Cesare Zavattini, autor de «Cobijarme en una palabra»
Cesare Zavattini, autor de «Cobijarme en una palabra»
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Lo políticamante incorrecto de Zavattini

Zavattini, Za para los amigos, fue autor de cincuenta poemas, amén de guionista del neorrealismo italiano

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Lo dialectal en Italia es mucho más que un hecho lingüístico: es una realidad literaria también. Cesare Zavattini (1902-1989), Za, como lo llamaban sus amigos, fue una de esas personalidades polifacéticas que en Italia, con cierta frecuencia, se suelen producir: periodista, narrador, dramaturgo, pintor, poeta y guionista de películas canónicas del neorrealismo como «Ladrón de bicicletas», «Milagro en Milán» o «Estación Términi», entre otras surgidas de aquel irrepetible tándem que formó con Vittorio De Sica y que hicieron del cine un espectáculo poético e histórico a la vez.

Como explica Alonso Ibarrola en el retrato y recuerdo que conforman su epílogo, Za fue «una personalidad literaria sacrificada» en aras de la atracción y exigencias del cine, en el que encontró uno de sus mejores modos de expresarse.

Traducido por novelistas como Sánchez Ferlosio y Marsé, admirado por García Márquez -que lo definió como «un italiano imaginativo y con un corazón de alcachofa que infundió al cine de su época un soplo de humanidad sin precedentes»- fue autor también de cincuenta poemas escritos en el dialecto de su tierra y publicados en 1973, que el poeta Juan Vicente Piqueras vierte ahora a nuestro idioma.

Sal gruesa fenicia

Heredero de la sal gruesa de los versos fesceninos, de Catulo y de toda la «iocatio» itálica, sus poemas se mueven con soltura en la tradición del antiguo epigrama, que en ocasiones desarrolla hasta convertirlo en elegía. Maestro de la tonalidad, la lengua es su principal protagonista, y de ella y del sentimiento íntimo de ella, extrae tanto las coloraturas de su persona poemática como las claves y registros de una fabla en la que impera el nivel lingüístico conversacional: «Frases que escuché de niño / están sucediendo ahora en mi piel». Admite, pues, tanto el chiste como la blasfemia y a veces -como no podía ser menos tratándose de un guionista de su talla- sus textos adoptan la forma del relato, y no pocos de ellos focalizan situaciones y escenas enmarcadas, más que en la sintaxis de los versos, en la sucesión de los fotogramas. Lo que añade un carácter visual a las peculiaridades de lo acústico. La cultura se le transparenta y conviven en él Góngora y los aqueos de la guerra de Troya. Próximo también a la poesía tabernaria, a la que remiten algunos de sus rasgos, no desdeña tampoco la tentación de lo vulgar, que poetiza como si fuera un goliardo. Lo que no impide que en otras ocasiones opte por la más intensa gravedad y que haga un virtuoso uso del contraste.

Social y políticamente incorrecto para la mentalidad de hoy -como se evidencia en «Una noche», poema por el que hoy podría ser acusado de machismo- su escritura recorre el amplio territorio de la cotidianidad, en la que siempre encuentra puntos de fuga y ángulos de deslumbramiento que sirven de contorno a una muy compleja simplicidad, que se proyecta desde un discurso de cuño preferentemente coloquial («quisiera ser todo oídos para poder oír / las voces de siempre cada vez más lejos») en el que no faltan resonancias de Faulkner («una especie de pesadumbre /como si oyera en el aire/ el martillo que clava mi ataúd») ni tampoco profecías irónicas como «En el 2000».

Relativismo cercano

Pero en su fondo late un profundo lirismo en el que se mezclan la confidencia de lo autobiográfico con el descreimiento, y la palabra abrupta con la expresión cordial. Para Zavattini «Lo absoluto es siempre un gran juego de palabras». De ahí que opte por el tipo de relativismo que le parece más cercano a la verdad.

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