Amos Oz, Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2007
Amos Oz, Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2007 - Chema Barroso
LIBROS

Amos Oz con los ojos cerrados

Una novedosa interpretación de la figura de Judas Iscariote es lo que plantea el escritor israelí en su nueva novela

Madrid Actualizado: Guardar
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«Los ojos -se afirma en la nueva novela de Amos Oz, «Judas»- no se abrirán jamás. Casi todas las personas caminan por la vida, desde que nacen hasta que mueren, con los ojos cerrados. Si abriésemos los ojos aunque solo fuese un instante, saldría de nosotros un grito aterrador».

Con «Judas», Amos Oz regresa de forma espléndida a lo mejor de su literatura: esa literatura ardiente, llena de apasionados debates y discusiones, de lucha sin cuartel por defender «grandes sueños» e ideales, de personajes contradictorios y vulnerables, adelantados a su tiempo en ocasiones, equivocados o no, pero que pocas veces escogen el silencio.

También regresa al paisaje de aquella obra maestra que es su magnífica novela autobiográfica «Una historia de amor y oscuridad», recientemente llevada al cine por Natalie Portman, que debuta como directora.

Es el paisaje de la ciudad de una Jerusalén que acaba de salir de la violenta lucha por su independencia; una ciudad dolorosamente ligada a su memoria: allí se suicidó la madre de Oz cuando él era adolescente.

En el espacio temporal donde sucede «Judas», entre 1959 y 1960, sorprendentes familias recompuestas se forman tras el dolor y el caos del nacimiento de una nueva nación. Muchos han perdido a sus seres queridos, otros han quedado amargamente bloqueados en su frustración y en la incapacidad de comunicar o generar entusiastas ideales, más allá de esos ahogados «gritos aterradores» que los devuelven sin cesar a la oscuridad (como rezaba el título de la famosa obra de Oz), sin a la vez dejar de clamar por el amor, la paz y el entendimiento.

Oz regresa a su literatura ardiente, llena de apasionados debates y discusiones, de lucha por defender «grandes sueños»

El protagonista principal de «Judas» es Shmuel Ash. Como joven e impetuoso investigador universitario sabe que su estudio sobre «Jesús y los judíos» o, más precisamente, sobre «cómo han visto los judíos a Jesús a lo largo del tiempo», con un apartado muy significativo dedicado a Judas Iscariote -la figura popular, en el mundo cristiano-occidental, que representa al vil traidor, «al judío más indiscutible, más abominable y despreciable»-, atañe al meollo, al centro mismo de la existencia no sólo del judaísmo sino de Israel.

Guerra sin fin

A Shmuel le sucede, en parte, lo mismo que a señalados y vilipendiados traidores como Abravanel, que quiso llegar a un acuerdo dialogado con los árabes, obsesionado por impedir la formación del Estado de Israel, ya que creía firmemente que la sola idea de un Estado, sea el que sea, llevaría a una guerra sin fin, a la destrucción de la Humanidad.

Shmuel no discute la creación del Estado, que tuvo lugar cuando él pertenecía al movimiento juvenil sionista y, al igual que todos, creía: «nosotros éramos los justos y la minoría, mientras ellos, los árabes, eran los malvados y la mayoría, y estaban determinados a aniquilarnos o expulsarnos».

Lo que lo une a figuras como Abravanel es su empeño en pensar en hipótesis o ucronías históricas. ¿Qué hubiera sucedido con un Cristo que hubiera sobrevivido sin el cristianismo? ¿Propició el cristianismo Judas, «el único cristiano que no abandonó a Jesús y que no lo negó, que creyó en su divinidad»? ¿Fue un error el surgimiento del cristianismo? En el siglo XII, Maimónides ya describió a Jesús como un falso poeta; sin embargo, opinaba «que el cristianismo representa un paso acertado en el camino de la humanidad desde el paganismo hacia la creencia en el Dios de Israel».

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