Accidente mortal en Cádiz

«Esa entrada a Cádiz es una trampa y hay que buscarle una solución»

Los vecinos y trabajadores del barrio de Astilleros y los alumnos y docentes de la Escuela de Arte tratan de pasar página tras el trágico accidente protagonizado por un autobús y que ha conmocionado a toda la ciudad

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Flores en el lugar donde tuvo lugar el trágico accidente este pasado lunes FRANCIS JIMÉNEz

JOSE M. VILCHES

CÁDIZ

Cádiz lo mismo llora de alegría que de tristeza. Y esta semana toca ir secando lágrimas que no se pueden frenar en los ojos y que caen poco a poco por las mejillas hasta dejar un amargo sabor en la comisura de los labios: es el sabor de la tragedia.

Los vecinos y trabajadores del barrio de Astilleros y la Escuela de Arte tratan de pasar página tras el accidente que conmocionó a toda la ciudad nada más arrancar la semana, entre las tres y las cuatro de la tarde de este pasado lunes, y que se ha saldado con la muerte de dos jóvenes y una mujer de 60 años. Una tercera persona, un portugués de 86 años, resultaba herido de gravedad y se debatía en la UCI del Puerta del Mar entre la vida y la muerte.

Dos de las víctimas mortales del fatal accidente pertenecían al IES Drago de Cádiz. Los jóvenes, un chico de 17 años y una chica de 19, también eran alumnos del Conservatorio Profesional de Música Manuel de Falla de Cádiz. Por ellos, por todo, la música debe seguir sonando...

El accidente ha dejado dos huellas en el barrio: una muy visible en el pavimento, arbolado y acerado de la zona y otra menos visible en el interior de las personas. La primera de esas huellas está al alcance de los ojos de cualquiera que pase por el lugar del trágico suceso y desde primera hora se trabajaba para subsanar todos esos desperfectos provocados por el autobús a lo largo de buena parte de la avenida de Las Cortes. La segunda huella, dejando a la gente desahogarse, hablar a su ritmo, se palpaba el día después de los hechos. «A ti te hablo porque vas con una libreta, pero delante de una cámara no me pongo», apuntaba una trabajadora de El Corte Inglés.

Y es que esa huella, profunda, que hay que ir desterrando, se ha metido dentro de esos trabajadores del centro comercial, de los usuarios y trabajadores del gimnasio que está en la otra esquina, en los vecinos del barrio, en los profesores y alumnos de la Escuela de Arte, en los comercios de ese punto de Cádiz, en el alma de toda la ciudad. «No se habla de otra cosa», confesaba la trabajadora de El Corte Inglés.

Tere atendía a este medio junto a una compañera, Estrella. Las dos hablaban al unísono para valorar lo que pasaba por sus cabezas, por su cuerpo, donde aún reside el susto. «Esto no se va a olvidar fácilmente», aseguraban vestidas con ropa deportiva. «Nos pillas yendo al gimnasio. Y es inevitable pensar que lo ocurrido te podía haber pasado a ti, entrando o saliendo, cruzando el paso de cebra... Por desgracia no todos podemos contar cómo lo vivimos», suspiran.

Estrella recuerda cómo vivieron el accidente: «Yo trabajo en perfumería, en la pared pegada a la zona por la que pasó el autobús. El ruido que se escuchó fue atronador, parecía que había explotado una bomba. Y cuando salimos a ver qué pasaba y vi el autobús como estaba pensaba que había sido un atentado. La Policía entró a El Corte Inglés a por desfibriladores, se estaba reanimando a personas, gente estaba siendo atendida tras haber sufrido ataques de ansiedad. Lógico, el susto fue tremendo, y el que lo presenciara no lo va a olvidar en su vida«.

«Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos, a la hora a la que entraban a trabajar compañeros. Algunos de ellos estaban en el semáforo y lo vieron todo, les han llamado para que vayan a testificar. Lo que nos han contado a nosotras es que el autobús iba muy rápido, que el conductor intentó enderezar la dirección y que no pudo. Podría haber pasado una tragedia aún mayor«, añade.

Y apunta Tere: «Esta zona de entrada a Cádiz es muy peligrosa, no es la primera vez que hay un accidente. Esperemos que esto sirva al menos para que se ponga una solución, que quiten los peligros, que los hay y muchos. Es una trampa y hay que acabar con ella, buscarle una solución. Y es increíble cómo son algunas personas. ¿Te puedes creer que, después de lo que ocurrió ayer, hoy había gente cruzando de aquella manera por el mismo semáforo, gente mayor... es increíble, la verdad, ni un día de respeto«.

«Se te ponen todavía los vellos de punta», dicen estas mujeres a la par mirando las huellas visibles que ha dejado el accidente y sacando las suyas, poco a poco, sin mirar hacia otro lado, al exterior.

Javier es un vecino del barrio y usuario del gimnasio que está en una de las esquinas que tembló por la irrupción del autobús a toda velocidad. De hecho, vive justo al lado. «Yo ayer no fui al gimnasio porque estaba mi hermano malo. Y pienso de la que me he librado porque suelo ir a la hora en la que tuvo lugar el accidente. La verdad es que sigo impactado, no va a ser nada fácil quitarme de la cabeza este duro recuerdo«, destaca mirando a los ojos con firmeza, tratando de buscar una salida a

Iván está apuntado al mismo gimnasio. Y reconocía antes de entrar a ejercitarse que sigue con el susto en el cuerpo: «La vida te puede golpear en cualquier momento. Impresiona ver cómo ha quedado todo esto. No estamos acostumbrados a estas cosas en Cádiz, toca digerirlo«.

Un punto en el que se han puesto muchas miradas este martes ha sido la Escuela de Arte y el Conservatorio de Música. Los alumnos iban y veían, entraban y salían, compartiendo en las escaleras momentos para un café o un bocadillo. Charlaban, reían, abrazaban casi sin darse cuenta a la normalidad.

A las doce, junto a los docentes y la dirección, se han guardado cinco minutos de silencio en memoria de los dos compañeros fallecidos en el accidente y posteriormente han colocados flores a las puertas del Conservatorio.

Juan, jefe de estudios, saludaba a unos y a otros, muy pendiente y con mucha mano izquierda. «Son muy permeables, la gente piensa que a estas edades se pasa de todo, pero nada más lejos de la realidad. Echamos en falta en estos momentos orientadores, que no está de más recordar que no tenemos en el centro, pero les damos el abrigo y el apoyo que les podemos dar, la palabra necesaria, la palmada en la espalda, el saludo o la mirada... lo que haga falta. No hay que recordarles nada, pero tampoco tenemos que mirar hacia otro lado«. »Ellos manejan las redes sociales como nadie y ahí tienen una buena vía de escapa y de desahogo. Se relacionan mucho y bien entre ellos mismos, es una edad en la que se amplifica todo«, concluye.

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