La pareja de ancianos de Uvalde que evitó una tragedia mayor: «Acabad con las armas»

Es difícil encontrar a alguien en este pueblo de Texas al que no le haya tocado, casi de forma directa, la matanza del pasado martes en una escuela de primaria

Las víctimas de la matanza en la escuela de Uvalde

Gilberto -Beto le llaman los más allegados- Gallegos, de 82 años, testigo de la matanza de Uvalde J. A. | Vídeo: Biden viajará a Texas para acompañar a las familias del tiroteo (EP)

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Es difícil encontrar a alguien en Uvalde (Texas) al que no le haya tocado, casi de forma directa, la matanza del pasado martes en una escuela de primaria. Allí murieron 19 menores y dos adultos. También hubo más de una docena de heridos y cientos de niños que la violencia extrema de aquel mediodía se les quedará tatuada en la memoria.

Uvalde es una ciudad pequeña -15.000 habitantes-, con un tejido social tupido, en el que todo el mundo se conoce. No hay nadie que no tenga un familiar, amigo o vecino tocado por la tragedia, como ha podido comprobar este periódico en los dos últimos días.

Gilberto -Beto le llaman los más allegados- Gallegos, de 82 años, no es una excepción. Pero él y su esposa, María, no solo se vieron afectados por la matanza; también tuvieron un impacto directo en minimizarla. Y fueron testigos directos de cómo se desencadenó la tragedia.

La casa en la que vivía Salvador Ramos con su abuela, a la que trató de matar J. A.

«Estaba ahí, en mitad de la entrada, cuando oí dos balazos», explica mientras apunta al jardín delantero de su casa, en la calle Díaz. Gallegos, con el bigote quemado y la cara salpicada de lunares, lo cuenta sentado en el porche de su vivienda, una construcción sencilla, de madera, de una planta, como casi todas en este barrio sencillo, con calles en las que la tierra y la arena ganan sitio al asfalto. Justo enfrente de su casa está la de la abuela de Salvador Ramos , el joven de 18 años que perpetró la matanza . Quiso dar inicio a su fechoría acabando con la vida de la mujer, Celia Martínez, que le había acogido en los últimos meses, después de problemas de convivencia con su madre.

«Él -no quiere mencionar el nombre de Salvador Ramos, el autor de la tragedia- salió por la puerta con un rifle así de grande -y abre los brazos- y una mochila», cuenta con sus dedos arrugados pegados a un cigarrillo. «Lo echó todo dentro de la camioneta, se subió, la consiguió poner en marcha y salió a toda velocidad». Este miércoles, las marcas del derrape seguían delante de la casa de la abuela de Ramos, con un jardín delantero coqueto, con plantas mimadas, la pintura en las tablas de madera bien acabada y un grupo de gallinas picoteando en el césped.

«Beto, mire lo que me hizo mi nieto»

«Después de eso, la abuela salió de la casa y me dijo ‘Beto, mire lo que me hizo mi nieto’», cuenta. La mujer llevaba la mano en el lado derecho de su cara y chorreaba sangre . La esposa de Beto, María, estaba en el patio regando sus plantas y se vino con ellos. Fue ella quien llamó de forma inmediata a los servicios de emergencia y a la policía.

«Luego oímos más balazos y nos escondimos los tres en el cuartito que tenemos ahí atrás», dice mirando a la parte trasera de la casa.

La escuela donde ocurrió el tiroteo está muy cerca de este lugar. Apenas dos manzanas, un giro a la derecha y otras dos manzanas más. Ramos mandó la camioneta, que era de su abuela, contra una zanja profunda en las inmediaciones del centro escolar. Entre el pequeño accidente y la llamada de María y Beto, las fuerzas de seguridad llegaron casi a la vez que Ramos a la escuela. Eso no evitó que se atrinchera en una de las clases y descargara su rifle de asalto contra los niños que estaban allí y sus dos profesoras. Pero quizá sí que ampliara la matanza a otras clases de la escuela.

«No me podía imaginar algo así», asegura Gallegos, que insiste en que su barrio es «serio y silencioso». De Ramos solo dice que era un chico «muy solitario» y que apenas conocía.

En un principio, se creyó que Celia Martínez también había muerto por los disparos de su nieto. Pero fue transportada en helicóptero hasta un hospital de San Antonio, como el resto de heridos críticos. «Hablé con su esposo, Rolando, y me dijo que estaba mejor, aunque va a necesitar mucha cirugía», dice Gallegos.

El anciano se emociona cuando le preguntan qué pide al país después de esta nueva matanza , con especial dolor por ser en una escuela. «Acabad con las armas», dice sin poder evitar las lágrimas. «Haced más difícil llegar a ellas. Aseguraos que quien accede a una sabe qué hacer con ella. Esto ya dura demasiado tiempo. Acabad con las armas, no las necesitamos. Necesitamos a Jesús».

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