La artista Roni Horn, fotografiada en una de sus exposiciones
La artista Roni Horn, fotografiada en una de sus exposiciones - CARLOS MORET

Roni Horn: «Nunca se ha tratado de tener un público»

La artista estadounidense acaba de inaugurar una exposición en la Fundación Glenstone de Washington que permanecerá abierta todo un año

Zúrich Actualizado: Guardar
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La terraza solitaria de un hotel del centro histórico de Zúrich fue el lugar de encuentro con Roni Horn (Nueva York, 1955), de paso por esta ciudad. La artista acaba de inaugurar una amplia exposición en la Fundación Glenstone, a las afueras de Washington, que permanecerá abierta durante un año. Horn es una artista multidisciplinar en cuyo universo intelectual y anímico el lenguaje escrito ocupa un lugar destacado. Huye del gesto dialéctico en su obra y vive en la pluralidad, en la apertura tanto mental como interpretativa. No busca representar, sino crear arte en sí mismo que ofrezca experiencias al espectador. La identidad, la diferencia, la mutabilidad son conceptos que vertebran su obra. Un día soleado acompañó nuestra larga conversación.

—¿Podría hablarme de su exposición en Glenstone?

—La Fundación Glenstone es realmente fascinante porque colecciona determinados artistas en profundidad. Tiene la mayor colección mundial de mi obra, de toda la gama: las instalaciones fotográficas, las escultóricas, los dibujos, instalaciones... Es un compromiso, un gran reconocimiento. Cuando la organicé, quise desarrollar una experiencia para los espectadores basada en las sorpresas, en las cosas inesperadas, de modo que cada sala sea como empezar de nuevo desde el punto de vista de la experiencia.

—Se expresa a través de las artes visuales, pero también escribe. ¿Cuándo sintió la necesidad de ser artista?

—Desde el principio. Parecía encaminarme hacia las artes visuales, pero la sociedad te empuja a definirte con palabras. Sin embargo, si eres artista visual no eres escritora. Yo me considero simplemente una artista. Alguien que tiene la necesidad de hacer el trabajo que hace, sin centrarse exclusivamente en el aspecto visual. También hago monólogos y performances, de modo que no me siento obligada a trabajar en un solo lenguaje.

—¿Por qué el dibujo es tan importante para usted?

—Para mí es muy, muy importante. En una de las salas de la exposición hay dibujos monumentales, dibujos que puede llevar años completar. ¡Son muy meticulosos! Ahora mismo trabajo en una exposición para el Museo Menil de Houston que se titula «Cuando respiro, dibujo».

—Un título con mucho significado.

—El dibujo trata de la relación conmigo, necesito hacerlo. Para mí, nunca se ha tratado de tener un público.

—Un foto-libro de Islandia, continuos viajes... ¿Qué magnetismo produce en usted Islandia? ¿Está huyendo del mundo?

—¡Buena pregunta! Nunca sé de qué estoy huyendo. Pienso que ahora estoy huyendo. Pero por aquel entonces, por decirlo suavemente, estaba «encontrándome a mí misma». Llevo viajando a Islandia desde 1975, lo he visto todo. Tenía 19 años entonces.

—¿Huir del mundo es una forma de encontrarse a usted misma?

—Quizás entraba en el mundo. Llevaba una tienda de campaña, me movía en moto, al aire libre, sin nadie más. Fue más bien adquirir una percepción de mí misma, en soledad. Islandia por entonces era un lugar en el que una mujer podía viajar sin miedo y, realmente, me cambió la vida. Sin miedo a la violencia masculina, y sin miedo a los animales. Allí no tienen depredadores. De modo que me sentí convencida de que podía arreglármelas, incluso siendo una muchacha judía de Nueva York. Y realmente me cambió la vida. Islandia ha sido una de mis grandes influencias, pero no sólo como artista, sino también en cuanto a conciencia de mí misma, de mi potencial.

—¿Destacaría algún hecho relevante de su infancia que le llevara a conformarse como artista?

—De niña tenía la sensación de sentirme conmovida con frecuencia, ya fuese ante un árbol o ante una hermosa cuchara. Era consciente de la armonía, de las cualidades, y no tenía por qué tratarse necesariamente de belleza. Debía tener una especie de resonancia, era muy consciente de eso.

—Tenía una sensibilidad especial…

—Sí, una especie de conciencia de las cosas desde que era pequeña. Y retrospectivamente me pregunto por ello. Era bastante andrógina, y esta androginia abrió un gran abismo entre mi percepción de mí misma y la cultura convencional. Ahora tal vez no pueda uno imaginárselo, pero entonces importaba mucho si se era hombre o mujer, no había nada intermedio. Y tenía el firme convencimiento de que yo no me identificaba claramente con ninguno de los dos. No era un camino fácil por aquel entones. Ahora la diferencia respecto de aquel tiempo es asombrosa. A la generación joven no le importa lo que seas. Es fantástico.

—Sus escritos expresan que ha recorrido un camino de introspección muy fructífero. ¿Siente la necesidad de escribir?

—Cuando tengo la necesidad de escribir es muy poderosa, pero la mayor parte del tiempo no la siento. El último texto que hice fue para el artista Robert Ryman. Lo conocí en la universidad cuando yo era muy joven. Estudiaba en Yale y él vino un día como artista invitado. Me enamoré locamente de él. Todavía hoy es una de las personas más especiales que he conocido. Pero nunca había compartido con nadie esta relación especial.

—Le agradezco mucho esta confidencia que me hace.

