Novela americana a lo grande. Eso es «Ciudad en llamas»
Un «best seller» de calidad, eso es «Ciudad en llamas». Un ardiente frenesí de calles y subtramas y pasiones encendidas
Actualizado: GuardarHay dos maneras de adentrarse en « Ciudad en llamas», hiperpromocionado debut de Garth Risk Hallberg (suele negarse la anterior, « A Field Guide to the North American Family», «novella» de cámara con fotografías, porque impresiona más un «big bang» que un sinfónico segundo acto), merecedor de adelanto multimillonario y ya vendido al cine.
Una de ellas –la más refleja y automática y sencilla y engañosa– es la de considerarla, apenas, una/otra de las tantas supuestas Grandes Novelas Americanas con que se nos sepulta temporada tras temporada. Lo que sería un error; porque «Ciudad en llamas» no es «Moby-Dick» ni «El gran Gatsby» ni «Lolita». Tampoco es «Stoner», « El mundo según Garp», «American Psycho», «La broma infinita», «Europa Central», « El tiempo de nuestras canciones
», «Árbol de humo» o « Submundo», de Don DeLillo, a la que, en más de un momento, refleja.
El otro y tanto más acertado modo de aproximarse y ser engullido por el ardiente frenesí de calles y subtramas y pasiones encendidas y pirotecnia verbal de «Ciudad en llamas» es el de contener la histeria consumista y consumidora y –como ante «Las correcciones», de Jonathan Franzen, o « El jilguero», de Donna Tartt– exclamar: «¡Qué grande esta novela americana!»
Aliento decimonónico
Y relajarse y ser feliz y pensar que, en un mundo ideal, todos los «best sellers» deberían ser exactamente así: literarios y de calidad. No lo suelen ser, claro (aunque en los últimos tiempos ya se ha disfrutado o se disfrutará de meritorios títulos de esta rara especie como el rescate de «Cuento de invierno», de Mark Helprin; «Los lanzallamas», de Rachel Kushner; «El hijo», de Philipp Meyer; «Breve historia de siete asesinatos», de Marlon James, y «A Little Life», de Hanya Yanagihara).
Demos las gracias, pues, por este pequeño y colosal y metropolitano milagro que un autor de 37 años nacido en la tanto más reposada Louisiana demoró, con modales de famélico turista de aliento decimonónico, seis años en erigir.
Y «Ciudad en llamas» –novela a lo grande sí la hay– es algo imponente más allá de sus casi mil páginas, porque esta ciudad inflamable es Manhattan. Y es la Nueva York al borde de la bancarrota de los decadentes años 70. Y es el infernal Upper East Side de los magnates y los edénicos bajos fondos de la bohemia punk de Patti Smith & Co. Y son, en un extremo, esos fuegos artificiales en el cielo (uno de los momentos clave del libro); y, en el otro, ese Segundo Gran Apagón (el primero fue el de 1965) del 13 de julio de 1977 funcionando como desatado clímax.
Entre uno y otro, paisaje panorámico y reparto coral que bebe hasta la exultante ebriedad del Charles Dickens no satírico de «Casa desolada» (y sus tan convenientes como indiscutibles casualidades y algo de su esquematismo étnico); pero, también, de « Watchmen» y «The Wire» y «Dinastía» y «Taxi Driver» vía Edith Wharton, Thomas Pynchon, Tom Wolfe y James Ellroy.
A la moda
Hay un tiroteo de salida en un Central Park más cercano a la jungla y –como si bailaran un maratoniano minué-pogo–, un gay «de color» que quiere ser escritor y escribir algo «tan grande como la vida» y que se parezca más a «Ilusiones perdidas» y «Rojo y negro» que al minimalismo de moda; y un «punk-rocker» megalómano y pintor heredero adicto a la heroína empeñado en el mural de «el rostro de la ciudad»; y un «broker» de Wall Street con esposa insatisfecha; y un periodista depresivo; y un anarquista al frente de la Falange Post-Humanista; y un adolescente asmático; y una chica en coma; y una banda de culto con un único e irrepetible LP llamado «Ex Post Facto»; y varios «flash-backs» y «flash-forwards» (y tan a la moda como prescindibles juegos/«inserts» tipográficos) que ralentizan y aceleran e iluminan la trama. Y todos y todo están muy bien escrito (aunque se extraña algo de humor entre tanto «pathos») y mejor aún documentado (como contraparte «non-fiction» del mismo lugar y tiempo me permito recomendar aquí « Love Goes to Buildings on Fire», de Will Hermes, que, seguro, Hallberg leyó con cuidado).
Y así se sale y se vuelve de «Ciudad en llamas» como quien retorna de un largo viaje. Feliz de estar de regreso en casa pero, al mismo tiempo, con la impostergable necesidad de recordarlo todo y de no olvidar nada y de llamar a los amigos para decirles «tienes que ir allí ya mismo; y después me cuentas. Te lo vas a pasar en grande y te lo vas a pasar de novela».
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