Cádiz- reportaje

Los nichos sin nombre del 'Domenech de Varo', el barco gaditano que naufragó en Canarias

Cuando se cumplen 50 años de la tragedia, familiares de los marineros fallecidos siguen luchando por encontrar a sus seres queridos

«Hemos descubierto ahora, medio siglo después, que había cinco tumbas sin nombre y nadie nos dijo nunca nada»

José Manuel Pose, hijo de Julio Pose, patrón de pesca fallecido en el naufragio del Domenech de Varo, que fue a pique en 1973 Antonio Vázquez
María Almagro

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Cuando Julio Pose Canto embarcó por primera vez en el 'Domenech de Varo' tenía 47 años y muchas mareas ya dadas. Gallego de nacimiento pero de gran corazón gaditano había echado hace tiempo buenas amarras en el muelle de Cádiz y también en el de El Puerto que, por aquella época, podía presumir de tener una de las flotas más provechosas de la Bahía. Él, marinero experto, patrón de pesca, debutaba suelas en la brea de este nuevo arrastrero de dieciocho metros de eslora, de casco de madera, con su piel curtida y secada al sol y con esa firme sensación de comenzar otro nueva y larga jornada de varios días donde la mar siempre manda. Donde ella ordena y tienes que obedecerla.

Y así, junto al resto de la tripulación, otros once hombres, originarios de Cádiz, Barbate, El Puerto y Sanlúcar, arranchaban en puerto y enfilaban singladura hacia aguas saharianas para faenar. Para volver a casa, a la lonja, con las redes llenas y la mesa puesta. Pero nunca regresaron. El 'Domenech de Varo' se fue a pique el 6 de febrero de 1973 en la costa del arrecife canario de Mala y sólo dos de ellos pudieron salvar la vida. Una tragedia que no quedó ahí porque la historia todavía fue mucho más cruel. Con ellos y con sus familias.

Ahora se cumplen 50 años de aquello. De una de las fatalidades más dolorosas de la Bahía marinera que ni siquiera pudo llorarles. No hubo despedida, no tuvieron el derecho a un duelo con flores ni vestidos o trajes de luto, sólo tres de estos fallecidos fueron identificados, dos jamás aparecieron y otros cinco fueron enterrados pero sin lápida, sin nombre. Y, lo más duro, sin que ni tan siquiera sus seres queridos supieran hasta hace unos meses que podían estar ahí. Jamás nadie les dijo nada. Medio siglo sin saber qué había pasado con sus cadáveres. Hasta ahora.

Ese día fatídico, José Manuel Pose estaba a punto de cumplir la mayoría de edad cuando su casa oscureció entre sombras. En la pérdida del cabeza de familia. En el llanto de una esposa que de repente amaneció siendo viuda. Y él, huérfano. Su padre no volvería de esa última marea. Pero además les quitaban la esperanza de poder despedirse de él. «Fue todo muy dramático. La gente del mar sabemos que puede pasar y más aún en aquellos tiempos pero el dolor fue inmenso», recuerda. «Nos comunicaron que sólo habían aparecido tres, nada más del resto. Ahí terminó la historia».

La herida quedaba así abierta. Sin que nadie les ayudara a cerrarla. «Dimos por buena la información oficial, ¿qué íbamos a poder saber nosotros?», se pregunta recordando aquellos días tan negros. «Jamás lo olvidaré».

Fatales casualidades

El naufragio sobrevino por un cúmulo de casualidades fatales. Como si el destino quisiera haber atrapado a estos marineros en un callejón sin salida. Primero tuvieron que poner rumbo a Ceuta a repostar gasoil y de allí marchar hacia el caladero. Una vez que pudieron llenar el depósito y por aguas canarias detectaron una avería en la culata del motor así que optaron por volver a cambiar el rumbo y recalar en Lanzarote. Pero mientras realizaba una maniobra en la costa norte de la isla apareció otro enemigo, un temporal de viento del este acompañado de neblina espesa y calima, y un fuerte oleaje que empujó el barco hasta encallar en la costa de Mala en torno a la una de la madrugada.

Al quedar encallados, y en la más absoluta oscuridad, el patrón Vicente Pérez arrojaba la lancha salvavidas pero lo alcanzó una ola que lo tiró junto a la balsa y limpió por completo la cubierta arrojando a su paso a los pescadores. No pudo llegar hasta ellos. Tras alcanzar la orilla empezó a deambular, asustado, perdido, y fue hacia una casa donde había luz. Al tiempo apareció otro de ellos, el marinero José Manga, que pudo llegar a la costa a nado y estos dos únicos supervivientes fueron trasladados a la Casa del Mar. Estaban en estado de shock.