—Entonces, los del Museo Dia me pidieron que hablase sobre Bob. Sabían que me gustaba mucho su obra. De modo que hablé de él y fue un momento realmente hermoso. Íbamos juntos a clubes de jazz. También me educaba, no tanto hablándome como invitándome a su estudio. Yo tenía sólo 19 años cuando nos conocimos. De modo que fue muy generoso por su parte. Yo no era ni siquiera una artista, sólo una estudiante.

—Respecto a la escritura, ¿por qué le interesa tanto la poeta Emily Dickinson? Vivió encerrada en Massachusetts y, aunque en su caso no físicamente, ¿se identifica en algo con ella?

—Me identifico con ella en cosas generales. Trabajo con los textos y conecto muchísimo con su forma de emplear el lenguaje y con lo que dice. Es como una bala en la cabeza, muy profunda. Te cambia la vida, al menos a mí. También la escritora brasileña Clarice Lispector. Ámbas influyeron en la percepción que yo tenía de mí misma y en mi idea del arte.

—¿Y le han influido también en la búsqueda de la soledad?

—Puede que haya una conexión ahí. Pero no se trata tanto de soledad como de permanecer fuera del mundo.

—¿Necesita la comunicación con el público?

—Soy una persona muy solitaria y, cuanto más vieja me hago, más soledad necesito. No me gusta estar en el centro de las cosas, no va con mi personalidad. Me gusta hablar y conectar profundamente con las personas, pero normalmente de tú a tú.

—Observando obras como «You are the Weather», las repeticiones son siempre diferentes y lo idéntico es el hecho de la repetición, como en un eterno retorno. ¿Entiende usted la identidad como una continua repetición de la diferencia? ¿Siente usted esa diferencia?

—Es una pregunta maravillosa, y pienso que sí. «The Rose Problem» es eso y «Dead Owl» también. No tanto en sí, sino en cada espectador que le plantea a la obra la pregunta de si son diferentes. Y «Aka», la colección de fotografías tomadas de mi historia. ¿Es esta la misma persona?

—Sí, es asombroso.

—Los vigilantes del Whitney, donde la expuse por primera vez, pensaban que se trataba de muchas personas distintas. El público no pensaba que fuese una sola persona, lo cual me encanta. Cuando la expuse en la Tate, mi idea original era hacer una exposición grupal de mí misma. Y creo que eso es lo que hago. Esta «repetición continua de la diferencia» es una forma fascinante de decirlo, porque eso es todo lo que consigues, elijas lo que elijas. En una ocasión, escribí un texto titulado «Island Freeze» y trata exactamente de eso. Se lo mandaré. Trata de eso, de que una cosa multiplicada en el tiempo, o mientras perdura, es diferente. ¿En qué medida es diferente? Eso depende de la percepción. Pero no puede ser más que mediante la percepción como se convierte en real. De modo que sí, definitivamente es algo que he abordado en toda mi obra, incluida en la escultura, aunque en ella de manera no tan literal. Es la idea del acoplamiento, de emparejar cosas.

—Pero esas parejas son iguales, no distintas. Es una repetición de las mismas cosas, ¿no?

—Déjeme pensar si eso es cierto… En su mayor parte, todas las parejas de mi obra son idénticas. Pero lo que provoca la pregunta es cómo están instaladas; el mismo objeto en dos salas distintas, o una pieza como «Dead Owl». La gente siempre pregunta si son lo mismo. No falla. Es bastante divertido. Ahora hay tres búhos muertos; los primeros eran una pareja de lechuzas blancas, el último era yo. Con el mismo formato, pero la gente sigue mirando y preguntando si son lo mismo. Sí, si usted lo dice, son lo mismo.

—Con una obra tan compleja como la suya, ¿cómo le gustaría que la gente se acercara a su trabajo? ¿Como experiencia, como conocimiento...?

—Me gusta la idea de que sea una experiencia, algo como una performance. Ahí es donde puede estar su esencia, su verdadero valor.

—Pero, ¿cree que también ayuda el conocimiento para entender y experimentar mejor la obra?

—Sería experimentarla de manera diferente. No sabes si es mejor, pero sí diferente. Siempre he evitado dar información, pero veo que eso le causa dificultades a la gente. Me gusta la idea de que el significado de la obra sea la experiencia, que sea lo que obtienes de ella.

—Usted ya se abre con su obra. Ahí está todo.

—Sí, me encanta esa idea. Pero también es pedir mucho a un individuo. Hay mucha variedad dentro del público. Los hay que quieren saber qué miran antes incluso de llegar…

—¿Qué artistas del pasado le interesan y cuáles han influido en usted?

—Pienso que lo que más me ha influido ha sido la literatura, incluida la de no ficción. En las artes visuales hay muchas cosas que me han conmovido, y muchos artistas conceptuales contemporáneos.

—Llama la atención que las mayores influencias en su obra procedan de la literatura.

—Y del lenguaje.

—¿También busca la inspiración ahí?

—No sé si la busco. Simplemente me atraen determinados escritores… Le cuento una anécdota de cuando Trump salió elegido. Yo acababa de terminar una exposición y estaba volviendo al estudio. No salí en unas dos semanas, me dediqué sólo a leer. Leí «Guerra y Paz». Tenía que estar en otro lugar, y eso fue lo que hice. Y fue muy eficaz. Ahí estaba yo, con Tolstói y Napoleón.

—Tolstói siempre es una magnífica elección.

—¡Sí!, por su belleza, por la calidad de su escritura y también por el hecho de cómo cambian las cosas con el tiempo, de cómo se degradan.

—Es una buena forma de huir, supongo...

—Sí, supongo que fue una huida, pero me ayudó a volver a mí misma.

—Eso es muy importante. Parece que tiene usted una mente sana.

—Quizás. Pero ahora necesitamos tomarnos una copa. Pero una copa de verdad.

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