Toros

Triunfo y susto para Aguado mientras Morante y Talavante cortan una oreja

El ritmo del festejo vino marcado por el noble comportamiento general del encierro de Juan Pedro Domecq, al que le faltó mayor energía y un punto de casta y transmisión para que la labor de los toreros alcanzara mayores vuelos

Pablo Aguado saliendo a hombros de la plaza de toros de El Puerto este sábado. Francis Jiménez
Pepe Reyes

Pepe Reyes

El Puerto

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Con el corte de cuatro orejas y la salida a hombros de Pablo Aguado se saldó la última corrida del ciclo estival portuense, que congregó a numeroso público, pues en ella retornaba el ídolo de aficionados, Morante de La Puebla, al que acompañaban dos toreros de fino corte como son Talavante y Aguado. El ritmo del festejo vino marcado por el noble comportamiento general del encierro de Juan Pedro Domecq, al que le faltó mayor energía y un punto de casta y transmisión para que la labor de los toreros alcanzara mayores vuelos. El mejor toro de la tarde-noche fue, sin duda, el quinto. Muy bien presentado, como el resto de sus hermanos, negro, con 485 kilos, derrochó la bravura y nobleza necesarias para que Alejandro Talavante cuajara una faena rebosante de pundonor, arrojo y torería. Lo saludó con farol junto a tablas, para veroniquearlo y adornarse con chicuelinas y revoleras en los medios. La buena condición de la res propició también notables episodios del peonaje, donde destacaron el varilarguero Manuel Cid y los banderilleros Fini y Manuel Izquierdo. Espectacular inicio del trasteo por parte del diestro extremeño quien, rodillas en tierra y en los medios, dibujó una tanda completa de muletazos. Con el público puesto en pie, en cerrada ovación, y el torero ya también en posición erguida, la obra crecería en intensidad. Airoso, de fluida facilidad, su toreo se advertía como etéreo, liviano, grácil. Cambios de mano de suma plasticidad, naturales largos y templados, trincherillas pintureras, la faena constituyó un repertorio consumado del más variado toreo, en la que exprimió hasta la última acometida del buen toro de Juan Pedro. Con un torero desplante y unos pases por bajo puso fin a una bella obra que quedaría abrochada con una gran estocada, tras quedar enhebrada la espada en el primer intento. Menor historia aconteció con su primer enemigo, un cinqueño que perdía reiteradamente las manos y que se desplomó con estrépito al salir del caballo. Para colmo, al iniciar el trasteo Talavante se partió una mano, por lo que al matador pacense no le cupo más opción que montar raudo la espada y finiquitar el trámite con una estocada que alcanzó breve travesía.

El festejo se había iniciado con la irrupción en el ruedo de un toro colorado chorreado, acapachado de cuerna, cuya embestida fue mecida con suavidad, cadencia y temple por el sutil capote de Morante en los lances de recibo. Tras una vara trasera, el animal quedó con una acometida lenta, que aún resultaría más parsimoniosa en las desmayadas verónicas con que quitó el de La Puebla. Toro nobilísimo, de muy escaso poder y fortaleza, que contaba con el brío justo para perseguir la pañosa de Morante. Quien lo sacó al tercio con la caricia inicial de bellos doblones. Trincherillas de sabor que dieron paso a un toreo fundamental jalonado de apuntes estéticos ante un enemigo que tendía a apagarse y a reducir su escueta movilidad. Una estocada caída, cobrada al primer intento, permitió pasear el primer trofeo de la corrida. También se lució Morante de capa al recibir al cuarto de la suelta con armoniosas, cadenciosas verónicas, rematadas con ajustada media, plena de gracia y elegancia. El diestro asió la franela y, después de brindar al público, verificó un pase por alto del que su oponente salió en estampida hacia su marcada querencia de chiqueros. Tendencia contumaz del toro, que Morante solventó con muletazos de mano baja y suma calidad. Pero al manso, reservón burel le costaba arrancarse y consumar las suertes en plenitud, hasta el punto de quedarse finalmente inmóvil ante el cite desesperado del artista de la Puebla. Quien con media estocada de habilidosa ejecución despachó al desabrido animal.

Cuando ya arribaba el final del festejo y de la temporada, cuando sólo quedaba solventar el postrero trámite de la última estocada, se volvieron a vivir unos instantes dramáticos en la plaza de El Puerto. En sendas entradas a matar, Pablo Aguado fue prendido con violencia por el pecho y, en la segunda ocasión, volteado con violencia y de mala manera por los pitones. Por fortuna, parce que todo quedó esta vez, y de forma milagrosa, en un susto. El toro nunca humilló durante su lidia y esperó con la cara alta al diestro sevillano cuando éste ejecutaba la suerte suprema. Ejemplar que se había quedao muy corto bajo los capotes y nunca demostró interés alguno en la pelea. Salió muy suelto del caballo y prosiguió su anodino, inocuo proceder por el ruedo hasta que Aguado se dobló con él con la muleta. Entonces se advirtió que el toro se revolvía presto al final de cada pase y que iba a constituir toda una papeleta. Loable labor del sevillano, que se afanó en intentar el toreo ante un enemigo sin raza, que acometía a media altura y que además se tornó en incierto. Su primer enemigo fue un colorado, ojo de perdiz y blancos pitones, estrecho de sienes, que siguió con cierto celo el suave capoteo a la verónica de Aguado. Donde ya evidenció una embestida cansina y muy menoscabada por la falta de fuerzas. Dibujó el diestro un bello quite por chicuelinas de manos bajas e inició el trasteo de muleta con finos y poderosos pases por bajo. Ya en el tercio, cuajó una serie de rotundos derechazos. Episodio que constituyó el punto álgido de una faena en la que pronto el toro empezó a pensarse las embestidas y a realizarlas con mayor interrupción e intermitencia. Noble animal, cuyas acometidas se vieron desfavorecidas por la carencia palpable de poder y al que despachó Aguado con una estocada que presentó cierta tendencia.

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