El origen de la herradura de la buena suerte
El origen de la herradura de la buena suerte - BITÁCORAS

El abad que venció al diablo y originó las herraduras de la buena suerte

La leyenda otorga a San Dunstán el triunfo sobre el demonio en al menos dos ocasiones

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Cada vez se ven menos herraduras colgadas en las puertas de las casas, pero su vieja reputación de amuletos sigue viva. Como tocar madera, encontrar un trébol de cuatro hojas o conservar una pata de conejo, sabemos que colocar una herradura en una puerta debería atraer a la buena suerte o algo parecido. Lo que no sabe tanta gente es el origen de esta creencia, que está relacionada con las aventuras de un abad, arzobispo y obispo inglés del siglo X, canonizado en 1029 y a quien la leyenda atribuye al menos dos victorias sobre el diablo.

En el blog Clerk of Oxford recuperan algunos de los relatos protagonizados por San Dunstán, de quien se cuenta que vivió entre 909 y 988.

Fue durante largo tiempo después de su muerte tal vez el santo más popular de Inglaterra. Sirvió como ministro y consejero a varios reyes, pero su fama se debe a las extraordinarias hazañas que la memoria colectiva le asigna. La que podría haber originado la tradición de las herraduras procede de sus tiempos como herrero, cuando una extraña criatura mitad hombre y mitad bestia se le presentó para pedirle que le herrara las pezuñas.

Dunstán accedió, pero al ver que las tenía hendidas se dio cuenta de que se trataba del diablo. Engañándole, le explicó que para llevar a cabo su tarea necesitaba atarle a una pared. Cuando lo tuvo preso le colocó las herraduras con fuerza y al rojo vivo, causándole un insoportable dolor. Llegó a rogar por su libertad, que Dunstán le concedió con una condición: debía comprometerse a no entrar jamás en aquellas casas que tuviesen una herradura en la puerta. El santo se apresuró a colocarlas con sus propias manos, salvando numerosas familias.

Otra historia cuenta que fue un anciano quien visitó a Dunstán para pedirle un cáliz. Mientras lo hacía se percató de que su cliente cambiaba de forma. Al mirarle veía unas veces un anciano y otras un niño o una mujer. Una vez más comprendió que estaba ante el diablo, pero no dejó de trabajar. Buscó unas tenazas entre sus herramientas y las dejó con disimulo en el fuego. Tan pronto las vio al rojo, las tomó y agarró a la bestia por la nariz, sometiéndola. Sus alaridos atrajeron a numerosos vecinos que fueron testigos de la gesta.

Hay todavía más pasajes que relatan los encuentros entre Dunstán y el demonio. Según la leyenda también se le apareció en forma de lobo cuando estaba rezando; y al no causarle miedo ni distracción, mutó a zorro. El religioso le ahuyentó diciendo: «Estás revelando cómo te comportas habitualmente. Con tus trucos adulas a los incautos para así poder devorarlos. Sal de aquí ahora, miserable, porque Cristo, que aplastó al León y al Dragón, te vencerá por su gracia a través de mí, seas lobo o zorro».

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