Huelva

Palos de la Frontera, playas solitarias e historia del Descubrimiento

El monasterio de La Rábida y el Muelle de las Tres Carabelas son algunos de los puntos de más interés

Muelle de las Tres Carabelas, Palos de la Frontera ABC

Luis Ybarra Ramírez

El que dijo lo de «¡Tierra!» era de Triana. Los demás, o muchos de ellos, de por aquí. Palos de Frontera rezuma, según quienes cada año la frecuentan, dos cosas: veraneos de antaño e historia . Lo primero, por supuesto, se refiere a la tranquilidad que asola las esquinas de este enclave vacacional. Tiene playas que no se han masificado, absolutamente familiares. La posibilidad de hacer excursiones, entre pinos, a los acantilados, al espigón o a la marisma. También la dificultad de alquilar alojamiento, pues no hay tanto donde elegir. Esos atributos, en definitiva, que se asocian a antiguos litorales que sin ser vírgenes eran algo más infrecuentes, para unos pocos. Esta zona de la provincia onubense, a diferencia de otras que han vivido procesos de urbanización más agresivos en menor tiempo, continúa felizmente orillada. Y por otro lado está lo de la historia. Fue desde Palos de la Frontera de donde partieron las naves que en busca de las Indias que se toparon con el Nuevo Mundo. Donde se inició el conocido como Viaje del Descubrimiento .

Según la versión de Bartolomé de las Casas, la más aceptada entre los historiadores, la Pinta, La Niña y La Santa María partieron del Puerto de Palos el 3 de agosto de 1492 rumbo a las Islas Canarias . Los preparativos de la hazaña, por tanto, se fraguaron por estas localizaciones colombianas, donde se reunió a la tripulación y donde se rezó. Donde se tomaron las provisiones, se reparó y se echaron a una mar brava para cambiar a golpe de timón el planeta tal y como se conocía.

De donde partió Colón

Para revivir este periplo, página que pasa de la Edad Media a la Edad Moderna, un monumento a Cristóbal de Colón da la bienvenida al visitante. Se llama, en realidad, el Monumento a la Fe Descubridora , y fue donado a España por Estados Unidos en el año 1929. De estilo cubista, la obra de Gertrude Vanderbilt Whitney representa a un navegante de rostro incierto que mira hacia la ría, por el Oeste, con el cuerpo blanco de extrañeza. En su pedestal, varios bajorrelieves muestran retazos de las culturas azteca, inca, maya y cristiana.

Monumento a la Fe Descubridora ABC

En la otra orilla, vadeando el puente, está la Torre Arenillas , que protege la desembocadura del río Odiel. A su lado, el Muelle de las Tres Carabelas , donde las réplicas de los barcos, junto al monumento Non Plus Ultra y un centro de interpretación, se encuentran fondeadas.

El monasterio de La Rábida , en cuyas paredes unas pinturas murales de Vazquez Díaz recuerdan que por allí oró el mismo Colón y su tripulación antes de zarpar hacia América, es otro de los lugares de máximo interés en Palos de la Frontera. Una bella construcción erigida entre los siglos XIV y XV en la que destaca el estilo gótico-mudéjar. Sus arcos de medio punto por los que un día cruzaron marineros y frailes, los patios bancos y el claustro merecen una mención especial. También los Hermanos Pinzón, viejos paisanos, que tienen hoy una casa museo en el centro del pueblo.

Arena, sol y naútica

Pero Palos de Frontera, como antes anunciaba dando voz a los que más la recorren, no solo echa la vista al pasado. Es en el presente cuando se llena llegados los meses de calor de un turismo habitualmente nacional y casi siempre fiel. Los que veranean en Mazagón y quienes pisan la arena por la Playa del Vigía , más acá del faro, llevan hacinéndolo en la mayoría de los casos desde hace décadas. Es un destino cargado de tradición, como muchos de los pueblos de la zona. El lugar al que fueron a parar los abuelos y bisabuelos y hoy disfrutan los nietos. Hay, también, hoteles. Y un público que nunca antes la había visitado. Y de todo, claro, como en todos sitios.

Mazagón Alberto Díaz

El Puerto Recreativo de Mazagón atrae a aficionados a la náutica de otros municipios cercanos de Sevilla, Cádiz, Huelva y Portugal. A Matalascañas se conecta por su lado más salvaje, a través de una franja costera accidentada y sin edificios. Con algunos pecios remotos y muchas huellas por andar. En concreto, las que caben en sus más de 20 kilómetros de extensión. Espacio suficiente para coquetear con la libertad, conscientes de que una parte importante para conquistarla partió de allí en el siglo XV.

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