Naruhito, nuevo Emperador de Japón, sube al trono ante 2.000 invitados de todo el mundo

En una ceremonia tradicional, a la que han asistido los Reyes de España, Naruhito culmina su proclamación cinco meses después de abdicar su padre por su delicada salud

El emperador Naruhito, durante su proclamación oficial en Tokio AFP
Pablo M. Díez

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Al grito de «¡Banzai!« ( «Larga vida» ) y con una ronda de salvas de artillería, el Emperador Naruhito subió al trono de Japón ayer, cinco meses después de relevar a su padre, Akihito, por su delicada salud. En una ceremonia celebrada en el palacio imperial de Tokio que revivió el esplendor de la tradición nipona, y a la que asistieron 2.000 invitados de 180 países, Naruhito proclamó su ascenso al Trono del Crisantemo tras abrirse las cortinas que, bajo sus toldos, revelaron su figura al público. «Juro que actuaré conforme a la Constitución y cumpliré con mi responsabilidad como símbolo del Estado y de la unidad del pueblo», leyó el Emperador desde los seis metros y medio de altura del «Tamamikura» en el Salón del Pino, donde en mayo empezó su reinado al suceder en vida a su padre por su avanzada edad.

Luciendo un tocado tradicional y una túnica de un marrón anaranjado exclusiva para los emperadores, cuyo diseño data del siglo IX, Naruhito es a sus 59 años el soberano número 126 de la monarquía nipona, que se enorgullece de ser la más antigua del mundo por su historia milenaria. Para ratificar la legitimidad del nuevo soberano, los chambelanes de la corte le presentaron dos de los tres tesoros imperiales sagrados, la espada y la joya que simbolizan la monarquía. Según la mitología nipona, ambos fueron entregados junto al espejo imperial por la diosa del sol, Amaterasu, para marcar el inicio de esta dinastía hace dos milenios. Pero todos estos tesoros sagrados suponen más bien un acto de fe porque están guardados en cajas envueltas por paños que nadie puede ver, ni siquiera el propio emperador Naruhito durante las ceremonias de herencia y entronización.

En el trono adyacente, algo más pequeño, le observaba su esposa, la Emperatriz Masako, también ataviada al modo tradicional con un quimono clásico y el pelo recogido a la antigua usanza. Pero no asistieron los Emperadores Eméritos, Akihito y Masako, que dejaron todo el protagonismo a sus sucesores, según mostraron las imágenes emitidas en directo por la televisión estatal.

Mientras los demás miembros de la Familia Imperial desfilaron lentamente envueltos en amplios ropajes tradicionales para realzar la majestuosidad de la ocasión, los numerosos asistentes de la vida política y social vestían frac, la etiqueta habitual de estas ceremonias. De tal guisa, el primer ministro nipón, Shinzo Abe, leyó el «yogoto», las palabras de reconocimiento al Emperador, antes de dedicarle tres «¡Banzai!» inclinándose y extendiendo los brazos al cielo.

El emperador y la emperatriz en la ceremonia de entronización EFE

En poco más de media hora, con la mayor parte del tiempo bajo un silencio zen solo roto por la lluvia, concluía el equivalente a una coronación en las monarquías occidentales. Desde los salones contiguos, alrededor del patio central, engalanados miembros de casas reales y dirigentes de otros países no se perdían detalle entre sonrisas cómplices y cuchicheos alegres . Además de los Reyes de España, Don Felipe y Doña Letizia , y el príncipe Carlos de Inglaterra, entre los invitados destacaban los monarcas de Holanda y Bélgica, Guillermo Alejandro y Felipe, y el vicepresidente de China, Wang Qishan. Por parte de Estados Unidos acudió la secretaria de Transportes, Elaine Chao, mientras que la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, «mujer fuerte» del Gobierno de Birmania, fue la representante más ilustre de Asia.

Aunque los Emperadores tenían previsto desfilar ayer en un descapotable por el centro de Tokio para saludar a sus súbditos, lo han aplazado hasta el 10 de noviembre en señal de duelo por los 80 muertos del tifón «Hagibis», que sacudió al país hace dos semanas . Un detalle que muestra una sensibilidad más próxima a la sociedad que ya impuso su padre, Akihito, durante su reinado. Lo que sí hicieron Naruhito y Masako fue, al anochecer, ofrecer un banquete de gala a sus invitados como colofón al largo ritual de tradiciones en que ha consistido este relevo imperial.

«El Ascenso del Emperador en mayo fue cuando heredó el trono, mientras que el propósito ahora es declarar la entronización a todo el mundo. En Japón, desde el siglo VIII, la sucesión del emperador se denomina ˝senso˝ y se considera separada de la ceremonia de entronización , llamada ˝sokuishiki˝. En la actualidad no se usa la palabra ˝senso˝ y las dos se llaman ˝sokui˝», explicó a ABC Ikuyo Matsumoto, profesora de la Universidad de Yokohama especializada en ceremonias reales. A su juicio, «este acto es para que el pueblo japonés comparta y entienda la historia del nuevo emperador que ha accedido al trono».

Los Reyes de España, Felipe VI y doña Letizia, se preparan para asistir a la ceremonia de entronización del emperador japonés EFE

Pero ha habido cierta polémica por el carácter religioso de estas ceremonias, así como por su coste, por contravenir la separación con el Estado laico que establece la Constitución establecida tras la II Guerra Mundial. Para la profesora Matsumoto, «las ceremonias de entronización no son muy religiosas, pero la ofrenda de arroz que hará en noviembre durante la Fiesta Daijosai es una expresión religiosa de la conexión entre el Emperador y el mito». Aunque dicho ritual imperial se considera privado y no es un acto nacional, sus gastos sí corren a cargo de las arcas del Estado , lo que ha abierto un debate en la sociedad nipona porque el Emperador es también la cabeza de la religión nacional, el sintoísmo. «Esta discusión contiene elementos muy sensibles sobre el sistema imperial de Japón, y es muy probable que el debate sea más necesario en el futuro, incluyendo cuestiones sobre la necesidad del propio sistema imperial», analizó Ikuyo Matsumoto los cambios que se están produciendo en la tradicional monarquía nipona y en la sociedad.

A sus 85 años, y aquejado de varios problemas de salud, Akihito se convirtió en abril en el primer emperador de Japón que abdicaba en dos siglos, ya que el último fue Kokaku en 1817. Aunque su decisión, anunciada en 2016, revolucionó una monarquía con 1.300 años de historia, la sociedad se mostró mucho más moderna y comprensiva y aplaudió el relevo. Haciendo colas durante horas, decenas de miles de personas mostraron su cariño a la Familia Imperial en su primera aparición pública en palacio días después de la sucesión.

De igual modo, la ceremonia de entronización fue emitida ayer en directo por las grandes pantallas que adornan los rascacielos de Tokio, ante las que se plantaron numerosos viandantes que, según muestras las redes sociales, hasta se inclinaron haciendo reverencias como muestra de respeto al nuevo Emperador. Aunque Japón es uno de los países más futuristas del planeta, también hace gala de un apego inusual por la tradición. Además del ascenso al Trono del Crisantemo , que parecía una celebración sacada de tiempos pasados, buena prueba de ello son los rituales por los que ha tenido que pasar Naruhito en diversos santuarios sintoístas, entre ellos los instalados dentro del propio palacio imperial. Tras suceder a su padre en vida, igual que han hecho otros monarcas como Don Felipe en España, Japón ya vive bajo la «Bella Armonía» («Reiwa») con que el Emperador Naruhito ha bautizado su nueva era.

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