Instante del concierto de Joaquín Sabina este martes en Madrid
Instante del concierto de Joaquín Sabina este martes en Madrid - EFE
Joaquín Sabina

«De momento nada de adiós, muchachos»

Joaquín Sabina firma un concierto memorable tras su ataque de pánico del sábado

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Volvía el tren a Atocha y así arrancó Sabina su segunda cita en Madrid, que era más una reconciliación (amistosa, deseada), que un concierto. «Tantas solidaridades me han conmovido hasta los huesos», reconoció el cantautor, en referencia a su ataque de pánico del pasado sábado. Después, divertido (en ningún momento hubo drama), reconoció haber cumplido «esa fantasía de saber lo que haría la gente en el entierro de uno». Los deberes de ayer estaban claros y tanto él como su banda los cumplieron de sobra: «Vamos a dar el mejor concierto de nuestra vida». Y quizá lo fue, quizá no, pero desde luego el de Úbeda hizo feliz a su público y, por los gestos tintados en el plasma, a si mismo.

El compromiso con su experiencia lo sacó el cantautor enfilando el escenario como el mejor diestro sale de capilla: el bombín, capote a estrenar de las deudas con los titulares de estos días, en los que se ha cuestionado la forma y el fondo de su reconciliación con los madrileños. Sin la duda de la reverencia al respetable, de bambalinas al cielo de la tarima. Y abajo sus amigos: Serrat, Ana Belén, Victor Manuel, Jorge Drexler e incluso el productor del disco que se homenajeaba, «19 días y 500 noches», Alejo Stivel.

Y si la locura de los aplausos se sucedió como una manada de energía y ganas contenidas, Antonio García de Diego dejó mudo al público con su voz y su guitarra, que Sabina interrumpió para cantar «Así que de momento nada de adiós, muchachos». «Tan joven y tan viejo» entre los dos, que parecen saber que se lo deben casi todo.

Hubo tiempo esta vez para bises, que corrieron de un lado para otro entre princesas, aves de paso, contigos sin ti y conductores suicidas. La banda, que suena como si fueran mellizos que eligieron distintos tiempos de gestación y ya están todos en casa, se lució en perfecta sincronía con el autor y por si solos.

Justificó el músico la asistencia incluso saliendo de sus obligaciones para hacer de celestina en una petición de matrimonio que bailó al son de «Noches de boda». «Subid aquí, que es un vals», les incitaba mientras lucía sonrisa de las que van sin guión.

Tras los saldos del directo, aunque sería injusto decir que hubo alguna oferta, cerró Sabina su cita pendiente con la ciudad de este exiliado más feliz del mundo. Fue todo tan bien ayer, que a sus 65 años y con dos horas y media de directo, parecía que la función no había hecho más que empezar.

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