Real Madrid

Isco, Isco, el grito del gusto español

Isco, jugador de moda en España, representa la evolución del gusto futbolístico español. Evolución de Iniesta; expresa el gusto del aficionado por todos los campos de España

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Tras el partido de Elche, Isco se ha llevado las portadas de la prensa deportiva. También jugaron bien Benzema o Cristiano, pero la gran ovación fue para él. Es algo que ya hemos visto: partido cómodo del Madrid, mitad de la segunda parte; Isco, con el rival partido o desesperado, realiza algunas jugadas meritorias o roba un balón y el público estalla. El estallido suele ser en dos tiempos. Primero hay una sucesión de espasmos e interjecciones. Oh, ah, uh, ay. Sin llegar al “iscodemivida”, pero cerca. La mejor manera de comprobar ese primer momento es acudiendo a la narración. El locutor suele suspenderla para exclamar. Después hay un segundo momento: el público, importa poco si es dentro o fuera de Madrid, corea isco, isco, isco.

El Isco, Isco es de una espontaneidad y de una españolidad absolutas. No tiene que ver con la prensa, no es una campaña o una predisposición. El jugador apunta al centro del gusto del aficionado.

Se dice que su mejoría viene por el, así llamado, sacrificio. Se le ha dado un tonillo moral. En realidad, su mejoría viene por alargar su juego. De ser un jugador tentetieso, de un arranque, de jugada corta y potente, ha pasado a arrastrar la jugada muchos más metros. Seguro que en ello haya habido un cambio físico, un trabajo de gimnasio. Ha completado su zancada y su capacidad para protegerse.

Esta evolución, sin embargo, ha sido despachada algo perezosamente como la suma de «clase más sacrificio».

Los números de Isco no han mejorado demasiado, pero sí su importancia. Ha cambiado como futbolista. De ser un mediapunta de difícil acomodo en el sistema ancelottista, ha pasado a ser un interior correoso que juega por todo el campo aunque sea en el interior zurdo, entre la delantera y la media, la banda y el centro, el pase y el disparo y siempre con diagonales, donde brille más. Allí, en esa zona del juego, se desarrollaron Iniesta, Zidane, y hasta Laudrup. Tiene cosas de todos. También del Buitre. La parada, el cambio de ritmo, el caracoleo, la ruleta, el regate...

Isco a veces empieza (o acaba) rodeado de contrarios. Esto reproduce la foto del «cervatillo acosado» de Iniesta entre italianos. Esa foto es el equivalente futbolístico español a la famosa foto «Muchacha ofreciendo una flor a los soldados».

Isco es también el regate clásico, el uno-dos, algo que en el fútbol se va perdiendo. La gambeta argentina. La gambeta viene allí de gambado, el señor que es patizambo. De hecho, Isco tiene el tipo físico exacto del patizambo. No hay más que ver el cuadro de Ribera del mismo título («El patizambo» —es decir, que la cosa ya viene de lejos, ¡del barroco!—). Y no se sabe si por tener ese tipo regatea tan bien o si tiene ese tipo por regatear desde niño. Su «tren inferior» recuerda a un argentino, el Burrito Ortega. Incluso al Kun.

Pero Isco va directo al gusto del español con dos suertes que embelesan al aficionado: el control y la ruleta. Si Laudrup fue el pase al hueco, que empezó desde entonces a practicarse obsesivamente en todos los parques y campos de España, Zidane dejó la afición al control perfecto y a la ruleta.

Esas dos cosas son las que embargan el criterio del aficionado. Hace poco, narrando un control de Messi, un locutor soltó otra interjección (por ellas habla el placer) y añadió: «El control de Messi ha parado el tiempo». El aficionado español lo vive así. Quizás porque son controles un poco distintos. Aunque sean controles orientados, integrados en la dinámica del juego, los controles de los que hablamos son especiales. Hay un décima de segundo de abstracción del juego, de puro malabarismo, de reto del futbolista con el balón. El reto es dejar la pelota muerta como si fuera una pluma de bádminton. La doma perfecta del balón, su sometimiento. Durante un instante el juego no importa. Si el futbolista detiene la pelota, del público saldrá una espontánea exclamación. Lo que se oía en el circo o en la magia, pero no en el fútbol. Estos controles Zidane los clavaba; además él, patilargo, estiraba la extremidad como una bailarina y dejaba los balones como la ceniza muerta. En el control se juzga ese instante con la pelota que está fuera del juego, del rival y de los compañeros. Esto chifla absolutamente al aficionado español.

