El valor de la propiedad privada

La Sierra de San Pedro, como Doñana o Monfragüe se han conservado gracias a la iniciativa de sus propietarios

El valor de la propiedad privada BARCA

Rafael Serrano Vicente

Tras la recuperación de la Sierra de San Pedro a los musulmanes en la Reconquista, la mayor parte de su superficie eran fincas de la ciudad de Cáceres. La Iglesia, principalmente a través de las órdenes militares de Alcántara y Santiago, y algunos particulares también eran dueños de cierto número de predios, si bien estos suponían una parte menor.

Esas dehesas de propiedad municipal eran explotadas por arrendatarios o de forma comunal por vecinos del municipio. En el primer caso, los aprovechamientos salían a pública subasta y eran adjudicados al mejor postor, mientras que, en el segundo, había una completa normativa que regulaba su utilización, para que la explotación de esas fincas fuera racional y se evitaran los abusos. En principio el sistema funcionó pero, con el paso del años, empezó a tener graves carencias. Así, los inquilinos no podían realizar las mejoras más elementales, pues estas daban beneficios a largo plazo y no tenían la certidumbre de que iban a continuar allí, como arrendatarios, corriendo el riesgo de que otros disfrutaran de su trabajo. Por otro lado, aparecieron toda una suerte de especuladores que se las apañaban para amañar las subastas, quedándose con los arriendos de esas dehesas municipales a precios bajos, para luego subarrendarlas a pequeños ganaderos y agricultores, obteniendo con la operación sustanciosos beneficios. Pero mucho peor era el poco respeto que había por parte de los ciudadanos hacia esos bienes públicos, de modo que los vecinos, en mayor o menor medida, trataban de sacar de esas fincas el máximo beneficio posible a corto plazo, sin importarle el daño que se les hiciera. Así, unos, para que con las primeras lluvias hubiera un jugoso rebrote del monte bajo y de la hierba, daban fuego a las dehesas, sin preocuparles lo más mínimo que fueran devorados por las llamas no solo maleza y pasto sino, además, frondosas arboledas. Las talas y podas abusivas estaban a la orden del día y, con frecuencia, al desbrozar el terreno no se dejaban suficientes retoños de encina y alcornoque , puesto que las rozas se hacían «a hecho», contraviniendo la ordenanza que sabiamente había dispuesto al respecto Carlos III. Mención especial debe hacerse de la nociva incidencia que tuvo la industria del cuero en los árboles de la Sierra de San Pedro. En aquellos tiempos, en los que no había curtientes químicos, había que recurrir a la casca, que es la corteza de la encina o del alcornoque, para curtir las pieles. La Sierra acabó siendo el lugar que proveía de casca a toda la región, pero descortezar los árboles llevaba irremisiblemente a su muerte. Así, este paraje presentaba a finales del siglo XVIII un aspecto deplorable, invadido de matorral y con la mayor parte de sus encinares y alcornocales perdidos o dañados por el fuego, las cortas y la extracción de corteza.

Esta situación de las dehesas municipales no pasó desapercibida para las agudas mentes de los hombres de la Ilustración, que propusieron que esas fincas fueran enajenadas y pasaran a manos particulares, para poner fin a los atropellos que venían sufriendo. No obstante, la situación continuó y hubo que esperar a 1870 para que, con la llegada al poder de los liberales, Madoz pusiera en marcha esa medida, sacando a pública subasta la mayor parte de los predios concejiles. Esta desamortización, al igual que la puesta en marcha por Mendizábal unos años antes, perseguía incrementar el número de propietarios agrarios de clase media, aumentar la productividad del campo y proveer de fondos a un erario que estaba exhausto, no consiguiendo ninguno de esos objetivos, al ejecutarse de forma precipitada y de mala manera. No obstante, sí tuvo un efecto beneficioso en la Sierra de San Pedro, pues la mayoría de los adjudicatarios dispusieron de inmediato que se acabara con las tropelías antes enunciadas y que se tomaran medidas para conservar y fomentar la arboleda, al considerar que la mejora más importante que podían realizar en sus nuevas propiedades era cuidar el monte, para que volviera a tener el esplendor del pasado. Así, los desbroces, que se incrementaron de forma considerable, se empezaron a hacer usando métodos que sí dejaban suficientes retoños de alcornoque y encina. Por eso, la mayor parte de los bosques de quercíneas que hoy pueblan este singular paraje están formados por pies de aquella época. De ahí que ese monumento natural que es la Sierra de San Pedro, al igual que Doñana , Monfragüe y otros lugares de especial riqueza biológica y paisajística, se haya conservado gracias a la iniciativa de sus propietarios particulares.

Publicado en ABC el viernes 5 de enero de 2018

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación