La poeta colombiana Piedad Bonnett
La poeta colombiana Piedad Bonnett
LIBROS

Piedad Bonnett, el centelleo del instante

Culta y emotiva, urbana y elegíaca, clásica y actual: así es la poesía de Piedad Bonnett. Buena siempre

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«Supervivencias» -el título de un libro de Luis Izquierdo, publicado en 1970- podría definir muy bien la obra poética de la colombiana Piedad Bonnett (Amalfi, 1951), cuya escritura da exacta cuenta de todo cuanto el hecho mismo de existir comporta. Por eso, la suya es una poesía existencial y metafísica a la vez, que opta por un curso confidencial y narrativo, que utiliza la epístola cuando lo considera conveniente, pero que no renuncia nunca ni al realismo transcendente que imanta nuestra mejor pintura ni al paladeo de la lengua, visible en el ritmo, el fraseo y la modulación de la palabra, tan patentes como principio y mecanismo rector aquí.

Dueña de un universo que conjuga el mejor español de las dos orillas del Atlántico, Piedad Bonnett es autora de excelentes poemas memorables que hacen de ella uno de los más altos nombres poéticos de hoy.

Rica en y por la amplitud y diversidad de sus claves y registros, su discurso es culto y emotivo al mismo tiempo, apasionado y sabio, clásico y actual.

Sabiduría vital

Más que sus libros, impactan sus poemas, que extraen «los venenos de la sangre» y que son tanto una propedéutica como un consuelo para las consecuencias y experiencias del diario vivir. Los de tema amoroso, temporal y elegíaco son los que más interés despiertan, pero resulta difícil optar por unos u otros, pues todos tienen una alta temperatura lingüística y una profunda sabiduría vital: aprendemos en ellos a entendernos a nosotros mismos, a ponernos en la piel más nuestra, que es la de los demás.

Urbana y elegíaca («Tan pocos quedan ya, tantos se han ido»), escuchamos en ella «todo el rumor del mar». Pero el centelleo del instante es el punto desde el que toda su dicción irradia: «El centelleo del instante ilumina / aquello que los hombres buscamos desde siempre / y que los dioses mezquinos se obstinan en no darnos». Y todo lo que es y como tal transcurre lo hace «sobre el cielo de tinta del poema», que es el lugar en que el conocimiento de ello y de nosotros se nos da. De ahí la abundancia de tantos deslumbramientos convertidos de pronto en percepciones y que no excluyen de su orden ni siquiera el caos, en el que se adivina un misterioso orden: «El orden benévolo de un dios / en cuyo sueño nunca existió el hombre». Y junto a ello, y en ello, el sentido y valor de lo doméstico: de las cacerolas, del tazón, de la ventana, la cama o la puerta; de todos los objetos que nos rodean y nos acompañan y que acaso nos sobrevivirán.

Unidad de voz

Lo autobiográfico cobra entidad literaria en «Señales» y en ese animal triste que acaba siendo el cuerpo. La observación directa de la realidad confiere a esta escritura un modo de empirismo, visible en «De viaje», un poema que describe los movimientos de los viejos con una puntual exactitud. Las citas de poetas funcionan como guiños al lector para que sepa bien las coordenadas del territorio textual por el que va a moverse. «Como un árbol» es uno de los pocos poemas rimados, pero la rima es tan asonante que su música no es lo que se oye sino lo que se ve.

Los poemas conversacionales figuran entre las más logradas de sus piezas por el inteligente tratamiento que les da. Y no podía faltar la metapoesía: hay numerosos ejemplos de ello, pero «Campo minado» podría resumirlos a todos.

Piedad Bonnett es buena siempre. Poco importa la forma en que se exprese: lo que en ella admiramos es la unidad de voz que da forma a su mundo. Eso, y su telúrico temblor, su emoción punzante.

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