Las fuerzas aéreas surcoreanas trasladan las piezas del escudo antimisiles por aire, para evitar las protestas
Las fuerzas aéreas surcoreanas trasladan las piezas del escudo antimisiles por aire, para evitar las protestas - ABC

«No queremos el escudo antimisiles en Corea del Sur»

En la aldea de Soseongri todos #lo consideran inútil y peligroso

ENVIADO ESPECIAL A SOSEONGRI (COREA DEL SUR) Actualizado: Guardar
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Cada media hora, el aleteo de sus hélices rompe el silencio que envuelve los invernaderos de «chamoe», unos pequeños melones amarillos exclusivos de Corea. Con la carga colgando de su panza, los enormes helicópteros Chinook del Ejército estadounidense sobrevuelan la aldea de Soseongri, en el condado de Seongju, y se pierden tras una frondosa montaña custodiada por cientos de policías. Al otro lado, entre las calles de un campo de golf, se oculta el escudo antimisiles que el Pentágono está desplegando en Corea del Sur para protegerse de las amenazas del joven dictador Kim Jong-un.

Tras ser recibido entre protestas por los vecinos del pueblo y pacifistas llegados de todo el país, que han cortado la carretera con barricadas, algunos componentes del escudo están siendo transportados por aire para evitar incidentes violentos como los que se desataron con su llegada en camiones durante la madrugada del 26 de abril.

«Cuando nos enteramos por la televisión de que lo traían, llamé a todo el mundo, pero era medianoche y solo reunimos a unas 80 personas. No pudimos hacer nada frente a los miles de policías que escoltaban el convoy», cuenta a ABC Park Cheol-ju, coordinador de los seis grupos que se manifiestan contra el escudo.

«En realidad no sirve para defender Seúl de los cohetes de Corea del Norte, solo vale para las bases norteamericanas»

En una de las carpas montadas alrededor del centro cívico de Soseongri, el activista explica la fuerte oposición al Thaad. Por sus siglas en inglés, así se conoce a este sistema defensivo formado por un radar que detecta los misiles enemigos y varias baterías con proyectiles para interceptarlos. «En realidad no sirve para defender Seúl de los cohetes que dispare Corea del Norte porque está muy cerca y no podría detenerlos», argumenta Park, quien asegura que «solo vale para proteger las bases norteamericanas, más retiradas». Además, cita riesgos medioambientales «por la contaminación que puede provocar en las aguas subterráneas de la zona, como ocurre donde hay instalaciones militares, y peligros para la salud por la potencia de las ondas electromagnéticas que emiten sus radares».

La instalación del escudo ha hecho añicos la tranquilidad que se respiraba en la aldea de Soseongri, donde viven 70 familias. Sus habitantes, ancianos que siguen labrando el campo y votaban a los conservadores de la destituida presidenta Park Geun-hye, se sienten traicionados y decepcionados por el escándalo de corrupción que la ha tumbado. Con un chaleco azul donde reza «Thaad no, paz sí», el representante local, Lee Seok-ju, se queja de que «el escudo nos ha convertido en objetivo militar y puede desencadenar una guerra». Aunque espera que el nuevo presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, «intente retirarlo», duda de que «pueda convencer a Trump, pero seguiremos hasta que se lo lleven».

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Budistas y católicos

Igual de firmes se muestran los monjes «won budistas» acampados a la entrada del campo de golf donde se ubica el escudo, que su propietaria, la firma de centros comerciales Lotte, ha permutado con el Gobierno. «Al principio, solo vinimos aquí para rezar porque en Soseongri se levanta la casa donde nacieron dos de nuestras principales figuras. Pero ahora protestamos contra el Thaad por la brutalidad con que la Policía trató a los manifestantes durante su llegada», justifica la monja Choi Sim-kyung.

«La división de Corea no fue decisión nuestra y la seguimos sufriendo. No podemos cometer el mismo error con el escudo».

Alrededor de la tienda de los monjes, cientos de policías, jóvenes imberbes que hacen la mili en dicho cuerpo, dormitan en los autobuses aparcados a ambos lados de la carretera. Apelando a su pacifismo, el rechazo al escudo ha movilizado a dicha rama budista y a católicos como Francisco Jung, un cantante que ha venido para amenizar las manifestaciones. «La división de Corea no fue decisión nuestra y la seguimos sufriendo. No podemos cometer el mismo error con el escudo».

A unos metros de allí, nos abre las puertas de su casa Shin Chun-su, quien a sus 71 años sigue cultivando patatas, sésamo y ajos. Tomando un té con miel junto a su mujer, explica que «antes vivíamos tranquilamente, pero ahora tenemos miedo por la llegada de los soldados y me preocupa más EE.UU. que Corea del Norte. Lo que queremos es la paz, no el escudo antimisiles».

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