Toros en El Puerto

Novillada por la puerta grande en El Puerto

El novillero local, Víctor Barroso, a la postre triunfador del festejo, mostró un carácter decidido y arrollador, con el que supo extraer el máximo partido de sus enemigos

Un momento de la novillada celebrada esta jueves en El Puerto ANTONIO VÁZQUEZ

Pepe Reyes

El Puerto

La escasa pujanza del noble ganado de La Cercada marcó el devenir del festejo en el que los tres novilleros actuantes tantas esperanzas tendrían depositadas. El novillero local, Víctor Barroso, a la postre triunfador del festejo, mostró un carácter decidido y arrollador, con el que supo extraer el máximo partido de sus enemigos. Manuel caballero, hijo del torero con el mismo nombre, se presentaba en El Puerto y dejó estela de novillero hecho y conocedor del oficio. Mientras Manuel Román sorprendió por su compostura torera y la plasticidad con que ejecuta las suertes. Pero debe mejorar en la suerte suprema, por cuyos continuados errores se le esfumó el triunfo.

El novillero local, Víctor Barroso, a la postre triunfador del festejo ANTONIO VÁZQUEZ

Distraído y sin fijeza, el primer novillo de la tarde dio de grupas a Víctor Barroso cuan éste intentaba fijarlo con el capote. Entró al caballo al relance para ser castigado con una vara bien sañalada de la que salió con el mismo abanto proceder ante los engaños. Difícil papeleta para el novillero local, que enseguida le ofreció la franela al natural y en redondo en sucesivas tandas con las que recogió al novillo en los terrenos del tercio. La absoluta carencia de celo y de entrega en la pelea de la res marcaría el devenir de un trasteo que acabó con el animal inmóvil y en molesta actitud escarbadora. Como colofón, ejecutaría barroso con galanura y verdad la suerte del volapié, en la que cobró una estocada algo contraria.

Recibió Víctor al cuarto con larga cambiada de rodillas y después vio como también su segundo oponente tendía a salir suelto de las suertes, por lo que la labor capotera hubo de reducirse a una actividad persecutoria del animal. Un quite por tafalleras tras entrar el animal en jurisdicción de la cabalgadura constituyó su postrero logro con la capa. Inició de hinojos en los medios donde plasmó una tanda de muletazos de sumo mérito y exposición. La embestida del de La Cercada era sosa y anodina, carente de humillación y sin un ápice de transmisión, pese a lo cual el portuense mostró buenas maneras, muchas ganas y hasta consiguió momentos de brillo en el permanente arrimón en que consistió su faena. Tras un torero desplante, remató su labor rodilla en tierra y con el dignísimo colofón de una gran estocada.

Manuel Caballero saludó a su primer oponente con ajustadas verónicas, que abarcó con airosa revolera, en cuyos remates finales a una mano solventó con donosura las sucesivas coladas que sufrió por el pitón izquierdo. Se lució después con templadas chicuelinas al galleo, que rubricaría con una lucida media verónica. Culminando así una lucida actuación capotera. Renuente el animal a la hora de acudir al caballo y al arrancarse a los banderilleros, arribó al último tercio con la casta y la nobleza suficientes para permitir al manchego un bello inicio de faena en genuflexa posición y dibujar a continuación conseguidas series de derechazos. Más tardo y menos profundo su oponente por el otro pitón, también lo supo pasar al natural en conseguida tanda. Faena basada, pues, en el toreo en redondo, que alcanzó un final prematuro al desinflarse por completo la escasa bravura del astado. Con dos pinchazos y una estocada trasera puso fin a este capítulo.

No pudo estirarse a la verónica ante el quinto debido al desrazamiento de éste y a la clamorosa falta de fuerzas que también evidenció. Pero la extrema nobleza que también atesoraba permitió a Caballero esculpir varias series pulcras en redondo y al natural, en las que mostraría tanta academia y ortodoxia como falta de apreturas y ceñimientos. Cuando atacó al animal en las postrimerías de su trasteo, aquél, muy cortito de casta, se apagó por completo. Con una estocada algo trasera puso fin a su labor.

Sorprendente carta de presentación de Manuel Román en El Puerto al mover con suma soltura los vuelos del capote, con el que se traía embarcado al novillo en verónicas de gran plasticidad. Quitó por acompasadas chicuelinas y, después de que saludara Javier Ambel por los dos buenos pares de banderillas que colocó, pronto se estiraría en el toreo en redondo con un concepto de desmayo y quietud. Aprovechó el ir y venir de la res sin mayor entusiasmo tras la franela para adornarse con estética y compostura. Con menos acople en el toreo al natural, sus derechazos sí poseyeron mayor armonía y hondura. Erró con el arma toricida por partida triple y acertó por fin con media estocada.

Muy poco brío mostró de salida el descastado animal que cerraba plaza, cuyas pésimas condiciones no permitió al novillero cordobés repetir el brillo alcanzado con el anterior. No así con la pañosa, con la que cuajaría muletazos despaciosos y templados a un astado con poco recorrido y desentendido de la pela al salir de la suertes. Pero boyante y noble, lo que permitió estar a gusto a Román y cautivar al respetable por su consumada estética. Con unas manoletinas y un reguero de pinchazos e intentos de descabello puso fin a su labor.

Novillada en El Puerto:

Se lidiaron seis novillos de La Cercada. Bien presentados, nobles y faltos de casta. Al sexto se le dio la vuelta al ruedo

Víctor Barroso, de blanco y oro con remates negros. Ovación y dos orejas.

Manuel Caballero, de nazareno y oro. Nuevo en esta plaza. Ovación y oreja.

Manuel Román, de rosa y oro. Nuevo en esta plaza. Ovación y vuelta tras aviso.

Plaza de toros de El Puerto de Santa María. Un cuarto de entrada.

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