar a cabo una minuciosa selección de obras, debe poder proporcionar a los lectores una experiencia de lectura satisfactoria: textos (originales o traducciones) cuidadosamente editados, bien presentados (paratextos elegantes y útiles, que responden al espíritu de la obra) y en volúmenes dignamente impresos.

El catálogo editorial de Minúscula se basa principalmente en textos traducidos ¿Se le debería dar mayor relevancia a la figura del traductor? ¿Cómo valora la situación de la traducción en España?

En el proceso de edición, tal como yo lo entiendo, la traducción ocupa un lugar importantísimo. La traducción, como parte integrante del proceso literario, me parece fascinante. Es el eslabón que permite que una obra acceda a la literatura universal. Traducir es una labor creativa y difícil. Me interesan todos los aspectos relacionados con ella, quizá porque ya muy pronto entré en contacto con otras lenguas. Para nosotros, la elección del traductor idóneo es de gran importancia. En cuanto a la situación de la traducción en España, hay gente valiosísima, muy formada, también entre los más jóvenes (en parte también gracias a traductores más veteranos –pienso en Adan Kovacsics, Ricardo San Vicente, etc.- que se han tomado muy en serio la formación de los profesionales más jóvenes), pero hay todavía muchísimo por hacer en el ámbito del reconocimiento de esa labor.

¿Qué opina de la crítica literaria? ¿Es necesaria para dar a conocer a los autores y sus obras?

No me gusta generalizar, pero está costando reconocer cuáles son los criterios que guían a la crítica que se hace habitualmente; quizá la crítica ahora está en otra parte y esta parte todavía no ha aflorado del todo. O eso espero. Porque no es que la crítica literaria sea necesaria, sino que forma parte del proceso literario. Lo que ocurre es que interrogar los textos forma parte de un modo más general de preguntarse –con rigor intelectual y cierta finura conceptual- por el tiempo que nos ha tocado vivir y lo cierto es que esa mirada crítica más general parece estar ahora más ausente que presente, por lo que no es extraño que la crítica literaria se resienta.

«Construir un catálogo no significa añadir un libro a otro libro, sino crear una constelación de libros»

Por otra parte, hay que distinguir entre crítica y la aparición en los medios de comunicación. Son cosas muy distintas. La segunda ayuda, por supuesto, porque el mero hecho de que un libro salga en un medio, y de forma destacada, supone que muchos lectores van a enterarse de que ese libro existe. En este sentido, los medios son importantes.

Además del texto hay otros elementos que forman el libro, como es el diseño. ¿Qué opinión tiene del diseño editorial? ¿Qué valor tiene para usted en el libro?

El diseño editorial tiene muchos papeles, todos importantísimos. No solo debe posibilitar que los lectores tengan la mejor experiencia de lectura posible (la máxima legibilidad y durabilidad, buenos materiales, etc.), sino que también ayuda a conformar la identidad de un sello y a comunicarla. Hay que ser consciente de lo que el diseño trasmite y, si es lo que pretendía, potenciarlo, si no lo es, corregirlo. En nuestro caso, empezamos con una colección, Paisajes narrados, de un formato más pequeño de lo que entonces era habitual. Y lo hicimos por varios motivos. Primero, por nuestro nombre. Una editorial que se llama Minúscula no puede empezar poniendo en las librerías volúmenes de gran formato. Segundo, porque enseguida hablamos de “libros de compañía”, libros que, sin ser de bolsillo (por tratarse de textos inéditos, presentados en volúmenes cosidos, con solapas, con un buen papel, un interlineado bastante generoso, etc.), permitían ser llevados a todas partes, a lo largo de todo el día. Se trataba de insistir en la idea de integrar la lectura en la vida cotidiana. Por lo tanto, nada de tapas duras, ni de esquinas puntiagudas. Hemos seguido siendo fieles a esa encuadernación (rústica cosida con solapas), aunque, con los años, hemos experimentado con otros formatos (algo mayores en otras tres colecciones e incluso menor en otra más reciente).

Cuando entramos en una librería las mesas están repletas de novedades. ¿Cree que hay demasiados títulos publicados? ¿Algunos van más a la cantidad que a la calidad?

Por edad, soy de las que se formaron como lectoras en las librerías de fondo. Se iba a mirar y comprar todo tipo de libros, no solo a buscar la novedad, y la librería tenía tanto fondo en exposición que era posible encontrar casi cualquier tipo de libro y sobre casi cualquier tema. Hoy en día asistimos a una especie de tiranía de la novedad. Con esto no quiero decir que considere las novedades como algo nocivo, pero sí que creo que, en los últimos años quince-veinte años, las librerías –y de rebote los lectores- han padecido una aceleración imparable de circulación de libros, una circulación que no da tiempo a los libros para que se asienten. Los libros, por naturaleza, tienen un ritmo lento: tienen que ser leídos y digeridos para que se produzca una reacción, que puede ser de entusiasmo o de indiferencia. Y, sin embargo, muchas veces nos encontramos con que los libros se quedan tan poco tiempo en las librerías que, cuando ya han sido leídos por aquellos lectores que se han entusiasmado y empiezan a recomendarlos a otros, ya no se encuentran. Claro que se pueden recuperar y pedir, pero a veces ya es tarde. Y todo esto viene motivado, como decía, por cierta tiranía de la novedad resultado de dinámicas que buscan obtener no solo el máximo rendimiento, sino hasta beneficios imposibles en la industria del libro. Esas dinámicas son las responsables de la sensación de «los demasiados libros». Se trata de dinámicas tan instaladas que, si quisiéramos cambiarlas, las consecuencias financieras que tendría este cambio serían terribles para muchos en un primer momento. De ahí que se perpetúen.

