De Nueva Zelanda a Sri Lanka: en las trincheras de la guerra de religiones

En nombre del supremacismo blanco o de la yihad, los extremistas buscan con sus atentados una cadena de reacciones que desate el odio global

Pablo M. Díez

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El mes pasado fueron las mezquitas de Nueva Zelanda. Este, las iglesias y hoteles de Sri Lanka. En nombre de un supremacismo blanco que teme a los supuestos «invasores» musulmanes o de la yihad contra los cristianos, en Christchurch y Colombo se han cavado las trincheras de una guerra de religiones que los extremistas de ambos bandos quieren propagar por todo el mundo. Además de las tumbas de cientos de inocentes que lo único que hacían era rezar en sus respectivos lugares sagrados.

Con sus atentados masivos, y convenientemente difundidos por las redes sociales, los radicales solo persiguen provocar una cadena de represalias que siga retroalimentándose y desate el odio global. Acción-reacción: esa es la máxima de dos extremos que, una vez más, vuelven a tocarse usando los mismos discursos y estrategias. ABC ha estado cubriendo las dos masacres sobre el terreno y en ambas ha visto lo mismo: radicales que mataban en nombre de una raza o religión y víctimas rotas por el dolor y la incomprensión. Si le cambiamos las palabras al manifiesto supremacista del australiano Brenton Tarrant , quien mató a tiros a medio centenar de musulmanes en las mezquitas neozelandesas, lo que dice es lo mismo que el clérigo radical Mohamed Zahran Hashim en su vídeo reivindicando en nombre del Daesh los ataques suicidas contra las iglesias ceilanesas, que se cobraron más de 250 vidas. Con fusil al hombro, hasta lucen el mismo negro siniestro en el traje paramilitar que viste uno y la túnica que lleva el otro.

«Aunque se ha especulado sobre la conexión entre el tiroteo de Nueva Zelanda y el atentado de Nueva Zelanda, este se empezó a organizar antes porque un ataque así requiere meses de preparación. Además, Tarrant cometió su matanza en nombre de la raza porque es un supremacista blanco. Pero los yihadistas estarán muy satisfechos si el mundo lo percibe como una guerra entre el islam y el cristianismo», advierte por teléfono desde Estados Unidos Colin Clarke, experto del Centro Soufan. Autor del libro «After the Caliphate» («Después del Califato»), calcula que entre 40 y 50 ceilaneses fueron a luchar a Siria para el Daesh y podrían haber regresado, como sospechan las autoridades locales. «El ataque ha sorprendido porque el grupo que lo ha cometido –la Organización Nacional de Monoteísmo (National Thowheeth Jama´ath) del clérigo Hashim– no era conocido», analiza Clarke. Pero, a su juicio, «Sri Lanka es un país ideal para que actúen los yihadistas porque puede haber armas y explosivos por su pasado en guerra», señala refiriéndose a las tres décadas de conflicto con los Tigres Tamiles , la guerrilla que buscaba la independencia de esta etnia hinduista y fue derrotada en 2009.

De hecho, la Policía investiga a muchos de sus antiguos miembros por si hubiera conexiones con esta masacre, ya que los Tigres Tamiles fueron pioneros en los atentados suicidas y perfeccionaron tanto los chalecos bomba que llegaron a perpetrar más de 160 ataques de este tipo. Siguiendo con la dinámica de «acción-reacción» que persiguen los terroristas, Clarke alerta de que «el próximo mes se celebra el Ramadán y podemos esperar algún atentado parecido en otros países».

En medio de una creciente tensión religiosa, la comunidad musulmana ha condenado los atentados contra las iglesias colgando carteles de condolencias en sus mezquitas. «El islam no ampara ni matar ni suicidarse. Quienes lo hacen diciendo que actúan en nombre de Alá no son auténticos musulmanes», criticaba el viernes Mohamed Nafees Ashraff a las puertas de la majestuosa Mezquita Roja de Colombo. Dueño de una tienda de ropa cercana, ubicada en este barrio donde abundan los comercios de musulmanes, se había ofrecido voluntario para vigilar la entrada y salida de fieles a la oración del mediodía, la más importante para esta religión. «La gente de Nueva Zelanda se conmovió y nos apoyó mucho a los musulmanes . Hoy, nosotros sentimos lo que los extremistas le han hecho a los cristianos y vamos a rezar por ellos y a ayudarlos», promete temiendo que acaben pagando justos por pecadores y se estigmatice a su religión.

Pero el daño ya está hecho y se ha abierto una brecha entre cristianos y musulmanes, que representan, respectivamente, el 7,6 y 9,6 por ciento de este país budista de 22 millones de habitantes. «Había cierta relación con los vecinos musulmanes, a los que saludábamos y les decíamos ˝hola, hermano, hola hermana˝, pero ahora los estamos evitando porque son de la misma religión que los terroristas. Aunque es muy triste, no podemos confiar en ellos y no queremos ni verlos», reconoce Cristina Fernando, herida en el atentado en la iglesia de San Antonio.

Lo más triste de todo es que, al final, tan inocentes son las víctimas de Sri Lanka como las de Nueva Zelanda, entre las que había muchos refugiados que habían huido de la guerra o de la persecución que sufrían en sus propios países. Una guerra y una persecución que, con su estrategia de «acción-reacción», los extremistas de cada bando quieren llevar a todo el mundo.

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