Interior del Bazar Matey que, después de 60 años en Fuencarral 127, se trasladará a Santísima Trinidad, 1
Interior del Bazar Matey que, después de 60 años en Fuencarral 127, se trasladará a Santísima Trinidad, 1 - BElén Díaz

Los últimos Reyes Magos del histórico bazar en la calle de Fuencarral

El fin de la renta antigua y la nueva ley de Arrendamientos Urbanos «obliga» a Matey a cambiar de sede tras 60 años en esta castiza vía de Chamberí

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Los niños llevan más de medio siglo deteniendo su tiempo en este escaparate de Madrid. Niños ahora adultos que en los años sesenta soñaban con jugar con el trenecito eléctrico de detrás del cristal, su batallón de soldaditos de plomo o la maqueta del cabrio descapotable que salía en las películas. Ese rincón de los sueños –convertidos hoy en afición– tiene su sede en el Bazar Matey, en el número 127 de Fuencarral, uno de los pocos negocios que ha conservado la estética de las jugueterías clásicas de la capital y el último de esta castiza calle de Chamberí que ha resistido al cambio. Sin embargo, este bazar vive estos días sus «últimos Reyes» allí antes de que la nueva ley de Arrendamientos Urbanos, que entra en vigor en enero, le «obligue» a trasladarse a un nuevo local.

¿El motivo? No podrían pagar el «desorbitado» precio del nuevo contrato del alquiler que en la zona «ronda los 25.000 euros al mes». Será una tienda más grande que su dueño, Fernando Matey, tiene ya «lista» en la calle Santísima Trinidad, 1.

Su propietario lo cuenta con nostalgia a ABC: «Era algo que sabíamos desde hace tiempo y llevamos preparando el traslado desde mayo», explica Fernando, la segunda generación de un proyecto familiar que iniciaron su padre, Santiago Matey, y su tío Antonio en 1931. Un negocio que arrancó –justo en el local de al lado– con la Papelería Matey y que, junto a otros artículos, surtió de juguetes a los niños de la Segunda República, la Guerra Civil y la posguerra. Sin embargo, no fue hasta 1954 cuando se fundó propiamente como el Bazar Matey, con una gran variedad de juguetes, trenes eléctricos, maquetas, mecanos, figuras de plomo o cachivaches de latón.

Fernando tomó el relevo junto a su hermano Santiago –ya jubilado– en los años setenta, y decidió prescindir de la sección de juguetes para dedicarse exclusivamente a los artículos del mundo del coleccionismo. «Colecciono trenes, siempre me han llamado mucho la atención», comenta. «Cuando retiramos los juguetes del escaparate monté una maqueta de tren que fue la atracción del barrio durante meses. En Navidad, las antiguas Galerías Preciados quisieron comprarla para regalársela al entonces Príncipe de Asturias, el actual Rey Felipe VI. Pero no la quise vender», cuenta como anécdota de sus inicios al frente del negocio. Su vocación por este «mundillo» le hizo abandonar dos carreras. «Empecé Biología e Ingeniería Agrícola, pero lo dejé. ¿Para qué iba a seguir si lo que me gustaba era esto?», concluye Fernando, detrás del mostrador que ahora se llevará a su nuevo local con la intención de conservar la estética y el mobiliario, incluido el tren eléctrico que antiguamente circulaba por el techo.

Clientela fiel e ilustre

El Bazar Matey ha despachado a ilustres compradores. «Gento y Puskas, los jugadores del Real Madrid, venían a comprar los juguetes aquí. Sara Montiel también era clienta nuestra. Y Gregorio Peces-Barba cuando era presidente del Congreso, el actor Fernando Rey, Ángel Nieto, Juanito Valderrama o Antonio Vega, entre otros», relata haciendo memoria. «Antonio venía mucho por aquí cuando ya no estaba muy bien de salud porque quería montar una gran maqueta de trenes en miniatura. La hizo tan grande que, según me han contado, tuvo que montar un andamio», explica.

Pero más allá del público famoso, lo que ilusiona a Fernando son los clientes fieles que vienen cada año a ampliar sus colecciones: «Algunos vienen desde México, Brasil o Puerto Rico». Eso, e ir cada año a ver las últimas novedades de la feria internacional del juguete de Núremberg. «Este año no voy a poder ir por el traslado de la tienda. Alemania es el principal productor de este tipo de colecciones», dice. Al fondo, una de sus cinco trabajadoras atiende a un nonagenario que, con la misma ilusión que un niño, prueba dos locomotoras en miniatura que acaba de comprarle su hijo.

Ilusión ante el cambio

La misma ilusión la refleja Fernando al inicio de esta nueva etapa. No puede evitar sentir «pena por abandonar la que ha sido casi su casa», pero tiene muchos proyectos en mente. «Mi hija Lorena es la tercera generación de este negocio familiar. Ella me está ayudando a impulsar toda la parte de venta on-line y ha diseñado por completo la página web que estrenamos este mismo año», cuenta orgulloso. Lorena, con 28 años, demuestra la misma pasión que su padre. «Si no viera que esto le gusta ya me habría jubilado», asegura mientras nos dirige a su nuevo local.

«Es grande –más de 500 metros cuadrados– y, aunque no está en una calle tan concurrida como Fuencarral, me gusta porque tiene vida y muchos colegios a su alrededor», dice. Con las nuevas tecnologías que hacen que los trenes puedan ser controlados con el smartphone espera que los niños se acerquen más a este tipo de juguetes. Unas piezas con las que Fernando sueña montar algún día un museo. «De momento, habrá una maqueta de trenes en funcionamiento en el escaparate y haremos exposiciones en el sótano», revela con una gran sonrisa.

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