La opinión de Juan soto

La gradación de lo malo

Lugo no ha dejado de acrecentar su perfil de capital española de la delincuencia provinciana

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En vísperas de puja, con todo el pescado vendido y repartida la ración de sopa boba, sale de la chistera otro conejo: la capitalidad de un grupo de poblaciones con obispo, sacristanes, damas adoratrices y sillería de cabildo. En efecto, el último de los logros del alcalde Orozco para sus aspiraciones de sustituirse a sí mismo es la designación de Lugo como Capitalidad de la Red de Ciudades Catedralicias, un título equivalente al de, pongamos por caso, Epicentro de las Localidades con Agua Corriente.

Cualquier contribuyente sabe que el devenir municipal discurre siempre por el trayecto que va desde lo malo hasta lo pésimo. En esa certeza radica la perpetuidad orozquiana. Desde el momento en que un teniente alcalde reconoció ser el patrón de una banda de malhechores en la que relevantes cargos públicos fraternizaban con tratantes de relojes y chulos de putas, Lugo no ha dejado de acrecentar su perfil de capital española de la delincuencia provinciana.

La gente está muy cabreada y ya se ha hecho a la idea de que, tarde o temprano, los plenos municipales tendrán que celebrarse en Bonxe, entre camellos en chándal y hampones con la cuota del partido al corriente de pago. Pero con todo, prefiere esa vergüenza al cataclismo. La corrupción ha ido ocupando el centro de la orla y a sus flancos se abre la zanja del despeñadero. Con un desparpajo pasmoso, la oposición no se corta un pelo al anunciar su disposición a desmantelar las ayudas sociales. El nacionalismo se ha encajado la soga del suicidio y en el espejismo loquinario de Podemos ha asomado la patita griega: sus votos acaban en manos de la derecha extrema.

Frente a un drama de tal envergadura, lo más civilizado sería abrirse las venas o encomendarse al Santísimo. Pero los lucenses prefieren seguir chapoteando en la charca a dejarse tragar por el sumidero que conduce a la cloaca. Son misterios de la política cuando los asuntos públicos se gestionan en un albañal.

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