Comenzó el rescate y a la mañana siguiente se encontraba el primero de los cadáveres. El del mecánico José Bernal. Después el segundo, el marinero Antonio Rodríguez. Esa misma mañana se comprobaba que el barco había quedado «completamente destrozado». Al día siguiente hallaban el cuerpo sin vida del contramaestre, Manuel Valiente. Y del 8 al 14 de febrero aparecían nuevos cadáveres. Ya no se les pudo identificar. «Estaban irreconocibles». Dos marineros más continuaron como desaparecidos. Entonces se paró el tiempo. Fue ese momento, en el que se llevó a tierra el último fallecido que pudieron encontrar, cuando acabó oficialmente la historia. Incluso esta última parte no fue trasladada a las familias. Ni lo que ocurrió días después.

Imagen principal - Nichos sin lápida en el cementerio canario. Barco gemelo al Domenech de Varo y libro del cementerio con nombres en blanco.
Imagen secundaria 1 - Nichos sin lápida en el cementerio canario. Barco gemelo al Domenech de Varo y libro del cementerio con nombres en blanco.
Imagen secundaria 2 - Nichos sin lápida en el cementerio canario. Barco gemelo al Domenech de Varo y libro del cementerio con nombres en blanco.
Nichos sin lápida en el cementerio canario. Barco gemelo al Domenech de Varo y libro del cementerio con nombres en blanco. La Voz

La verdad, 50 años después

El reloj volvió a ponerse en marcha en 2022, medio siglo más tarde, cuando los hijos de las víctimas se empezaron a poner en contacto para rendirles un recuerdoal cumplirse los 50 años del naufragio. «Fuimos encontrándonos por redes sociales y a partir de ahí nos fuimos enterando de lo que había pasado y nunca nos habían contado», explica José Manuel Pose. Y así y con el apoyo del investigador local Luis Moreno empezaron a tirar del cabo y a descubrir noticias distintas a las que hasta ese momento conocían. «De los diez fallecidos se nos dijo que se habían encontrado tres cadáveres. Y no fue así. Se recuperaron cinco y no se dijo nada en la Península. Eran otros tiempos. Quizá alguno no estaba dado de alta y lo quisieron ocultar así... no lo sabremos nunca».

Pero lo que sí quieren y pretenden firmemente saber es a quienes corresponden esos cinco nichos. Esas cinco tumbas donde yacen cinco padres, maridos, hermanos, hijos. Nichos que tienen una lápida en blanco y que de momento solo corresponden a unos números (70, 72, 73, 75 y 76).

La insistencia y la fe por descubrir la verdad les llevó hasta ellos. «Yo estuve once días encerrado en la biblioteca de Arrecife, desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, quedándome helado con cosas que no tenía ni idea». Luego con algunas pistas más fueron al cementerio y en sus libros vieron como en la correlación de esos días había varios espacios en blanco. Hablaron con el forense que les confirmó que el estado de los cuerpos no les permitió reconocerlos. Tampoco las técnicas de entonces. Algo que hoy en día sí es posible pero que necesita de una inversión.

Imagen principal - José Manuel, en el arrecife donde encalló el barco. La noticia de la catástrofe en la prensa local del momento. Foto del patrón de pesca Julio Pose, fallecido en el naufragio.
Imagen secundaria 1 - José Manuel, en el arrecife donde encalló el barco. La noticia de la catástrofe en la prensa local del momento. Foto del patrón de pesca Julio Pose, fallecido en el naufragio.
Imagen secundaria 2 - José Manuel, en el arrecife donde encalló el barco. La noticia de la catástrofe en la prensa local del momento. Foto del patrón de pesca Julio Pose, fallecido en el naufragio.
José Manuel, en el arrecife donde encalló el barco. La noticia de la catástrofe en la prensa local del momento. Foto del patrón de pesca Julio Pose, fallecido en el naufragio. La Voz

Por este y otros motivos los descendientes de la tragedia del 'Domenech' se han unido en asociación y están recaudando fondos para poder realizar las exhumaciones y los cotejos de ADN que les permitan por fin despedir a los suyos. Unos trámites que son muy costosos. De momento, la Diputación de Cádiz ha colaborado con una partida de 15.000 euros, cuya moción se aprobó por unanimidad de todos los grupos políticos. Por su parte, la Junta de Andalucía ha aportado 5.000 euros y la cofradía de pescadores de Sanlúcar también ha hecho una donación. Ahora están pendientes de una reunión esta semana con el Instituto Social de la Marina que confían que les depare buenas noticias.

Y así, rescatándolos del olvido, los familiares esperan que pronto esta terrible historia pueda escribir de una vez su final. Aunque serán cinco los que obtengan la respuesta. «Hay un 71 por ciento de posibilidades de que uno de ellos sea mi padre, pero es que ahora mismo la probabilidad que tengo es cero. ¡Claro que merece la pena!»... «¿Y si no es Julio, si ahí no está su padre?», se le pregunta: «Bueno... me llevaré la tranquilidad de que otros sí han podido encontrarlo y eso me colma plenamente». «¿Y si está allí?»... «No tardaré ni un minuto en traerlo a casa. Mi madre jamás se recuperó y murió con esa pena. Yo quiero cerrar su herida».

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