Theresa May, durante la Conferencia anual del Partido Conservador
Theresa May, durante la Conferencia anual del Partido Conservador - REUTERS

La patronal británica protesta contra el Brexit duro de May

Le exigen un acuerdo con acceso al mercado único europeo, «vital para la economía»

CORRESPONSAL EN LONDRES Actualizado: Guardar
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Esta semana, Theresa May tomó decisiones de riesgo. Tras ochenta días en el cargo y muchas indefiniciones, esbozó por fin sus planes y aclaró qué modelo de Brexit quiere, que resultó ser el más duro. Lo esperable en una primera ministra que ha heredado el cargo sin pasar por las urnas es que acometiese una evolución suave del programa heredado de su predecesor, David Cameron. Pero May se ha lanzado a lo que llama «una revolución tranquila». En economía hizo un discurso muy social, no muy diferente al del candidato laborista Ed Miliband en las elecciones del año pasado. En inmigración, repitió –a veces literalmente– muchos de los postulados de UKIP, el polémico partido eurófobo de Nigel Farage.

Bajo el lema de convertir a los tories en «el partido de las clases trabajadoras ordinarias», rompió abiertamente con el liberalismo, que era la guía del país desde el viraje de Thatcher, un consenso que ni siquiera el laborista de centro Blair se atrevió a abandonar.

May abogó por el intervencionismo del Gobierno, criticó con gran dureza a las multinacionales británicas y abandonó la política de consolidación fiscal de Osborne. Incluso se inmiscuyó en la independencia del Banco de Inglaterra. Criticó sus políticas monetarias expansivas para atajar los daños del Brexit estimulando la demanda con dinero barato y abundante. Acusó al regulador de estar dañando los ahorros de las clases medias y bajas.

Con todo ese giro, brusco y rotundo, se granjeó una imagen de líder sólida y el aplauso cálido de los once mil asistentes al congreso. La militancia la jaleó especialmente cuando anunció la salida de la UE para 2019 y remarcó que renunciará al mercado único si ello le impide controlar la inmigración.

Fogosas palabras

El problema es que tras las fogosas palabras llegó la resaca. Primero una inesperada crisis de la libra, que ha caído a mínimos frente al dólar de 31 años y que el viernes perdió el 6% de su valor en solo seis minutos, en un extraño desplome . Después vino la dura respuesta de Merkel y Hollande, dispuestos a que el Reino Unido sufra. Por último, la queja de los grandes empresarios británicos. La patronal CBI y a la asociación de las industrias fabriles, EEF, han remitido a May una carta de queja, en la que exigen seguir en el mercado único europeo.

Los empresarios creen que, si abandonan el mercado único, aumentarían un 20% los costes para la industria

Los mercados y los líderes empresariales no esperaban un Brexit duro y les ha cogido con el pie cambiado (una encuesta en julio en la City decía que el 29% de sus ejecutivos ni siquiera creían que el país dejase la UE). La carta de la patronal calcula que si dejan el libre mercado europeo para sumarse como un país más a la Organización Mundial de Comercio, el 90% del comercio de bienes con la UE estaría sometido a aranceles y los costes para la industria aumentarían un 20%.

La patronal le advierte que «una salida que no mantenga lazos con el mercado común europeo debe ser rechazada bajo cualquier circunstancia» y sostiene que seguir en la unión aduanera «es vital para la salud de la economía británica». Los empresarios creen que no se puede ir a un Brexit duro a costa del bienestar de los ciudadanos y las empresas del país.

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