Joaquín Sabina saluda en su concierto del martes en Madrid
Joaquín Sabina saluda en su concierto del martes en Madrid - de san bernardo

Joaquín Sabina: el pirata de Tirso de Molina

La obra del cantautor y poeta sería distinta sin Madrid, pero la capital también sería otra ciudad sin sus canciones

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Arriesgaba Francisco Umbral que Madrid lo inventaron entre Carlos III y un albañil de Jaén. El que escribe bien no se equivoca, pero Madrid también lo han inventado, o reinventado, el propio Umbral y, naturalmente, Joaquín Sabina, que son, cada uno en lo suyo, dos reyes únicos del mambo de las orquestaciones desorquestadas del alma del hombre urbano, al que todo le pasa por salir de su casa, según sabemos.

Joaquín, ahora, sale poco o muy poco, pero Madrid está ahí siempre, entre otras cosas porque llega un momento en el que Madrid ya va por dentro. Madrid es un género literario, y Sabina lo ha prorrogado, prestigiándolo de golfos que pactan como caballeros y chavalas con la lengua muy larga y la falda muy corta.

Dice que en Madrid, de madrugada, un atasco es poesía, y que aquí puedes tener durante años un amigo, o varios, sin saber ni siquiera dónde viven. Madrid es así de riguroso con los albedríos. La alcurnia de Joaquín es alcurnia de pirata, y de ahí que diga la verdad cuando exagera, que es siempre o casi siempre. La obra de Joaquín sería otra, sin Madrid, pero Madrid también sería otra ciudad sin él, que nos ha hecho el mapa de la melancolía, nos ha presentado a alguna Barbie de extrarradio, y sabe que los taxis nocturnos tienen algún momento de ambulancia.

Joaquín es hoy una majestad en Latinoamérica, pero siempre resulta una noticia madrileña, si nos fijamos, porque lo que canta o cuenta lleva siempre una espuma de Lavapiés, un bombín de torería.

Peregrinaciones secretas

Nuestro pirata tiene el barco domiciliar cabeceando en la plaza de Tirso de Molina, y a veces hay peregrinaciones secretas de ninfas o poetas, todos anónimos transeúntes embelesados, hasta la embocadura del portal, donde avalan vecinos no ilusorios que se han visto desmayos, o levitaciones. Lo que vengo a decir es que la ciudad acaba amando a fondo a un tipo así, tan impostor, tan auténtico, que nos ha leído en canción la propia vida, entre la métrica de Gran Vía y el autorretrato al portador.

Le gusta la penúltima copa, la calle Relatores, si llueve, y las maldades de calavera: «Fíjate, Herrera, si estoy acabado que ya sólo escribo canciones de amor a mis hijas». Esto me lo soltó una tarde en su casa, donde a cualquier hora es de noche. Algún día escribí que Sabina es el Dylan de los que no sabemos inglés. Ya hay que divulgar que Madrid es más Madrid con él, «aunque la maja desnuda cobre quince y la cama». O precisamente por eso. El pirata, hoy, vive más bien en retiro. Pero el pirata va por dentro. Que es como decir que va por dentro la ciudad brillante, dañina y añorada.

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