Manifestantes se encaran a policías antidisturbios con los brazos en alto durante unos disturbios en Charlotte en Carolina del Norte
Manifestantes se encaran a policías antidisturbios con los brazos en alto durante unos disturbios en Charlotte en Carolina del Norte - EFE

Las últimas víctimas de la violencia racial que sacude a Estados Unidos

De 706 personas que han muerto a manos de la Policía en lo que va de año, un total de 173 eran afroamericanos

MADRID Actualizado: Guardar
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Keith Lamont Scott. Así se llamaba el último hombre negro que ha muerto a manos de la Policía en Estados Unidos, el pasado 20 de septiembre. Los agentes aludieron que iba armado. Su familia lo negó y defendió que solo estaba leyendo un libro, a la espera de que su hijo saliera del colegio. Ahora, las calles de su ciudad, Charlotte (Carolina del Norte), se han transformado en un hervidero en el que los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes han dejado decenas de heridos, uno de ellos en estado crítico a causa de un disparo.

Scott ha pasado a engrosar la lúgubre lista de afroamericanos asesinados por la Policía en lo que va de año: un total de 173 frente a 324 blancos y 111 hispanos.

Cuatro días antes, en Oklahoma, la Policía disparó contra Terence Cutcher, un hombre negro de 40 años que se encontraba en medio de la carretera: se le había averiado el coche. El vídeo de su muerte se difundió el mismo día en que Scott fue asesinado. Ambos incidentes han hecho que resurjan los disturbios raciales: episodios de tensión que se llevan repitiendo desde hace más de un año y que se incrementaron tras la muerte del joven negro Michael Brown en Ferguson (Misuri) en agosto de 2014 a manos de un agente blanco que luego fue exonerado de todos los cargos.

Verano de violencia

Este verano ha sido especialmente violento. El 5 de julio, en Baton Rouge (Louisiana), dos policías mataban a Alton Sterling, un vendedor de cedés negro, de 37 años y padre de cinco hijos. En el pasado había tenido problemas con la Justicia, pero ahora, según declaba su hermana su hermana Lorna ante los medios, «estaba tratando de ganarse la vida». Al día siguiente, en Minnesota, un hombre negro moría en el interior de su coche junto a su mujer, que grababa y retransmitía todo lo que estaba ocurriendo a través de Facebook Live, y ante el nerviosismo del policía que le había metido cuatro balas en el cuerpo. Era Philando Castile, de 32 años, ayudante de comedor de una escuela; «un buen chico», según quienes lo conocían.

Los dos sucesos desencadenaron protestas que se repartieron por toda la ciudad y acabaron en tragedia en Dallas (Texas). En plena manifestación, el afroamericano Micah Johnson abrió fuego contra las fuerzas de seguridad: quería «matar policías blancos». Acabó con la vida de cinco agentes: Brent Thompson, Patrick Zamarripa, Michael Krol, Michael J. Smith y Lorne Ahrens. Con este sangriento suceso, la oleada de violencia no había hecho más que comenzar.

El 1 de agosto saltaba a los medios la muerte de Korryn Gaines, de 23 años, abatida por la Policía en su apartamento en Baltimore (Matyland) después de casi seis horas de discusión con los agentes. Había cometido una infracción de tráfico. A su hijo de cinco años le alcanzó una bala que logró herirle en el brazo. Según relatan los policías, la mujer, amenazante, les apuntó con un arma. Esto no evitó que la crispación de una comunidad negra que lamentaba su muerte.

Últimos casos

A mediados de agosto se volvieron a producir movilizaciones, esta vez en Milwaukee. Gases lacrimógenos, piedras y ladrillos que volaban por los aires, balas sin un destinatario fijo: la ciudad se convirtió en el escenario de una cruenta batalla. El origen estaba en la muerte de Sylville Smith un joven negro que, armado y tratando de escapar de la Policía, fue alcanzado por los disparos de los agentes. Sin embargo, lo peor estaba por llegar.

El pasado 14 de agosto la Policía norteamericana mataba a un niño de 13 que llevaba una pistola de balines que un agente confundió con un arma real. Era Tyree King, de Columbus, en el estado de Ohio. Su caso conmocinó al país y alimetó el debate sobre el trato que tiene la Policía con la comunidad afroamericana en estados Unidos. Una herida que parece estar más abierta que nunca.

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