Ramón Pérez-Maura - HORIZONTE

El retorno del califato

Este Erdogan es el mismo con el que Zapatero promovió aquella filfa de la Alianza de Civilizaciones

El presidente turco, Recep Tayip Erdogan, reza el pasado viernes en Santa Sofía AFP
Ramón Pérez-Maura

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En la costa turca al sur de Bodrum, en la provincia de Muğla, hay numerosas ruinas de iglesias bizantinas. Recuerdo lo que me impresionó hace un año visitar una de ellas en Kameriye, una islita desierta, en la que varias cabras estaban aposentadas en el interior del templo. El silencio solo era roto por los balidos de los chivos hasta que apareció un barco con unos doscientos turistas rusos que se apresuraron a tomar el lugar con sus cámaras. Muchos se santiguaban. Saben que la ortodoxia tiene profundas raíces en un territorio que bajo el mandato de Recep Tayip Erdogan se está convirtiendo en la sede de un nuevo califato que aspira a desbancar a Arabia Saudí de liderazgo del islam sunní.

El pasado viernes, por primera vez desde 1934, el culto musulmán volvió a Santa Sofía. Erdogan dio un paso más en la expulsión del cristianismo de Turquía. A lo largo de sus años de poder por todo el país se han convertido antiguas iglesias secularizadas en mezquitas. De ellas se ha borrado la iconografía cristiana. Ese lento cambio se empezó a aplicar en Santa Sofía en 2010, cuando se cambió la iluminación para resaltar los elementos musulmanes y ocultar los cristianos. Recordemos la historia del lugar: fue construida por el emperador Justiniano en el año 537 como la catedral de la capital de su Imperio de Bizancio. El Imperio fue conquistado por los musulmanes en el siglo XV y en 1453 las tropas del Sultán Mehmet II saquearon el templo y destruyeron sus iconos y buena parte de sus obras de arte. Lo que sobrevivió, esencialmente mosaicos de Cristo, la Virgen y otros santos, fue finalmente tapado con pintura en el siglo XVII. La catedral fue mezquita hasta que en 1934 Mustafá Kemal Atatürk la convirtió en museo. A principios del siglo XX, en la Turquía Otomana de los sultanes vivían millones de cristianos grecoortoxos y armenios. Hoy se calcula que quedan unos 60.000 armenios y apenas 2.000 fieles de la iglesia griega.

El acoso sobre Santa Sofía que arrancó en 2010 dio un paso más en 2016 cuando el Gobierno autorizó -o quizá sea más exacto decir que promovió- el que desde el minarete del museo se llamara a los musulmanes a la oración. Por eso el paso dado el viernes es sólo la conclusión de lo que era previsible. Veremos ahora cómo se cubren o hacen desaparecer los símbolos cristianos que fueron restaurados cuando la mezquita se convirtió en museo. Lo que es evidente, por la actuación de Erdogan, es que no puede quedar ni un trazo del pasado cristiano de la mezquita. ¿Se imaginan lo que harían algunos en España si se intentara borrar de la mezquita de Córdoba todos los trazos musulmanes que hay en ella? Pues a pesar de que la Unesco considera el lugar Patrimonio de la Humanidad no parece que esto preocupe mucho a quienes tan preocupados están por el culto católico en la mezquita catedral cordobesa.

Recordemos en esta hora que este Erdogan es el mismo con el que José Luis Rodríguez Zapatero puso en marcha aquella filfa de la Alianza de Civilizaciones en la que España ponía el dinero y Turquía marcaba la línea de actuación. La rendición de la izquierda española ante el Islam es inequívoca. Lo que hizo Zapatero en 2007 -de lo que hoy se beneficia su ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, como Alto representante de la ONU para la Alianza de Civilizaciones con sede en Nueva York- ha sido completado después con un giro aún más peligroso por el vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias entregado al islam chií de Irán. Con esta gente, no paramos de mejorar.

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