El greguerismo ilustrado de Gómez de la Serna, en el Museo ABC

El centro reúne en una exposición la obra gráfica que publicó en «Blanco y Negro»

Ramón Gómez de la Serna con la mirada perdida en su estudio de la calle Villanueva Alfonso Sánchez Portela
Bruno Pardo Porto

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Ramón Gómez de la Serna se paseaba por el mundo con la mirada asombrada del artista que lo filtra todo por su peculiar retina, esa que lo situó en una «generación unipersonal», que no es otra que la del «ramonismo». Este autor, al que por acumulación las ideas no le cabían dentro, plasmó sus inquietudes en todos los formatos que pudo: novela, ensayo, cuento, poesía y, sobre todo, en la greguería , ese invento con el que inmortalizó su peculiarísimo humor. Para el recuerdo han quedado aquellas impresiones de la vida, aunque no tanto los dibujos que, muchas veces, las acompañaban cuando aparecían en prensa. Es esa la deuda que salda ahora el Museo ABC con su última exposición, «Greguerías Ilustradas», que puede verse en Madrid hasta el 17 de junio.

Una de las greguerías ilustradas, con la característica firma del autor Museo ABC

Quizás lo más paradójico del recorrido, compuesto por cien obras que fueron publicadas en « Blanco y Negro » entre 1930 y 1935, sea la poca calidad de los dibujos, un asunto que nunca preocupó a Gómez de la Serna. «Me sorprende que se pudieran publicar y que le llamaran la atención a la gente cuando al lado tenían unos dibujos maravillosos y bien detallados de cualquiera de los ilustradores de la época», apunta entre risas Inmaculada Corcho , directora de la institución y comisaria de la muestra. «Lo mejor que tienen sus dibujos es que son muy malos y, aun así, tienen esos elementos que llaman la atención aunque sean feos. Su trazo tiene una torpeza que es atractiva», continúa.

El peso del concepto

Al autor lo que le interesaba era el concepto, la idea, la vuelta de tuerca, por eso nunca imaginó sus dibujos sin el acompañamiento del texto. Le interesaba, en fin, plasmar un mundo donde los buzones escupen cartas porque no son interesantes y en el que los prados están cubiertos por regaderas y no por flores. Es en ese universo dominado por el humor, más allá de la calidad técnica, donde se sitúa su producción gráfica. «No le interesa la riqueza formal, sino la riqueza conceptual. Es una persona que no está formada en las Bellas Artes, que no le pone el más mínimo interés. Alguna vez dijo que, cuanto más imperfectos eran sus dibujos, más le gustaban. Al final, creo que él no quiere la perfección porque la imperfección le da más juego », asevera Corcho.

Greguería de septiembre de 1934

La riqueza de su producción la encontramos, pues, en su mirada, que captaba con ironía los hechos cotidianos de sus días (el funcionamiento del tráfico, los problemas de suministro de agua, las derivaciones ridículas de la moda o la última novedad culinaria de la metrópoli) y los convertía en guiños atemporales, que siguen arrancando sonrisas a día de hoy. Unos guiños que, por cierto, se reúnen ahora en una cuidada edición que engloba toda la producción del autor para «Blanco y Negro», cifrada en 378 greguerías.

Gómez de la Serna enviaba sus trabajos desde París , Berlín o Madrid , pero todos destilaban cierto humor universal, transfronterizo y español al mismo tiempo. Tal vez, como escribió en una greguería de septiembre de 1934, en la que dibujó a un hombre que se ponía unas tijeras a modo de gafas, el único objetivo de su obra era combatir el bostezo y la pesadumbre de habitar un mundo empeñado en autodestruirse: «En el delirio del aburrimiento hay un momento en que, para despejarnos de la jaqueca de la vida y de lo abrumador de nuestras meditaciones, comenzamos a ver la realidad a través de las tijeras de la mesa. Es un gesto íntimo que hay que divulgar». Fue eso mismo lo que intentó durante toda su existencia, empeñado en el difícil arte de nunca hablar demasiado en serio.

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