Según el último informe de lectura de 2017 en los últimos 15 años ha subido el índice de lectura, pero por otro lado según el CIS, casi un 40 por ciento de los españoles no llega a leer un libro en todo un año. Los editores insisten en la necesidad de desarrollar políticas de fomento de la lectura y de protección de la propiedad intelectual. ¿Cómo? ¿Qué opinión tiene al respecto?

Y eso contrasta con la enorme riqueza editorial que podemos ver en las librerías; las propuestas nunca han sido tan variadas, algo que es muy positivo para los lectores, pero también para los libreros, que ahora tienen un enorme campo donde escoger y así dar forma a propuestas más variadas. Sin embargo, es imposible no preguntarse: ¿para quién se está editando? A mí me parece muy bien todo el trabajo que se ha hecho y bienvenido sea, pero también nos tenemos que preguntar para quién editamos. Tenemos cierto grado de responsabilidad en la creación de nuevos lectores, que es la gran tarea pendiente. España, por razones históricas, nunca ha tenido una gran tradición lectora. Es una responsabilidad relativa porque debería ser el cometido de quienes diseñan las políticas educativas, pero no podemos mantenernos al margen. La sensación que se tiene es que la mayoría de las nuevas propuestas, muchas de gran interés, se dirigen a un determinado tipo de lectores, siempre el mismo, que no parece aumentar. Y, por lo tanto, habrá que preguntarse, como editores, qué podemos hacer para ampliar la base lectora sin perder un ápice de vocación cultural a la hora de publicar. A veces, lamentablemente, se da por supuesto que para llegar a más lectores hay que renunciar a la calidad. No estoy de acuerdo.

«Busco textos que consigan descifrar el signo de los tiempos»

Parece que el libro digital no está ganando tanto terreno al libro en papel en España. ¿Qué opina de la edición digital, es una amenaza para los editores o una oportunidad? ¿Cuál es la posición de Minúscula ante lo digital?

Una posición bastante escéptica, incluso fría, si se me permite la expresión. Y lo fue desde el primer momento. Nunca creímos que sería una amenaza para el libro en papel, por más que, hace unos años, decir eso suponía que te dijeran, desde distintos foros, que estabas anclada en el pasado. Los medios de comunicación no ayudaron, además, se posicionaron casi todos a favor de esa versión que luego se ha visto que no tenía demasiado fundamento. Hicimos los deberes, de todos modos, y adquirimos el conocimiento (técnico, legal, etc.) necesario para movernos en el terreno de lo digital, pero lo cierto es que sin tanto entusiasmo como en el del libro impreso.

¿Ve la figura del editor amenazada por las múltiples plataformas de autoedición que han aparecido en el sector durante los últimos años?

En absoluto, y menos si pensamos en la edición como selección o filtro. La autoedición es todo lo contrario. Esto no significa, sin embargo, que grandes obras no puedan ver la luz autoeditadas. Ha ocurrido en el pasado y puede volver a ocurrir. Son, sin embargo, agujas en pajares.

¿Qué le gustaría alcanzar a nivel editorial en los próximos años?

Antes me refería al ritmo desquiciado de rotación de los libros en las mesas de novedades, producto de la búsqueda por parte de las grandes empresas, tanto del campo de la edición como de la comercialización, de una tasa de beneficio más alta, atípica en el sector. El impacto de la aplicación de esta dinámica en el mundo de la cultura en general y de la edición en particular ha sido perjudicial. Los desafíos se acumulan. Debe hacerse un enorme esfuerzo suplementario para que el necesario feedback entre lectores, libreros y editores que comparten inquietudes y tienen una vocación cultural afín no quede únicamente en manos de la buena voluntad de unos y otros. Además de afianzar los lazos con nuestros «socios implícitos», es decir, los lectores que nos siguen y los libreros que conocen nuestro fondo, desearía ir sumando nuevos lectores fieles y profundizar la relación con los libreros. Encontrar la manera de establecer vías dinámicas, pero estables de comunicación con las librerías.

Para terminar, ¿qué tres libros de su catálogo recomendaría leer sin falta?

Ni de lejos podía llegar a imaginar, en 2001, lo que significó la publicación de «LTI. La lengua del Tercer Reich», de Victor Klemperer, pero sí tengo muy claro lo que supuso para mí cuando lo leí por primera vez hace una pila de años: una revelación y la certeza de que sería un libro que me acompañaría toda la vida, un libro al que volvería una y otra vez, en busca de respuestas, pero también de preguntas. Y lo extraordinario es que, a medida que pasa el tiempo, se revela cada vez más necesario para desmontar los mecanismos del lenguaje de aquellos que pretenden explicarnos el mundo de acuerdo con sus intereses. Los otros dos que recomiendo leer son «Verde agua», de Marisa Madieri, y uno que en realidad son seis: «Relatos de Kolimá», de Varlam Shalámov. Una obra cumbre del siglo xx.

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