Benidorm (Alicante), septiembre de 1962. Una turista leyendo mientras toma el sol en la playa
Benidorm (Alicante), septiembre de 1962. Una turista leyendo mientras toma el sol en la playa - Álvaro García Pelayo
LIBROS

Las cuatro estaciones de los «best sellers»

Alcanzar la cima de los libros más vendidos no está al alcance de cualquiera, pero es una cota que quieren tocar todos: los buenos y los no tan buenos escritores. Estas son las líneas maestras de los «best sellers» que rigen el mercado editorial

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El verano es el calor y los helados. La jornada intensiva. La playa infinita, colonizada por toallas de colores. Piscinas que reflejan el cielo. El cloro en los ojos y las vacaciones que se esconden al final de los días tachados del calendario. La banda sonora de estos meses de prórroga la ponen el tintineo de las copas en las terrazas que engalanan las ciudades pero también las ruedecitas de las maletas que avanzan sobre el asfalto con la promesa del viaje.

El verano también llega en forma de historias, las historias que caben en las maletas que arrastramos por los adoquines. «Quiero un "best seller" para las vacaciones», decimos al librero. Es decir: deme una lectura facilona, sin complejidad pero que enganche.

Nada de David Foster Wallace a cuarenta grados en la sombra. Buscados y deseados por los editores, esperados por los libreros y devorados por los lectores, los «best sellers», los grandes protagonistas del panorama cultural de nuestros tiempos, son, sin embargo, un género denostado por parte de la crítica y los grandes ausentes de los suplementos culturales. Ken Follet decía que «hay cierto esnobismo sobre eso de que solo lo difícil es bueno» y no le faltaba razón. Porque los «best sellers» no solo son para el verano: los «best sellers» de calidad son para todo el año.

UNA CLASIFICACIÓN DEL «BEST SELLER». En la introducción a «Código best seller», de Sergio Vila Sanjuán, José Antonio Marina apuntaba que «hay temas que se presentan con un camuflaje pacífico, pero que ocultan en su interior un potente explosivo. El éxito literario es uno de ellos».

Para una editorial pequeña un libro que venda veinte mil ejemplares es un éxito

Porque, ¿qué es lo que comparten libros como «El guardián entre el centeno», «El alquimista» o «El principito»? Desde luego, temáticamente, más bien poco. El denominador capaz de agrupar a autores como J. D. Salinger, Paulo Coelho y Antoine de Saint-Exupéry en la misma frase es el éxito de ventas: sus respectivas novelas vendieron más de cincuenta millones de ejemplares.

Como su propio nombre indica, un «best seller» es un «mejor vendedor», un libro de gran y rápido éxito comercial. No se trata de un término absoluto sino que hay que ponerlo siempre en un marco concreto, en su propio contexto. Hacia mediados del siglo XX y a efectos internacionales, la cifra del «best seller» se estableció en un millón de ejemplares y era, por ejemplo, lo que vendían los grandes autores estadounidenses como Harold Robbins. De «Cien años de soledad» se dijo que era el primer «best seller» mundial en lengua española ya que vendió esa cantidad. Tradicionalmente, en el mercado español, cualquier libro que superara los cien mil ejemplares es un superventas. Carlos Ruiz Zafón vendió más de diez millones de «La sombra del viento», pero el gran «best seller» de este año es « Patria», que va por los trescientos mil. Las cifras varían y, de hecho, para una editorial pequeña un libro que venda veinte mil ejemplares o incluso menos ya puede ser considerado «best seller».

¿MALA LITERATURA CON MUCHAS PÁGINAS? Frente a los que definen el «best seller» por la cantidad de libros vendidos, hay otros que lo reducen a un género de literatura menor: novelas entretenidas, que se leen bien y a menudo voluminosas. Es decir, historias pasajeras situadas en las antípodas de los clásicos, destinados a perdurar.

La marca que divide la ficción entre comercial y literaria es borrosa y tambaleante

Es indudable que hay «best sellers» malos, como hay libros con pretensiones literarias que son igualmente dudosos. Pero los superventas engrasan la maquinaria del mercado editorial y a la vez generan interés por la lectura. De hecho, gracias a sus ventas, las editoriales pueden, en ocasiones, publicar otros libros de gran calidad literaria pero pocas ventas. Los prejuicios y el esnobismo intelectual tienden a asimilar lo popular a lo mal hecho -quizá porque como decía Francisco Umbral, «la clase intelectual de España y de cualquier país es siempre una clase esnob»- y se señala a menudo a los departamentos de «marketing» de las editoriales como creadores de verdaderos monstruos. Pero desgraciadamente -si no el negocio sería mucho más fácil y menos riesgoso- el «marketing» es incapaz de encumbrar libros que no sean atractivos por sí mismos y ahí reside el misterio de este fenómeno social de los superventas que es, justamente, el trabajo de los editores: saber ver antes que nadie ese brillo que hace atractivo a un libro para millones de personas.

FICCIÓN LITERARIA Y FICCIÓN COMERCIAL. En el mundo de la ficción existe una línea infranqueable, algo así como un umbral donde se lee «no traspasar» que divide la ficción en dos submundos, la literaria y la comercial. En general, por ficción comercial se entienden aquellas historias que apelan a una mayor audiencia y que están dotadas de un argumento que se distingue perfectamente. Dicho de otro modo: lectura de entretenimiento y no para profundizar en los dilemas de la existencia. En cambio, a la ficción literaria se le supone ese componente de complejidad del que hablaba Ken Follet unas líneas más arriba: lo bueno es difícil.

Editoriales y autores quedan encasillados por esta etiqueta -comercial y literario- que segrega y divide, de manera que un autor que publique en Siruela, por ejemplo, será probablemente literario -y reciba por ello mucha más atención de los críticos- y a uno que lo haga en Ediciones B se le colgará el sambenito de comercial, algo que dificultará que los críticos, salvo honrosas excepciones, lean su trabajo con el detenimiento que merecería.

Pero la línea que divide la ficción entre comercial y literaria es borrosa y tambaleante. En la práctica, muchos de los libros que leemos podrían pertenecer a ambas categorías. En nuestro país, editoriales como Planeta, Espasa, Grijalbo, Plaza & Janés, Suma de letras, Roca, Maeva o Ediciones B, entre otras, son las responsables de algunos de los ya clásicos superventas. De estas editoriales de factura supuestamente más comercial han salido libros como «La sombra del viento», de Carlos Ruiz Zafón; «La catedral del mar», de Ildefonso Falcones; «El tiempo entre costuras», de María Dueñas, o «Dime quién soy», de Julia Navarro, ejemplos del trabajo bien hecho: una historia potente, un buen trabajo editorial y un equipo de «marketing» eficaz.

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