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Tres piezas de Jeff Koons, de su serie «Celebración» - AFP

Jeff Koons, el becerro de oro del mercado del arte

Exmarido de Cicciolina, la estrella del porno con quien se casó y tuvo un hijo; fue el primer artista vivo en exponer en Versalles e inmortalizó a Michael Jackson con su chimpacé en una «Piedad» moderna y kitsch

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¿Héroe o villano? ¿Genio o impostor? Koons Superstar es el becerro de oro del mercado del arte, al que los nuevos coleccionistas adoran como un dios posmoderno. Todo en él es excesivo. Es el artista más famoso del planeta, el más mediático, el más cotizado, el más polémico, el más influyente de su generación, el más carismático... y hasta el más cachas. Sexagenario, lució palmito en la portada de «Vanity Fair», fotografiado por Annie Leibovitz machacando su cuerpo desnudo en el gimnasio. Siempre rodeado por los marchantes más poderosos (Gagosian, Zwirner) y los coleccionistas más pudientes (Pinault, Geffen, Cohen, Broad), sus obras son las más caras: uno de sus perros globo se vendió por 58,5 millones de dólares, el precio más alto pagado por la obra de un artista vivo.

Hizo temblar los cimientos del arte inmortalizando en sus obras todas las posturas posibles del kamasutra con la estrella del porno Cicciolina, con la que se casó y cuya relación acabó como el rosario de la aurora: la acusó de secuestrar a Ludwig, uno de sus ocho hijos –también en esto es excesivo–, al que dedica su serie más compleja, «Celebración».

Visita a Kunstlandia

El zoo Koons abre sus puertas en Bilbao. A la entrada del Guggenheim, el perro más célebre de la camada, «Puppy», un Terrier de casi 13 metros de altura y cubierto de flores (nunca han lucido tan lustrosas), que se ha convertido en un icono de la ciudad. Por la exhaustiva retrospectiva que le dedica el museo, patrocinada por la Fundación BBVA y comisariada por Lucía Agirre, se despliega su colorista fauna inflable: conejos, monos, langostas, delfines, cerdos, más perros... Es un parque temático, Koonslandia, en el que, a través de 95 obras, recorremos 40 años de trabajo y todas sus series. Es la última parada de la gira mundial de esta otra estrella del pop que arrancó en el Whitney de Nueva York y continuó en el Pompidou parisino, en ambos casos con miles de fans rendidos ante él.

Si María Antonieta levantara la cabeza la habría perdido de nuevo al ver langostas inflables y conejos de acero inoxidable inundando en 2008 los salones de Versalles. Cicciolina, en la cama de Luis XIV. Eso sí que fue una revolución francesa. Koons era el primer artista vivo que exponía en el palacio francés. El Napoleón del arte (se retrató emulando al emperador con una «N» en su batín), en casa del Rey Sol.

Fan de Dalí y Michael Jackson

«Si pudiera ser otra persona, confiesa Jeff Koons, hubiera sido Michael Jackson», al que esculpió junto a su mascota Bubbles (un chimpancé) en una «Piedad» de lo más kitsch. Perfeccionista hasta lo enfermizo, rendido a Dalí («me ayudó a confiar en mí, fue un artista y un ser humano generoso, tremendo»), colaborador de estrellas como los Stones y Lady Gaga, Koons le debe mucho a Patti Smith: escucharla un día en la radio fue una revelación. Decidió marcharse de su Pensilvania natal para probar suerte en Nueva York. Quién le iba a decir a aquel provinciano de clase media que comenzó captando nuevos amigos en el MoMA –era tan estrafalario su aspecto que, cuando llegaba un pez gordo al museo, el director gritaba: “¡Esconded a Jeff!”– que sus obras acabarían en las salas junto a los más grandes.

Después llegaron los souvenirs comprados en la calle 14 y convertidos en objetos de culto, sus esculturas de acero inoxidable (consideraba ese material el lujo del proletariado)... Recurrió a un Nobel de Física (Richard P. Feynman) para lograr que pelotas de baloncesto flotaran en acuarios y se rodeó en su estudio de asistentes y artesanos que pintan y esculpen siguiendo sus instrucciones, ejecutando sus ideas. Un genio.

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