Cultura

Pepe el Caja: «Con María (Jiménez) empezó todo»

El humorista dejó a un lado sus estudios universitarios para arrancar las risas en el programa Bienaventurados de Canal Sur; «Ella era muy auténtica, y todo lo que fue, lo fue sin pretender serlo»

María Jiménez con Pepito el Caja en Bienaventurados. L. V.
José María Aguilera

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José María Moreno, para el mundo Pepe el Caja, ultima los detalles de cara a su actuación de este viernes en el Café Pay Pay, el pequeño templo de los artistas gaditanos. Es un bis después de arrasar hace algunas semanas en otro establecimiento de la capital, donde se colgó el 'sold out' (que no hay entradas). Pepe es ahora un humorista bien reconocido al que no le faltan contratos para actuar en las salas de todo el país. Incluso comparte momentos de escenario con su buen amigo Manuel Carrasco, que tira de su ingenio y chispa para caldear los conciertos.

Hoy jueves es un buen día para echar la vista atrás. Porque José María Moreno era estudiante de INEF e iba para profesor de Educación Física, pero Pepe el Caja lo que ejercita es el humor y las únicas agujetas que provoca son en el estómago y por la risa. ¿Entonces? María. «Porque con María (Jiménez) empezó todo».

«No sé si habría sido mejor o peor, pero mi vida sin María hubiera sido distinta», reconoce el gaditano, triste por el fallecimiento de su amiga aunque consciente de que se podía intuir. «Tenía muchos achaques. De cabeza estaba perfecta, le seguían encantando las fiestas, pero el cuerpo no le respondía». Hay que remontarse al 2006, al programa Bienaventurados de Canal Sur, para empezar a contar esta historia. «Yo estaba estudiando la carrera y me presenté al casting. Al primer momento María se me acercó y me dijo: 'Pepe, anda que no vas a hacer tú programas conmigo. Vete preparando'». Así nacía el artista que contaba chiste a ritmo de bulerías, que entonó como himno el '1, 2, 3, vámonos, que vámonos'.

 

«Ya al segundo día me encerró en su camerino y me dio el número de su abogada. Me dijo que la productora me ofrecería un contrato, así que la llamara para que lo viera y no me engañaran. Se portó conmigo de manera impresionante. No tenía interés ninguno y siempre me ayudó, como a mucha gente. Es de esas personas que ayudan más a los demás de lo que se ayudan a sí mismas».

Desde entonces entablaron una gran relación de amistad. María Jiménez, trianera, se alejaba del ruido en su vivienda de Chiclana, ciudad de la que posee su insignia de oro. «Su casa es para verla: es María en estado puro. Una habitación con decoración moruna, luego al lado otra con una virgen de tamaño natural, paredes altísimas para lograr intimidad... y la sensación de acogida absoluta. En el momento en que entrabas esa casa era tu casa». Hace dos días, le escribió un mensaje preguntándole como estaba: «tenía yo eso en mi cabeza. No me pudo responder. De todas formas, ella nunca se quejaba, no le gustaba que le vieran sufrir. Me hubiera dicho que estaba bien y no le habría dado mayor importancia».

De María «poco voy a decir que no se sepa. Me quedo con esa frase en la que asegura que es muy tímida, en realidad, y su forma de actuar es un recurso para romper su timidez. Prefiere atacar antes de que le ataquen. En eso me siento muy reflejado». También destaca que su vida estaba muy marcada, perdió parte de ella, tras el fatídico accidente que le costó la vida a su hija un día de Reyes.

En cuanto a su personalidad, la clave es que fue todo lo que fue y sin pretender serlo. «Ella era muy auténtica y decía las cosas como las pensaba y sentía. Era un icono sexual pero nunca pretendió serlo. Un ejemplo de mujer empoderada y sin quererlo, pues enseñó más de lo que se aplicó. Todo el legado que ha dejado, gente que se ha fijado en ella para sacar la energía, y ella en cambio lo pasó muy mal. Sufrió mucho en su matrimonio y por suerte cuando yo la conocí ya había roto muchas cadenas. A diferencia de lo que les pasa a muchos, era una artista, una figura, reunía a muchísima gente alrededor, pero no lo buscaba. La gente la quería por su forma de ser». No tenía una voz prodigiosa, ni formación en danza y baile, y en cambio era una artista en cuanto pisaba el escenario. «Muy pareja a Lola Flores, eran como Zipi y Zape».

Su genio es un don natural. «Ella empezó diciéndole a la gente: 'si me escuchas esta canción, te limpio la casa'. Hasta que una vez la llevaron a un tablao. Allí, con minifalda, cantaba lo que le echaran, copla o flamenco. María Jiménez era un torbellino».

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