Un hombre se para ante las capillas situadas a las afueras del edificio del Departamento de Policía de Dallas ayer, 9 de julio
Un hombre se para ante las capillas situadas a las afueras del edificio del Departamento de Policía de Dallas ayer, 9 de julio - EFE

El pistolero de Dallas sorprendió con tácticas de guerrilla urbana

Experimentado como tirador móvil en Afganistán, su versatilidad hizo creer a la Policía que no actuaba solo

WASHINGTON Actualizado: Guardar
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«Tenemos a un tío disparando con un rifle largo. ¿Dónde diablos está?». La voz suena en la radio del coche policial con la respiración rápida de quien siente el peligro inminente. Un pistolero con capacidad para actuar también de francotirador acaba de descargar una tormenta de plomo sobre los agentes que velan por la seguridad de una protesta en Dallas. Pendientes de que la tensión acumulada los últimos días por la muerte de dos afroamericanos no derive en violencia, los policías se ven sorprendidos por la repentina descarga de balas, con la ágil repetición de una semiautomática. Los cientos de manifestantes se dispersan profiriendo gritos de pánico. Refugiados tras los coches y las columnas de los edificios, los distintos lugares de donde vienen los tiros llevan a la convicción policial de que puede haber hasta tres atacantes.

En su primera comparecencia, el jefe de la Policía de Dallas, David Brown, anuncia que se busca a un mínimo de dos pistoleros. Las macabras tácticas de guerrilla urbana de Micah Xavier Johnson habían causado cinco muertos y siete heridos. La paciencia policial y la decisión del asesino conducirán horas después a su único final posible.

El pistolero había planificado perfectamente su emboscada. Eligió El Centro College, un complejo de edificios situado en el centro de Dallas, contiguo a un aparcamiento de ocho plantas, muy frecuentes en las ciudades estadounidenses. En el segundo piso del parking encontraría después la policía el coche del asesino, propiedad de su madre. En el bloque central del complejo, preparó la barricada tras la que pensaba atrincherarse ante el previsible acoso policial.

Armado con un rifle de asalto y una pistola, el excombatiente del Ejército, veterano de Afganistán y ahora en la reserva, pese a sus 25 años, logró tener en jaque a los agentes durante cuatro horas y media. Johnson disparó desde distintos puntos. En su móvil y rápida actuación, combinó los disparos desde «posiciones elevadas», como apuntó el primer comunicado oficial de la Policía de Dallas, con salidas a la calle, donde utilizaba la pistola. En una de ellas, como se aprecia en uno de los terribles vídeos que recorrieron las redes sociales, logró cazar a uno de los agentes, que se encontraba detrás de una columna. Utilizando el factor sorpresa, se le apareció y le descerrajó varios tiros a quemarropa, sin que el policía tuviera tiempo de reaccionar.

El pistolero lanzó su ataque cuando la manifestación cumplía ya dos horas de recorrido. Los primeros momentos de confusión dieron paso también a tiroteos sostenidos entre los agentes y el atacante. Las imágenes tomadas en la calle, fotografías y vídeos de aficionados, que acaparan la atención al instante en la era digital, mostraron a varios agentes abatidos en el suelo. Sus compañeros, además de atenderles a la espera de las ambulancias, intentaban multiplicarse para combatir a un enemigo que parecía salido del infierno.

Lo hizo por venganza

La paciente labor policial terminó por acorralar a Johnson. Encerrado tras su barricada, sostuvo varias conversaciones con negociadores que el jefe de Policía envió en su intento de lograr su rendición. En ese tiempo, su mensaje no varió. Reconoció que actuaba por venganza. Quería «matar a policías blancos», porque estaba harto de que murieran negros, como él, a manos de la Policía. Era su respuesta a los últimos casos de Baton Rouge (Alton Sterling) y San Paul, cerca de Mineápolis (Philando Castile). Tampoco ahorró críticas al movimiento «Black Lives Matter», según el jefe de Policía, quien no aclaró si lo hacía por no seguir más decididamente sus soluciones violentas, como cabe suponer. Pero nunca mostró intención alguna de rendirse.

Cuando Brown asumió que «no quedaba más opción», ordenó enviar un robot de desactivación de explosivos, que esta vez tendría la misión contraria: llevarle uno a Johnson para acabar con su vida. Dicho y hecho.

Con su muerte terminaba la pesadilla del ataque, incluso la Policía ya sabía entonces que lo había protagonizado él solo. Pero la investigación mantenía abierta la hipótesis de que hubiera recibido ayuda. Cuando se escuchó en el centro de Dallas la explosión del robot-bomba, tres personas eran interrogadas en dependencias policiales. Dos habían sido detenidas en una autopista cercana, después de que uno de ellos colocara con rapidez una bolsa en el maletero de un mercedes, que salió a toda velocidad. Una mujer, localizada en el aparcamiento del tiroteo, continuaba retenida. El jefe de Policía apuntó que no querían colaborar, pero a medida que pasaron las horas se diluyó su posible participación. Ayer, confirmado ya que Johnson no contó con apoyos, se mantenía el mutismo en torno al trío de sospechosos.

Mientras, el país se mantiene en tensión. Aunque pacíficamente, ayer tuvieron lugar concentraciones convocadas por «Black Lives Matter» en muchos lugares del país. En previsión de futuros ataques, por orden federal, las policías de las grandes ciudades de Estados Unidos patrullarán a partir de ahora siempre en pareja, y no en solitario, como ocurría en algunas de ellas.

En Varsovia, en plena gira europea, un preocupado Obama, que ha recortado su visita a España para regresar esta noche a Estados Unidos, calificaba al pistolero de «individuo demente que no representa a los norteamericanos». El presidente reconoció que la semana «ha sido muy dura», pero también envió el mensaje de que el país «no está tan dividido como algunos sugieren».

La cruel emboscada de Dallas también ha generado simpatías hacia la Policía. La noche del viernes, cientos de personas se acercaron al lugar de los hechos a saludar y abrazar a los agentes. A las nueve de la noche, 24 horas después de iniciarse el tiroteo, manifestantes y policías coincidían en el mismo punto, de forma amistosa, con el encendido de las sirenas, formando una imagen impresionante.

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