Semana Santa

Crónica: El Puerto se rinde a la fe, Humildad sin miedo y Nazareno sin tiempo

El Señor de El Puerto volvió a desatar la devoción que nunca se apaga; desde el Espíritu Santo, la Humildad desbordó elegancia y templanza

Luis Miguel Morales

El Puerto

La Humildad sigue contando los días. Ya van diez años sin pisar su casa, sin abrir las puertas de la Capilla de la Aurora. Desde aquel Jueves Santo precipitado —cuando la cofradía tuvo que abandonar su sede entre la impotencia y el desconcierto— vive un exilio con forma de promesa. El Monasterio del Espíritu Santo ha sido refugio, pero no hogar. Porque una Hermandad sin su templo es un alma sin techo, una cruz sin su propio madero.

Y, sin embargo, la Humildad no se ha rendido. Ha resistido la intemperie del calendario y de las circunstancias. Lluvias, cancelaciones, silencios… pero también crecimiento, esperanza y firmeza. Si el año pasado brotaron lágrimas al no poder salir, este 2025 se ha escrito con letras de gloria. La mañana amaneció caprichosa, con una llovizna que parecía querer recordarle a la Hermandad que el cielo, a veces, también pone a prueba la fe. Pero esta vez, no. Esta vez hubo victoria.

La Hermandad se envalentonó, alzó la mirada y se echó a las calles con su Cristo al frente, como quien regresa al sitio donde sabe que lo esperan. Fue una Estación de Penitencia para el recuerdo. Un Jueves Santo que espantó fantasmas y sembró certezas.

El paso de misterio se alzó como un suspiro barroco detenido en el tiempo. Cristo paciente, mesurado, humilde en su entrega. Porque si alguien sabe de espera, es Él. Sabe que todo llega, que todo tiene un tiempo, una medida, un propósito. Y su cofradía, curtida en vaivenes, ha aprendido también a esperar. Y lo hace con fe, con mimo, con la templanza de quien confía sin estridencias.

Coqueta, sobria, elegante. Así se presentó la Hermandad este 2025. Con estrenos que hablan de lucha y constancia: faroles de guía, incensarios, el dorado del respiradero delantero, una nueva cruz arbórea, la restauración del Simpecado… cada detalle, una promesa cumplida, un «aquí seguimos» bordado en metal y en seda.

La talla del Cristo —anónima, sevillana, del último cuarto del XVII— es una obra maestra sin firma. Le escoltan figuras de Castillo Lastrucci. Cierra el cortejo la Madre del Desconsuelo, atribuida a La Roldana: una Virgen nacida del barro y de la pena, de la dulzura contenida y de la mirada que abraza.

Todo en la Hermandad respira historia y presente. Pasado ilustre y futuro cierto. Como cierta es la herencia que sigue viva en su cuadrilla, donde el recuerdo del capataz eterno, Sergio Alejo, late en cada chicotá. Su hijo y su hermano siguen al martillo, modelando ese legado que se levanta y avanza entre lágrimas y aplausos. Lo evocó con emoción José Manuel Cristo en su pregón, y lo siente cada costalero cuando escucha el llamador.

Este año, el cortejo caminó al compás de la Agrupación Musical Sagrada Resurrección de Sanlúcar de Barrameda tras el paso de misterio, y la Banda de Música Maestro Infantes de Los Barrios acompañó el palio. Sones para una jornada que se hizo arte, historia y emoción.

Si Humildad espera, Nazareno reafirma

Confirma que la fe no se detiene, que la devoción no se moja y que, aunque la lluvia frustre los planes, jamás apaga el fervor. En 2024 quiso hacer historia: salir desde su Casa de Hermandad. Pero el cielo lo impidió. Este 2025, el Señor de El Puerto ha vuelto a su senda desde la Basílica de los Milagros. Y ha vuelto con todo: con la cruz al hombro, con la ciudad a sus pies y con el corazón de El Puerto latiendo al compás de cada zancada.

Nuestro Padre Jesús Nazareno —esa talla barroca de 1702 atribuida al círculo de Pedro Roldán— no necesita presentación. Solo hay que verlo andar. Lento. Dolido. Vencido por el peso del madero y la carga del mundo. En su mirada, el consuelo que tantos buscan. En su paso, la esperanza que tantos llevan. A su lado, San Juan Evangelista —documentada obra de Roldán—. Tras Él, María Santísima de los Dolores, con la mirada perdida en el cielo, llegada desde las Clarisas Capuchinas, atribuida por algunos a Salzillo. Una imagen envuelta en arte, ternura y devoción.

El Señor volvió a reinar. No hay esquina donde no se le espere. No hay silencio que no se rompa con un «¡Viva el Nazareno!». No hay lágrima que no halle sentido al verlo pasar. Es la imagen que consuela, que escucha, que recoge promesas y agradecimientos. Es el Nazareno de El Puerto. Porque nazarenos hay muchos. Como Él, ninguno.

Este año, la Hermandad se presentó con nuevos estrenos que embellecen sin eclipsar: el dorado del respiradero lateral, obra de los Hermanos González en Sevilla, brilla con mesura; los broches de faldón, bordados en oro y seda por el taller de Alberto Florido, aportan elegancia. Pero lo que más conmueve es lo más sencillo: un libro de difuntos que camina tras el Señor. Una procesión invisible. Un rezo eterno por quienes ya no están. Porque hay pasos que también se dan desde la memoria.

Y es que Nazareno no camina solo. Lo acompañan las oraciones de un pueblo, los rezos de quienes lo siguen desde siempre, los silencios de quienes lo miran desde lejos, las promesas de quienes lo esperan cada año con el alma temblando.

A los sones de la Agrupación Musical Santísimo Cristo de la Clemencia de Jerez de la Frontera tras el paso de misterio, y con la Banda de Música Maestro Dueñas de El Puerto tras el palio, el cortejo se hizo plegaria. Historia. Rito. Una liturgia popular donde todo cobra sentido cuando Él pasa.

Humildad y Nazareno. Dos maneras de caminar. Uno aún busca su casa. El otro ha hecho de la Basílica su altar. Pero ambos llevan consigo el alma de El Puerto, esa que se desborda en cada chicotá y que late más fuerte cada Semana Santa.

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