Grimur Hákonarson: «Solamente el humor separa el drama del melodrama»

El ganador de la Seminci de Valladolid habla con ABC de su película, «Rams (El valle de los carneros»)

MADRID Actualizado: Guardar
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En un país de algo más de 300.000 habitantes lo difícil es que te ocurra algo tan singular que no haya vivido antes alguien más. Por ejemplo, enemistarte con tu hermano y pasar cuarenta años sin dirigirte la palabra aunque vivas en granjas contiguas, como les ocurre a los protagonistas de «Rams (El valle de los carneros»), la película que se ha coronado vencedora con la Espiga de Oro en el Festival de Valladolid, que ha caído rendido a los pies de la cinta islandesa. «Conozco decenas de historias de gente que no se habla desde hace décadas y ha olvidado el motivo que les enfrentó, es algo relativamente frecuente en un entorno como el de mi país», explica su creador, Grímur Hákonarson, que también ha sido congraciado con el premio Pilar Miró al mejor nuevo director.

«La que he plasmado en la película es una vieja historia que me contaban mis padres, y la he usado como base para centrarme en la conexión con la naturaleza de estos dos hermanos, y sus carneros», dice.

Hákonarson emplea el exotismo del páramo islandés para construir una familiaridad auténtica con el público, al que no persigue tanto desvelar el modo de vida de la Islandia rural como conmover con cuestiones más colectivos como el paso del tiempo o el perdón : «Creo que es una película con un mensaje muy universal, muy humanístico. Da igual si vivimos en una isla despoblada o en una gran ciudad, en la esencia todos acabamos metidos en los mismos conflictos humanos», reflexiona. Y ahí, cree Hákonarson, radica la clave del éxito de esta película, que ha seducido por igual en lugares tan dispares como Brasil, Cannes o Valladolid. «Creía que la única barrera que podría tener para que la gente empatizase con estos dos hermanos y sus problemas podría ser el idioma, por eso le di mucha prioridad al mensaje visual. De hecho, creo que la película se comprendería perfectamente sin subtítulos, solo asistiendo a lo que ocurre», afirma. «El gran reto era no ser demasiado sentimental, ni demasiado melodramático con una historia así. Y eso es algo que creo que he logrado con el humor, que está muy presente en mí por toda la influencia del cine escandinavo», dice el director. «Solo el humor dibuja esa fina línea que separa el drama del melodrama», apostilla.

El cineasta no es ajeno al momento dulce que vive el cine islandés, que con historias sencillas e íntimas como la suya o la de «Sparrows» que venció el último Festival de San Sebastián, están poniendo a la isla en el mapa. «Es fantástico que así sea, porque ayuda a la distribución, y puede que también al turismo. Pero en realidad esto no ha traído más ayudas para nosotros, los creadores, porque lo que está haciendo el gobierno es básicamente recortar», aclara. Hákonarson describe el panorama cinematográfico de su país como quien habla de una pequeña familia, en la que hay también que superar viejas rencillas para avanzar: «Seguimos siendo una industria muy independiente. Hay solo cuatro o cinco películas al año y ha sido así durante mucho tiempo. Eso es bueno, porque continúa ese espíritu de equipo entre los cineastas, pero dificulta que las cosas cambien», reflexiona. Y es que Hákonarson evidencia que Islandia tiene ganas de dejar de contarse a sí misma y hablarle a sus vecinos, en la granja o en la península contigua. Especialmente ahora que ellos parecen querer escuchar.

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