San fernando

El zapatero prodigioso se jubila

Makan Diarra trabaja en su taller situado en la calle Real desde el 2007

Makan, en el taller. pepe ortega

Pepe Ortega

San Fernando

El taller está repleto de bolsos y de zapatos de todo tipo. Hay una máquina de coser, un mostrador de madera y una máquina para reparar calzado. Una señora entra para recoger su encargo. «¿Cuánto es?». «Dame dos euros», responde desde el otro lado del mostrador Makan Diarra, maliense y dueño del zapatero desde 2007. Es sábado y hoy él no ha levantado las rejas del taller. Ha abierto Sidiki. Él tiene 25 años, nació en el pueblo de al lado de Makan y es su aprendiz. En menos de una hora han sido varias las personas que se han pasado por el taller, situado en plena calle Real, solamente para saludar a Makan. En sus caras se percibe un gran aprecio por el zapatero.

Un grito infantil recorre de izquierda a derecha la puerta. «¡Hola, Makan!». Él cose una riñonera a la que se le ha atascado la cremallera. Se dedica a intentar arreglar esos problemillas de los isleños con sus zapatos o bolsos. «Aquí te traigo un trabajito. A ver si me lo puedes solucionar». Makan aparca la riñonera en la mesa y sostiene los zapatos de novia. «Déjamelos aquí no te preocupes», responde. Le pregunta por su familia y conversan durante unos minutos. En el taller se respira buen ambiente y el cariño entre clientes y zapatero es mutuo. Se mueve en su silla de ruedas y alcanza de nuevo la riñonera.

Las máquinas están adaptadas para Makan. PEPE ORTEGA

Makan aprendió el oficio gracias a unos cursillos de zapatería en el Centro de Recuperación de Personas con Discapacidad Física de San Fernando. Allí ingresó después de sufrir un accidente que le cambió la vida por completo. «Entrando en Ceuta en 1999, me pasó el accidente. Tuve una lesión medular en la caída y me quedé toda la noche en el mismo sitio hasta que por la mañana me encontraron dos guardias civiles», recuerda. En ese instante ya no podría volver a caminar. La fuerza de voluntad, su capacidad para integrarse y sus ganas de emprender pudieron con cualquier limitación que una silla de ruedas pudiera suponerle. «Después del accidente tenía muy claro el oficio que tenía más posibilidades para mí. Era la oportunidad que yo tenía», recuerda.

Gracias a una amiga suya conoció al antiguo dueño del zapatero. Jerónimo Cruz le enseñó todo sobre el oficio y tras ver su valía decidió traspasarle el negocio. Antes, adaptaron el taller para Makan. En 2007 comenzó con «mucha ilusión y ganas» a solucionar los problemas de los isleños. Desde entonces no ha parado. Por su forma de ser, su trabajo o su carisma, la ciudad de San Fernando le tiene un cariño especial. «Tengo mucha gente conocida aquí y siento que la gente me quiere mucho. Creo que lo hacen porque si tu no haces nada malo y eres educado, la gente te quiere». Parece muy difícil quitarle la sonrisa del rostro.

Estantería repleta de zapatos. pepe ortega

Sin embargo hace un mes tomó una decisión importante en su vida: ha comenzado los trámites de su jubilación. «Yo estoy cansado ya de la dificultad que tiene el trabajo con la silla, pesa mucho. Me da mucha pena, pero ya he tomado la decisión», sentencia. Su intención es que el negocio, aunque no sea con él al frente, siga para adelante. Makan le ha ofrecido el zapatero a Sidiki. «Aunque me jubile, quiero que siga el zapatero por eso le enseño a él». La pena que sentirá Makan será la misma que sienta La Isla al no verle todos los días al otro lado del mostrador.

Makan consigue darle una segunda vida, y en algunos casos tercera, a los zapatos. Y aunque algunas veces no tengan ningún tipo de solución más allá de comprar unos nuevos, siempre intenta buscar una solución. Su taller también es un espacio solidario: muchas personas donan zapatos nuevos al zapatero para aquellas personas que los necesitan.

«Buenos días, ¿para cortarle el tacón a estos zapatos?» Makan ha terminado de arreglar la riñonera y mira el zapato durante unos segundos. «Se le puede quitar algo, un centímetro más o menos», responde. Sidiki escribe el nombre de ella y los coloca en la estantería. La señora marcha con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando le concedan la jubilación, Makan dejará de estar diariamente en el taller después de diecisiete años en el mismo lugar. El buen hacer, acompañado de una sonrisa contagiosa, ha mejorado el día a día de personas que han pasado de ser clientes a ser familia.

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