MÚSICA

La esplendorosa soledad de Zimerman

Uno de los más grandes pianistas de las últimas décadas, Krystian Zimerman, vuelve a protagonizar un disco

en solitario después de más de veinte años

Krystian Zimerman
Stefano Russomanno

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Pese a ganar el prestigioso Concurso Chopin de Varsovia en 1975, le costó a Krystian Zimerman abrirse un hueco entre los mejores pianistas. Había que ver a Zimerman en aquellos años; recordaba a ese compañero empollón que todos hemos tenido alguna vez. Su dominio del piano era indiscutible, pero muchos le achacaban cierta sosería y un escaso carisma. La sensación se acentuó aún más tras la aparición, en el Concurso Chopin de 1980, del pirómano Ivo Pogorelich. Frente a las geniales excentricidades de Pogorelich, Zimerman comunicaba una impresión de músico intachable pero poco personal. No obstante, el tiempo pone a cada uno en su lugar y Zimerman se afianzó progresivamente como uno de los grandes pianistas de las últimas décadas, posición que ya nadie le discute.

Se ha labrado Zimerman una reputación de maniático perfeccionista hasta el punto de que en sus giras viaja siempre con su propio piano. Lo hace, además, en una furgoneta que conduce él mismo; evidentemente, no quiere dejar su instrumento en manos de nadie. Tal vez recuerde todavía con disgusto lo ocurrido en el aeropuerto de Nueva York las semanas posteriores al 11-S, cuando los agentes de aduanas le destrozaron el piano pensando que llevaba algo sospechoso.

Espejo incómodo

Si el perfeccionismo de Gould le hizo inclinarse por la grabación en detrimento del directo, en el caso del pianista polaco ha ocurrido lo contrario. Nunca ha tenido Zimerman una relación serena con el disco. Para él, es un espejo incómodo que le devuelve con el paso del tiempo una imagen en la que ya no se reconoce. Es por esto por lo que decidió retirar del mercado sus primeros registros y se ha empeñado en volver a grabar determinadas piezas a distancia de años (conciertos de Chopin en 1981 y 1999; «Primero» de Brahms en 1983 y 2006).

Graba con cuentagot as Zimerman y lo ha hecho, en los últimos veinte años, siempre de la mano de otros músicos. Para encontrar su último disco en solitario, hay que se remontarse a 1994 («Preludios» de Debussy). No extraña, por lo tanto, que se haya recibido como un auténtico acontecimiento su nuevo registro con las «Sonatas D 959 y 960» de Schubert. Sólo hay que ver la portada: el nombre del pianista es mucho más grande que el del compositor.

Desde mediados de los noventa, Zimerman ha evolucionado hacia un estilo interpretativo que busca iluminar todos los recovecos de la partitura y resaltar las inflexiones más sutiles con un control casi obsesivo del fraseo, las dinámicas y el timbre . El resultado es a menudo asombroso, aunque a veces se echa en falta más naturalidad, como si el exceso de intenciones restase espontaneidad y continuidad al fluir de la música.

Lirismo resignado

Algo de esto hay también en su nueva grabación, pero sin excesos. Es evidente que hay detalles de la partitura cuya traducción sonora obsesiona sobremanera a Zimerman, como los «staccati» (primer movimiento de «D 959») y las notas repetidas (primer movimiento de «D 960»). Hasta tal punto llega su minuciosidad que se ha hecho construir un teclado especial cuyo mecanismo de percusión de los martillos difiere del habitual. El objetivo era conseguir una textura más ligera, cercana a las sonoridades más livianas del piano de la época de Schubert.

Como resultado, esta lectura suaviza los contrastes de otras versiones. Zimerman opta por crear unas atmósferas recogidas donde el dramatismo se atempera en lirismo resignado, subrayando e incluso potenciando el efecto suspensivo de los silencios .

¿Estamos ante versiones de absoluta referencia de estas sonatas? Posiblemente no (después de Richter…), pero el acabado es esplendoroso. Cabe esperar que Zimerman vuelva a la grabación con más asiduidad y que no le dé tantas vueltas a cada disco suyo. Es cierto que pretender esto de Zimerman es como pedir peras al olmo, pero pianistas como él ya quedan pocos.

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