Las memorias del barón Thyssen, la última venganza de Tita Cervera

La próxima semana se publica «Yo, el barón Thyssen», la escandalosa autobiografía del noble

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Como si se tratara de la novela «Yo, Claudio» de Robert Graves, «Yo, el barón Thyssen», de Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza de Kászon, pretende ser el relato de un emperador decadente y desconfiado que, temeroso de ser asesinado, decide escribir su biografía para dejar claro la calaña de su familia. El lector de las memorias póstumas del mecenas, que la editorial Planeta sacará a la venta la próxima semana, llegará a la conclusión de que el clan Thyssen no tiene nada que envidiarle a la dinastía Julio-Claudia. Las 316 páginas del libro, cuidadosamente dirigidas por Carmen Cervera (la única que sale ilesa de este ejercicio literario), conforman un enrevesado árbol genealógico plagado de esposas infieles, amantes estafadores, hijos interesados y matrimonios de conveniencia.

Incluso hay cabida para una atractiva baronesa que, emulando a las consortes de los primeros tiranos romanos, podría haber competido con la mismísima Mesalina.

TERESA DE LIPPE, LA PRIMERA ESPOSA. «Mi padre no estaba de acuerdo con el enlace porque en el círculo familiar se comentaba que la princesa se casaba conmigo solo por mi dinero. No había atracción física, se trataba de un matrimonio de conveniencia. No estaba enamorado de ella. Teresa se comportaba como una emperatriz. Cuando nos casamos me consideraba un advenedizo y se sentía socialmente superior porque ella era princesa. Mantenía una relación sentimental con el marido de mi hermana mayor. Nuestro hijo en común, Georg, no era hijo mío».

«Mi segunda esposa me propuso una unión de tres con el actor y modelo francés Christian Marquand. Por supuesto, me negué. Quería agradarla siempre, hasta al punto de que sacaba a pasear por el Bosque de Boulogne de París a la pantera y el leopardo que adquirimos en Ceilán. En ocasiones la arañaban. De ahí que muchas veces apareciera en público con la espalda, los hombros y los brazos llenos de rasguños. Una vez una actriz me preguntó si era cierto que yo era un sádico. Lamenté decepcionarla».

«No pensaba en otra cosa que en salir y divertirse a su manera. En un determinado momento, su nombre y el de una amiga se vieron relacionados con escandalosas fiestas en las cálidas noches de Roma y otros lugares. Incluso una vez apostaron a ver quién conseguía conquistar a más hombre y fue Fiona quien ganó la apuesta, según ella misma me confesó».

«Jamás llegué a importarle algo a mi cuarta esposa. Tenía de todo pero le faltaba algo, un amante. Y no tardó en tenerlo. Se trataba del playboy Franco Rapetti. Infiel me fue prácticamente siempre. Pero tenía una virtud: era tan clara que lo admitía y me lo contaba».

«Puse en duda que yo fuera el padre del niño. Pedí incluso una prueba de paternidad. No sé cómo se las arregló Fiona pero el resultado se manipuló, algo que Lorne y ella misma me confirmaron años después. Él quería que yo le diera antes su parte de la herencia, algo en lo que también estaba de acuerdo su madre».

«Mi hija nunca demostró cariño ni preocupación por mí. Una de las cosas que más me dolieron fue la carta que un día me envió y en la que hacía continuas referencias a sus pretensiones debido a mi delicado estado de salud, pero la verdadera motivación no estaba en mí, sino en la herencia. Me dio mucha pena que me escribiera en esos términos una hija que ya había recibido en vida bastantes millones de dólares gracias a la venta de la colección, una operación en la que Tita se había esforzado como nadie».

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