El primer ministro griego, Alexis Tsipras
El primer ministro griego, Alexis Tsipras - EFE

La troika pide más ajustes a Atenas antes del tercer rescate

Exige unos recortes de 3.600 millones en jubilaciones y subidas de impuestos

Corresponsal en Bruselas Actualizado: Guardar
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La zona euro vuelve a sentir la fiebre griega. Han sido unos meses de tregua, pero los vencimientos de deuda se aproximan de nuevo y el país sigue necesitando la benevolencia de sus socios comunitarios. Unos y otros son conscientes de que deben despejar -al menos en parte- el horizonte financiero antes de la próxima serie de elecciones en varios países europeos, para evitar que el tema se deslice hacia la campaña electoral, para beneficio de alarmistas eurófobos y populistas. La reunión que tuvo lugar ayer en Bruselas vuelve a parecerse demasiado a los eurogrupos de hace un año y medio que terminaban como el rosario de la aurora, con invocaciones a forzar la salida de Grecia de la zona euro, aunque la realidad es que estamos todavía lejos de aquella situación.

Los acreedores de Grecia, es decir las instituciones europeas y el FMI, celebraron ayer una reunión extraordinaria en Bruselas con el ministro de Finanzas griego, Euclides Tsakalotos, para desbloquear el tercer rescate financiero a este país. Sin este paso, que consiste en ver si el Gobierno griego controlado por el populista Alexis Tsipras ha cumplido con los deberes que le había impuesto la troika para reformar su economía y administración, no se puede desembolsar el dinero que le permitirá mantener a flote al Estado. Se le piden recortes en pensiones y subidas de impuestos por valor de 3.600 millones y que avance en la creación del fondo de privatizaciones para pagar a los acreedores.

Alivio de la deuda

El principal escollo es que Grecia espera que los europeos cumplan también su parte, a saber: un alivio del peso colosal de su deuda, es decir, que le perdonen parte de la misma. En este empeño cuenta con el apoyo indirecto del FMI, que insiste en que esa deuda es tan grande, que supone una carga insostenible y que a menos que se le perdone en parte, no vale la pena seguir financiando el rescate. En el polo opuesto está Alemania, cuyo ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, quien ha afirmado en una entrevista televisada que una quita de deuda dentro de la moneda única «es imposible porque está prohibido por el Tratado de Lisboa» y que antes de aceptar tal cosa «sería mejor que Grecia abandone la zona euro», lo que también es virtualmente imposible porque la adhesión a la moneda europea es legalmente irreversible.

Como la reunión de ayer era extraordinaria, no se ha anunciado concretamente la lista de los participantes. El presidente del eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem, que fue uno de los que no tuvo problemas en anunciar su asistencia, consideró «exagerado» decir que nos encontramos ante una nueva crisis en el drama griego. Se supone que también asistían el comisario de asuntos económicos y financieros, Pierre Moscovici, y el presidente del fondo europeo de rescate (MEDE), Klaus Regling, además de un representante del Banco Central Europeo (BCE). Por ahora Moscovici y Dijsselbloem intentan buscar la cuadratura del círculo que supondría diseñar una fórmula que sirva a la vez a Grecia y al FMI, por un lado, y a Alemania por otro.

Hay un elemento en el que podrían encontrar cierto margen de maniobra: en fijar el objetivo de superávit primario, o lo que es lo mismo, en que las autoridades griegas logren gastar menos de lo que recaudan sin contar con el servicio de la deuda, lo que probaría teóricamente que son capaces de amortizar una parte cada año, aunque estemos hablando de no pocas décadas.

Acuerdo político

En lo que están todos de acuerdo es en la idea de que se necesita un «acuerdo político» cuanto antes. «A nadie le interesa que las negociaciones se prolonguen en el panorama electoral que se avecina en Europa. La UE tiene muchos problemas, y nadie quiere añadir otro» había dicho la víspera en Bruselas el ministro griego de asuntos europeos Georgios Katrougalos.

En efecto, el calendario electoral es implacable: en marzo en Holanda, en mayo y junio en Francia y en septiembre en Alemania, tres países cruciales amenazados por corrientes populistas eurófobas más o menos intensas. Un nuevo episodio de fiebre griega podría dar alas a los que trabajan para destruir la UE.

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