Francisco de Andrés

Putin busca su Gadafi

Moscú ha movido los hilos del conflicto civil libio con la misma sutileza con que los mueve en Venezuela

Cuando, en marzo de 2011, la ONU autorizó el uso de la fuerza contra el régimen libio de Gadafi mediante la resolución 1973 nadie se rasgó las vestiduras en Europa. Tampoco cuando, semanas más tarde, la OTAN asumió el mando militar de la operación. A pocos parecía entonces interesarles lo que vino a renglón seguido: caído el dictador, el país se sumió en un endiablado conflicto armado entre milicias, y en un Estado fallido ideal para convertirse en lanzadera de emigrantes africanos hacia Europa.

Tras más de siete años de guerra civil, Libia ha acabado presentando dos frente claros. El rebelde, tutelado por el general Hafter, que domina prácticamente todo el territorio salvo Trípoli y la ciudad-estado de Misrata. Y el reconocido por la ONU, que tiene su sede –y exclusiva zona de influencia– en la capital, ahora asediada por el Ejército Nacional Libio de Hafter. Mientras Europa y Estados Unidos insisten en reconocer solo como legítimo al Gobierno de Trípoli, Rusia juega con dos barajas y trata de mantener relaciones con todos los bandos. En términos reales, apoya a los victoriosos rebeldes de Hafter y no oculta sus ambiciones: tutelar un régimen pro ruso en Libia que le permita acceder a sus recursos petroleros, hacerse con los contratos multimillonarios de la reconstrucción...y construir otra base naval rusa en el Mediterráneo.

Nadie en Occidente puso en duda en 2011 que la OTAN debía intervenir en Libia por la represión contra civiles desatada por Gadafi tras la Primavera Árabe. Como tampoco debe extrañar que algunas voces autorizadas dentro de la Alianza pidan ahora usar el mismo patrón con Venezuela, al menos para abrir el debate interno. Inquietarse por el aterrizaje de fuerzas militares rusas en el país del Caribe afecta y mucho a la seguridad del hemisferio occidental y al vínculo trasatlántico, y discutirlo no es convertir la OTAN en un «chat donde se habla de todo», como sostiene el ministro Borrell. Al menos, en Venezuela se sabe cuál es la alternativa al vacío que deje el régimen de Maduro, y no existe el peligro de hacer el trabajo sucio a rusos y yihadistas.

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