COMERCIO EN CÁDIZ

La plaza de las Flores de Cádiz se queda sin flores

De los siete quioscos que durante décadas perfumaron y llenaron de color el centro histórico de la ciudad apenas dos siguen abiertos

La jubilación de los floristas y la falta de relevo generacional han dejado al emblema gaditano a medio gas

La fuga de comercios en edificios emblemáticos del centro de Cádiz sigue y abre más la herida

La plaza de las Flores con cinco puestos cerrados. NACHO FRADE

Durante décadas, la Plaza de las Flores fue una explosión de aromas y colores. El bullicio de los vendedores,, las manos expertas creando ramos, el murmullo de turistas y vecinos que hacían parada obligatoria para llevarse un centro de claveles o fotografiar semejante estampa. Era el corazón vivo. Pero hoy la postal es distinta. De los siete puestos que daban nombre y sentido a la plaza, apenas dos continúan abiertos.

Las persianas bajadas de los demás quioscos se han convertido en símbolo de un problema que va más allá de los comercial. La falta de relevo generacional. Las floristas que durante años trabajaron de sol a sol se jubilan, y sus hijos o nietos han optado por otros caminos. Sin nuevas manos dispuestas a mantener la tradición, la plaza se marchita.

Estos 'puestos' nacieron en los años noventa, en plena remodelación de la plaza. Desde entonces, se convirtieron en parte inseparable de su identidad. No había visita a Cádiz sin pasar por allí, comprar un ramito o, al menos, pararse a mirar los colores que iluminaban la explanada.

Con el tiempo, la plaza fue ganando atractivo turístico. A las floristas se sumaron vendedores de imanes, sombreros de playa, abanicos y recuerdos para visitantes. El espacio se transformó en un mercado híbrido, mitad tradición, mitad 'souvenir'. Pero incluso esa diversificación no ha sido suficiente para frenar el declive. Pues solo un único quiosco ha quedado reservado para los turistas.

De los siete puestos, solo dos están en activo. Plaza de las Flores de Cádiz NACHO FRADE

Un relevo generacional que no llega

«Esto es un trabajo duro, de madrugones, de frío en invierno y calor en verano, de estar de pie diez horas al día», cuenta Carmen una de las pocas floristas que sigue al pie del cañón. Ella heredó el puesto de su madre, pero admite que en su familia no habrá continuidad: «Mis hijos han estudiado, tienen otras aspiraciones».

Historias como la suya se repiten en casi todos los kioscos cerrados. Concesiones que se agotaron, familias que no quisieron o no pudieron mantenerlas, y la falta de un plan municipal claro para reactivar esos espacios. La consecuencia es una plaza que poco a poco va perdiendo el aroma que le dio nombre.

Para los vecinos, pasear hoy por la plaza tiene un sabor agridulce. Los dos puestos que siguen abiertos intentan mantener la esencia, con ramos frescos y flores de temporada, pero al estampa de cinco quiscos cerrados transmite abandono.

Tradiciones comerciales frente a la modernidad

La plaza refleja un problema más amplio que está afectando a toda la ciudad. La dificultad de mantener vivas las tradiciones comerciales frente a la modernidad y al cambio de hábitos. Al igual que ocurre con los grandes locales vacíos de Columela o Palillero, como se ha contado, la Plaza de las Flores muestra lo que Cádiz gana como ciudad turística, pero también lo que pierde como comunidad con raíces.

Porque más allá de la venta de flores, estos kioscos eran un espacio de sociabilidad. Esa vida de barrio, hecha de gestos pequeños, es la que se va apagando junto con los ramos que ya no se venden.

Los visitantes siguen llegando. Fotografían la original fachada de la oficina de Correos, el Mercado Central de Abastos, los puestos de los alrededores, los papelones de pescaíto frito. Pero la plaza que se presentaba como un estallido de color, ha perdido su esencia. Como si la plaza se hubiera quedado muda.

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