Otra cosa que Isco ofrece es la ruleta. O algo intermedio. Ese tipo de regates rotatorios entre la cola de vaca de Romario y el giro ninja de Zidane. Ese medio revolverse con el balón parado. Esa filigrina ha sustituido en España, tras Romario, Zidane, Xavi e Iniesta, al antiguo regate vertical del extremo. Es el súmmum del disfrute para el aficionado. Basta una jugada de este tipo para la ovación. Así pasó en Elche. Si además Isco corre hacia la defensa y roba un balón (o simplemente lo intercepta), entonces la condición necesaria (no suficiente) de la moralidad madridista está cumplida y se puede aplaudir.

Lo dijo Íker Casillas hace unos días: «Isco es majísimo». Este majismo ya se había dicho en fútbol. Lo dijo Del Bosque de los futbolistas españoles (y de Piqué) en Brasil. El majismo de Isco es lo que le faltaba.

Isco, por tanto, reúne dos, por decirlo así, «moralidades»: la madridista del correr, la carrera de Raúl, el desgarro de Arbeloa, la canteranidad; y además la moralidad políticamente correcta de la Selección, conjunción de Barça y Madrid —Madrid pre y postmou—, a la que llamaremos, con Del Bosque, «lo majo».

No hay arista de frivolidad (aunque se compre un Ferrari), ni de soberbia en él. Hasta su superioridad física tiene forma de cojera. No se ve más que alguien bajito y rotatorio que se mueve por la mediapunta como un niño jugando entre las piernas de los mayores (¡la brunetización! ¡Otro jugador-niño de Brunete!)

Se podría decir que Isco, a falta de soltarla un pelín antes, es el juego pequeñito de Iniesta, de los niños de La Masía, pero barroquizado. Sumándole los tics que adora el Bernabéu: el tackling agónico, la levitación angélica del Buitre, el control por el control de Zidane. ¡Un Iniesta barroquizado, patizambo y velazqueño! (Es un futbolista-menina; es más, la delantera florentinista debería ser retratada por Antonio López ¡meninizándola! Ese encargo es lo que le queda a la grandiosidad florentinista).

Isco, Iniesta con volutas, Iniesta andaluz, consigue expresar el gusto del español. Por los campos de España se escuchan aplausos de una espontaneidad y de una sinceridad que no engañan. Isco es lo que el español quiere ver, lo que quisiera hacer con el balón. Isco es nuestra mejor manera de pasar el domingo.

Además Isco es la evolución de ese gusto (en Elche jugó un rato con las medias por los tobillos y era volver a los ochenta, a las combadas canillas de Gordillo). Las paradas y arrancadas de Cruyff no las recuerda la afición. Sí lo del Buitre. Con el «dream team» el gusto pasó a Barcelona. El madridista tardó en dominar lo de Laudrup (se lo tuvo que comprar) y luego tuvo a Zidane. Pero después vendría Guardiola con Xavi e Iniesta. El madridista, y el español que no es merengue ni culé, valoraba su fútbol como el más hermoso. Reconózcase que ni Raúl ni Cristiano Ronaldo influyeron en el gusto, en la «hestetica» con h de Romero Peche que alguna vez ha citado Ruiz-Quintano. En ese escuerzo morcillón a lo Morante.

Pues Isco es la vuelta al Madrid de ese antorcha del gusto. Incorpora un poco de todos y mejora a Iniesta. Sólo le faltaría (y aquí la gran cautela) hacer fluir un poco más su juego, reducirse, limitarse lejos del área.

Por eso las ovaciones que se lleva Isco no son como las demás. No es una ovación de reconocimiento o de premio normal. Ni una demostración de alegría. El «isco, isco» es un grito que parece venir de antiguo, como un olé primitivo. Ha surgido solo, sin rima. El isco, isco es un grito del pueblo, Granada, Córdoba, Elche o Madrid, de la nueva España interior y profunda (es decir, la de la tele), expresado con un tono de salmodia o letanía. Se dice como si se ondeara una bandera lentamente y al cabo de un rato suena a plegaria o ruego. Uno cierra los ojos con el “isco, isco” de fondo y se imagina un pueblo español y cuarenta mil viejas con pañuelo negro en la cabeza detrás de una imagen.

El isco, isco es para el español lo deportivo bueno y bello. Una ética y una estética popular. Para que al español le guste algo ha de ser, digamos, «isco, isco».

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